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jueves, 14 de junio de 2012

Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo

Tomad, esto es mi cuerpo... Ésta es mi sangre, derramada por todos

Celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en la perspectiva de la relación profunda entre la celebración del Corpus y el Jueves Santo.
Es verdad que vivimos las dos celebraciones con un tono distinto, casi en un diferente estado de ánimo; sin embargo, considerando un poco más profundamente la Palabra de Dios, que acompaña ambas celebraciones, y en particular la del Corpus, no parece que haya tanta diferencia.
El tema de la alianza entre Dios y el pueblo, entre Jesús y los suyos, todos nosotros, parece como la línea roja que acompaña toda la liturgia de la Palabra
El texto evangélico de Mc 14, 12-16. 22-26, propio de la celebración del Corpus, nos sitúa en la Cena de Pascua, la última Cena de Jesús con los Doce. Y en él encontramos las palabras clave del Misterio Pascual del Señor, de su entrega por todos nosotros: «Tomad, esto es mi cuerpo – Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, derramada por todos».


Ésta es también el mensaje que transmiten las otras dos lecturas de la liturgia eucarística del Corpus:
  • la alianza del Sinaí es sellada con la sangre de los sacrificios de comunión, sangre en la que se unen indisolublemente el altar, Dios, y el pueblo. Son significativas las palabras con las que Moisés rocía al pueblo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos». Anticipan las palabras mismas de Jesús en la Cena de Pascua con los suyos;
  • la carta a los Hebreos de la 2ª lectura recuerda “la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha… que nos purifica y puede llevar "al culto del Dios vivo”.
Si la celebración del Corpus se caracteriza en particular por la procesión por las calles de los pueblos y las ciudades, y ésta es también importante para que el pueblo creyente pueda   confesar públicamente su fe en Cristo el Señor, aclamarle como Señor de la historia y del mundo, y casi arrojar ante Él sus coronas (cf Ap 4, 12), sus títulos y profesiones (recuerdo en particular la solemne procesión del Corpus de Toledo, en la que desfilaron desde el Arzobispo y los presbíteros hasta los monaguillos, los niños de 1ª Comunión, los profesores universitarios y catedráticos, los investigadores, el ejército, la guardia civil…, sin olvidar las Cofradías con sus respectivos estandartes): todos quieren honrar a Jesús Sacramentado por las calles de la ciudad.


Todo esto es también la celebración del Corpus, y, mientras se pueda, hay que cuidarlo. Lo pide también el Ritual de la comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa: «Entre las procesiones eucarísticas tiene especial importancia y significación en la vida pastoral de la parroquia o de la ciudad la que suele celebrarse todos los años en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, o en algún otro día oportuno, cercano a esta solemnidad. Conviene, pues, donde las circunstancias actuales lo permitan y verdaderamente pueda ser signo colectivo de fe y de adoración, que se conserve esta procesión, de acuerdo con las normas del derecho» (RCCE n. 102).
Sin embargo, la liturgia nos indica que también en la solemnidad del Corpus es su momento central y primario la Santa Misa, como acto culminante: en la Iglesia Catedral o en la última parroquia de las Diócesis. Así lo vivimos en nuestras comunidades eclesiales, en línea con el espíritu del Concilio Vaticano II.
Y así, tanto las procesiones eucarísticas, como en los Congresos eucarísticos, el mismo RCCE recuerda la relación especial con la celebración de la Cena del Señor, del Sacrificio eucarístico: «Conviene que la procesión con el santísimo Sacramento se celebre a continuación de la Misa, en la que se consagre la hostia que se ha de llevar en la procesión” (RCCE n. 103).

Y con relación a los Congresos eucarísticos – justamente en esta semana se celebra el 50º Congreso Eucarístico Internacional en Dublín –,  entre los “criterios para organizar un congreso eucarístico”, se recuerda como primero: «La celebración de la Eucaristía sea verdaderamente el centro y la culminación a la que se  dirijan todos los proyectos y los diversos ejercicios de piedad» (RCCE, n. 112ª).
Me gusta recordar que la adoración eucarística es “mistagogia de la Celebración”; pues este calificativo indica tambien el significado de estas otras ‘formas de culto a la Eucaristía’.
 Se trata de actos que prolongan y extienden en el tiempo yen los lugares “el culto eucarístico” en el que celebramos la actualización memorial de la Pascua del Señor, el Sacrificio eucarístico.



Me permito concluir con unas palabras tomadas de Mons. A. Rodríguez, obispo de Guadalajara, por su contenido actual y profundamente evangélico:


La celebración de la Solemnidad del Corpus Christi me ha permitido vivir dos aspectos de la vida cristiana que deben caminar íntimamente unidos. Por una parte, he experimentado una vez más el gozo de la presencia real y permanente de Cristo resucitado bajo las especies del pan y del vino en la celebración eucarística.

Profundo e incomprensible misterio del amor de Dios que, a pesar de los desprecios y olvidos, no cesa de ofrecernos a su Hijo mediante la acción santificadora del Espíritu Santo, para que todos podamos participar de la vida divina que, por ser vida de Dios, es eterna.

En la posterior procesión, prolongación de la celebración eucarística, he pedido al Señor que derramase sus bendiciones y colmase de sus dones a quienes lo confiesan como Señor de la Historia y a quienes viven y actúan como si Dios no existiese. Para unos y para otros el Señor hace salir cada día el sol y derrama la lluvia de su gracia.

Pero, por otra parte, he pensado y he orado insistentemente por los miles de hombres y mujeres, que cada día procesionan a las oficinas del INEM, con la tristeza en el rostro, esperando encontrar un puesto de trabajo. Así mismo he pedido al Señor por quienes se acercan a las oficinas de Caritas o a otros centros de la Iglesia, confiando hallar acogida cordial, comprensión para sus problemas y la ayuda necesaria para poder comer o para superar su soledad y abatimiento. (…)

Solo, si somos capaces de reconocer la presencia de Cristo en el rostro sufriente y abatido de nuestros hermanos, podremos trabajar en comunión con ellos para buscar el bien común en vez de defender con tanto ahínco los derechos individuales, olvidando con frecuencia los derechos de que quienes no tienen capacidad para defenderlos. Que el Señor nos ilumine a todos con la claridad de su luz.