“Mi Señor me ha dado lengua de discípulo
para que sepa decir al abatido una palabra de aliento.
Mañana tras mañana despierta mi oído
para escuchar como los discípulos;
el Señor me ha abierto el oído...” (Is 50, 4-5).
Texto tomado del tercer cántico del Siervo de Yahvé, los cánticos que a lo largo de esta Semana Santa nos van introduciendo cada vez con mayor hondura en el misterio de la Cruz, en la pasión – muerte- resurrección de Jesús, el Verbo encarnado, el “Siervo-Hijo”, descrito en figura por el profeta Isaías (cf. Is 42, 1ss.; 49, 1ss; 50, 4-8; 552, 13-15, 53, 1ss.).
Lo que el profeta veía y anunciaba, adquiere en Cristo una realización viva y plena.
Él es el “Siervo-Hijo” que no grita por las calles, que nunca apagó el “pábilo vacilante” ni quebró “la caña cascada”.
Él, el “Siervo-Hijo”, que en todo momento promovió “el derecho”, el que realizó en filial obediencia “hasta la muerte y muerte de cruz” el proyecto misericordioso y salvífico del Padre.
Mañana tras mañana despierta mi oído
para escuchar como los discípulos;
el Señor me ha abierto el oído...” (Is 50, 4-5).
Texto tomado del tercer cántico del Siervo de Yahvé, los cánticos que a lo largo de esta Semana Santa nos van introduciendo cada vez con mayor hondura en el misterio de la Cruz, en la pasión – muerte- resurrección de Jesús, el Verbo encarnado, el “Siervo-Hijo”, descrito en figura por el profeta Isaías (cf. Is 42, 1ss.; 49, 1ss; 50, 4-8; 552, 13-15, 53, 1ss.).
Lo que el profeta veía y anunciaba, adquiere en Cristo una realización viva y plena.
Él es el “Siervo-Hijo” que no grita por las calles, que nunca apagó el “pábilo vacilante” ni quebró “la caña cascada”.
Él, el “Siervo-Hijo”, que en todo momento promovió “el derecho”, el que realizó en filial obediencia “hasta la muerte y muerte de cruz” el proyecto misericordioso y salvífico del Padre.
Señor Jesús, “Maestro y Señor”,
abre mis oídos para que, como discípula,
escuche tu Palabra, escuche la Palabra del Padre
y la traduzca en actitudes conformes en todo momento a su voluntad.
tu Madre y nuestra Madre.
Dócil a las mociones de tu Espíritu,
que me convierta de discípula que escucha,
en apóstol que pueda decir “una palabra de aliento al abatido”,
a los tantos abatidos, que viven en las calles,
en las comunidades, en los hospitales, en tantas familias...
Mujer de escucha, mujer de palabra de aliento,
que reparte y comparte con los hermanos y las hermanas
el consuelo que tu Espíritu cada día nos infunde y regala.
Señor, la Semana Santa avanza;
ya estamos en el Triduo santo de Pascua.
Que no pasen en vano para mí, para ningún cristiano
estos días de gracia y de salvación.
Que tu Sangre derramada por nosotros
y por todos los hombres y mujeres de ayer, de hoy, de mañana,
nos purifique, nos libere de todo mal,
nos haga hijos e hijas en el Hijo, en ti, Jesús,
el Hijo amado del Padre Dios.
Que el agua y la sangre que brotan de tu costado abierto,
sean de veras el “océano de tu Misericordia
que inunda al mundo entero”.
Acompañando a la Virgen María,
quiero vivir el Misterio de tu Cruz,
y acompañar también el misterio de las tantas cruces
y tantos crucificados que viven hoy
desesperanzados por las guerras,
el hambre, la soledad, el sin sentido...
Señor Jesús, Maestro y Pastor,
Crucificado y Glorioso,
ten piedad de toda la humanidad,
de todos nosotros y nosotras;
sobre todos derrama tu infinita Misericordia,
para que lleguemos, purificados de todo pecado,
a celebrar con gozo y alegría desbordante
tu santa y feliz Resurrección.
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