domingo, 2 de marzo de 2008

“Festejad a Jerusalén,
gozad con ella todos los que la amáis...”


¡Con qué rapidez avanza la Cuaresma de este año!
Ya estamos en el corazón, en el medio, casi casi en vísperas de la Pascua...

Una vez más, inicio con una cita de C. Urtasun; de manera bien hermosa dice lo que yo pienso y oro mientras tomo conciencia del avanzar de la Cuaresma.
“El día de Pascua, el día más grande que hizo el Señor, cada vez está más cerca.
Esta colecta de hoy lo transpira por todos los lados. Parece que a la Iglesia no le cabe en el corazón de Esposa y de Madre el gozo que esto le causa, y quiere comunicárselo a sus hijos, no solamente en los cantos antifonales y sálmicos, sino que también lo vuelca en infinita ternura y entusiasmo en esta colecta” (p. 176).

El motivo fundamental de tanto gozo es la reconciliación de los hombres con Dios por medio de la Palabra hecha carne, el Verbo encarnado, que el Padre envió a la tierra como expresión de su amor infinito a los hombres, “para que el mundo se salve por él” (cf. Jn 3, 16s.). La redención humana y la perfecta glorificación de Dios Padre, en el Espíritu, es la “obra grande” que Cristo Jesús realiza asociando “siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia” (cf. SC 5.7). Reconociendo este don tan grande, la Iglesia pide al Padre que “el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa a celebrar las próximas fiestas pascuales”.
Las “catequesis bautismales” que la liturgia de la Iglesia ofrece a los catecúmenos que se preparan a recibir en la santa Noche de Pascua los sacramentos de la Iniciación cristiana, que todos nosotros renovaremos como nuevo don y compromiso en la Vigilia Pascual, nos invitan en este IV domingo, domingo “Laetare”, a “apresurar” nuestra preparación, nuestro proceso bautismal y penitencial, para que podamos celebrar y vivir en plenitud el Misterio Pascual de Cristo, que a lo largo de la Cuaresma queremos revivir y conocer más profundamente, como pedíamos en la oración colecta del primer domingo de Cuaresma.
La segunda antífona de las primeras vísperas de este domingo parece hacer eco de esta misma oración y espíritu: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz”. La antífona está ciertamente, ante todo, en sintonía con toda la liturgia de este domingo. El domingo que podríamos llamar “de la luz”. Ya es hora de despertar del sueño, es hora de abrirse a la luz de Cristo, que vino y viene a curar todas nuestras cegueras, como al ciego de nacimiento.
Pablo en la segunda lectura nos dirá:
“En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz”.

El prefacio subrayará todavía con más fuerza:
“...
es nuestro deber darte gracias... por Cristo, Señor nuestro,
que se hizo hombre para conducir al género humano,
peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe,
y a los que nacieron esclavos del pecado,
los hizo renacer por el bautismo,
transformándolos en hijos adoptivos”.

La oración sobre las ofrendas manifiesta de nuevo el gran gozo de la celebración de “este domingo” mientras volvemos a suplicar que celebremos “los santos misterios con fe viva”, ofreciéndolos por la salvación del mundo.

Y la oración después de la comunión pide que el Padre, por Cristo y en la unidad del Espíritu, ilumine nuestro espíritu con la claridad de su gracia,
“para que nuestros pensamientos sean dignos de ti y aprendamos a amarte de todo corazón”.

Gozo, alegría, tinieblas-luz, iluminación, fe viva, rapidez, solicitud...
Palabras que expresan actitudes que impregnan la liturgia de este día, la oración de la Iglesia, Madre-Esposa, que espera con “fe viva” la celebración llena de esplendor de la Pascua de Cristo. Una oración que es preparación al canto del Aleluya, del Exultet, del triunfo del Resucitado sobre la muerte, las tinieblas, el pecado.
Nuestra esperanza se hace ya realidad. Por eso, el tono de la liturgia de hoy es ya cierto tono de fiesta, aunque sea una “fiesta cuaresmal”, que todavía vivimos en la espera del triunfo definitivo del Señor Jesús, para gloria de Dios Padre.


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