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sábado, 4 de junio de 2016

«... Guiada por el magisterio del Espíritu»


La liturgia de la Iglesia cierra el mes de mayo, que la tradición popular desde siglos dedica de manera especial y con fe viva a María, con la fiesta de la Visitación de la Virgen Madre a su prima Isabel.
Una fiesta que nos ofrece unos textos litúrgicos hermosos y profundos.
Lo vemos en la eucología:
“Dios todopoderoso,
tú que inspiraste a la Virgen María,
cuando llevaba en su seno a tu Hijo,
el deseo de visitar a su prima Isabel,
concédenos, te rogamos, que,
dóciles al soplo del Espíritu,
podamos, con María,
cantar tus maravillas
durante toda nuestra vida.
Por nuestro Señor Jesucristo. (Oración colecta)

Como en toda obra de salvación, la iniciativa es siempre de Dios Padre, que nos guía a través de su Espíritu. María decide ir a visitar a su prima, una vez que conoce su situación por el ángel, y lo hace “inspirada” por Dios, y llevando en su  seno al Hijo de Dios.
En el encuentro con Isabel, el Espíritu actúa con poder: Isabel se llena del Espíritu y por Él reconoce en María “la madre de mi Señor”, mientras su hijo “salta de alegría” en su vientre.
A María el mismo Espíritu pone en los labios y en el corazón el Magnificat, el júbilo con el que se alegra y proclama las grandezas de Dios en la historia de la salvación y en la suya propia.
La misma docilidad de la Virgen-Madre para poder alabar y cantar la gloria de Dios es la que pide la Iglesia para todos nosotros: “dóciles al soplo del Espíritu, podamos con María cantar tus maravillas durante toda nuestra vida”.

Sobre las ofrendas
Señor, complácete en este sacrificio de salvación
que te ofrecemos, como te has complacido en el gesto de amor
de la Virgen María al visitar a su prima Isabel.

Después de la comunión
Que tu Iglesia te glorifique, Señor,
por todas las maravillas que has hecho con tus hijos,
y así como Juan Bautista exultó de alegría
al  presentir a Cristo en el seno de la Virgen,
haz que tu Iglesia te perciba siempre vivo en este sacramento.


De los textos bíblicos recojo en particular la primera lectura del profeta Sofonías: un nuevo canto de júbilo y fiesta a la ‘nueva Jerusalén’, que es la Iglesia, de la que la Virgen María ha sido y sigue siendo prefiguración.
            Es júbilo no de la criatura, sino del mismo Dios, el Rey de Israel, que se complace en su nuevo pueblo, la Iglesia-María, porque la ama: “se alegra con júbilo”, porque  se goza y se complace en ella.
Por eso la invita a exultar, gritar de júbilo, alegrarse de todo corazón.

La lectura evangélica es la de la Visitación, rezuma exultación, alegría, glorificación de Dios, de su grandeza y poder que se “acuerda de su misericordia” y, por ello “hace proezas con su brazo, colma a los hambrientos de bienes y despide vacíos a los ricos”.
Pero, precisamente porque “se acuerda de su misericordia”, protege a Israel, su siervo, “como lo había prometido a nuestros padres, A Abrahán y su descendencia por siempre”.

1ª lectura: Sofonías 3, 14-18

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».
Apartará de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

 

Otra fiesta mariana, colocada  en la reforma litúrgica al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús: el Inmaculado Corazón de la Virgen María.
Es preciosa también la oración colecta, y en ella encontramos los mismos elementos que subrayábamos en la anterior del 31 de mayo:
“Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la Virgen María
una  digna morada al Espíritu Santo,
haz que nosotros,
por intercesión de la Virgen,
lleguemos a ser templos dignos de tu gloria”.

Me gusta citar unas expresiones del Oficio de lectura entresacada del Sermón 8 de san Lorenzo Justiniani, obispo:
«María ha reflexionado sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente.
Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales, la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. (…)
Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. (…)
Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado».



Después de celebrar las solemnidades de la Santísima Trinidad, del Cuerpo y Sangre de Jesucristo y del Sagrado Corazón, retomamos ya los “domingos verdes”, el tiempo ordinario, con la importancia especialísima de los domingos.
Con el evangelista Lucas iremos haciendo camino, guiados también nosotros “por el magisterio del Espíritu, y acompañados de la intercesión maternal de María, la Virgen Madre, podremos llegar a la meta a la que Dios Padre nos llama a todos: “hasta que Cristo se forme en nosotros”, como pedía el apóstol Pablo, que la Familia Paulina recordamos de manera especial en este mes, a sus hijos los Gálatas, por los que afirma que sigue sufriendo “dolores de parto hasta que Cristo se forme en ellos”.
Ésta es nuestra meta, es la meta de todo cristiano.

«Hijos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros». (Ga 4,19)