viernes, 21 de marzo de 2008

Viernes Santo de la Pasión del Señor

La celebración de la Pasión del Señor en la tarde del Viernes Santo es el ‘segundo momento’ de la Pascua de Jesús; el primer día del Triduo Pascual, que tuvo como pórtico la celebración vespertina de la Cena del Señor. San Pablo en la primera carta a los Corintios nos recuerda: “nuestro Cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Cor 5, 7).

La tradición pascual del Viernes Santo subraya el cumplimiento de las profecías y de las figuras de la
Pascua judía en el misterio de la Cruz de Cristo.
Son sugerentes y abundantes las homilías pascuales de varios escritores, sobre todo de algunos “anónimos” del siglo II que destacan la relación entre la Pasión de Cristo, la Pascua judía y la Pascua de Resurrección del Señor. Recordábamos ayer, la homilía del obispo Melitón de Sardes (autor del s. II). Leyendo su homilía, se siente casi su deseo de hacer presente a Cristo en medio de la asamblea que la noche de Pascua celebra el misterio central de los cristianos y la interpela con esta revelación, puesta en boca de Jesús: «Recibid la remisión de los pecados. Yo soy vuestra remisión. Yo soy la Pascua de la salvación. Soy Yo el Cordero inmolado
por vosotros, vuestro rescate y vuestra vida, vuestra luz y vuestra salvación, vuestra resurrección y vuestro Rey».

El Viernes Santo nos invita a
contemplar a Cristo Crucificado y a descubrir que la Cruz es misterio de salvación, oración y ofrenda.
La contemplación silenciosa de Cristo en la cruz, siguiendo lo que con tanta insistencia y unción nos ha enseñado el Papa Juan Pablo II en la Carta programática para el tercer milenio, “El nuevo Milenio”, nos lleva a contemplar también a los crucificados por causa de la injusticia y la violencia, por las guerras y el hambre, por la marginación y la miseria. Y nos asegura que los que contemplan de veras a Cristo en la Cruz liberadora, se convierten en liberadores de los que están esclavizados o crucificados.
En la misma línea, Benedicto XVI, al recordar los tristes acontecimientos de estos días en el Tibet, decía:
“Mi corazón de Padre siente tristeza y dolor ante el sufrimiento de tantas personas. El misterio de Jesús que revivimos en esta Semana Santa, nos ayuda a ser particularmente sensibles con su situación. Con la violencia no se resuelven los problemas, sino que más aun, se agravan”.

El Itinerario de la peregrina española Egeria (en la segunda mitad del s. IV) narra con todo detalle la celebración litúrgica de los día santos en Jerusalén, y en particular la del Viernes Santo. Lo recordamos porque la Liturgia de la Semana santa en Jerusalén influyó mucho sobre la organización de las liturgias occidentales, en estos mismos días.


La acción litúrgica de la Pasión del Señor esta tarde comienza con un impresionante silencio, mientras avanza la procesión de los ministros hacia el presbiterio.
Se desarrolla luego la celebración en cuatro momentos: la liturgia de la Palabra, la oración universal, la adoración de la Cruz y la comunión con el pan consagrado en la Celebración vespertina de la Cena del Señor.
El centro de la celebración litúrgica lo ocupa la proclamación de la Pasión según san Juan. Ya desde los primeros siglos de la vida de la Iglesia se reservó esta narración para el Viernes Santo. Es significativo que Juan haya colocado el misterio de la muerte de Jesús en el mismo momento de la Parasceve, es decir, cuando se inmolaban en el templo de Jerusalén los corderos de la Pascua de aquel año. Una vez más nos indica que Cristo es el verdadero Cordero Pascual, que quita el pecado del mundo.
En la 1ª lectura leemos el “cuarto cántico del Siervo de Yahvé”, en el que el “Siervo”, cuya imagen realiza en plenitud Cristo, se ofrece en sacrificio de expiación e intercede por los pecadores.
En la 2ª, tomada de la Carta a los Hebreos, contemplamos a Jesús “sumo sacerdote grande, capaz de compadecerse de nuestras debilidades”, que se dirige al Padre, el Único que le podía salvar de la muerte, y le suplica “con gritos y con lágrimas”. Es el Getsemaní que nos presenta la carta a los Hebreos en este texto.


Otro momento importante de la liturgia de la Pasión es el de la presentación y adoración de la Cruz. La Iglesia presenta ante los ojos de toda la asamblea el Crucificado, manso Cordero ofrecido por nosotros, llevado al matadero y cargado con nuestros pecados.

Concluiremos la celebración de la Pasión del Señor con la sagrada comunión. La Iglesia, aunque no celebre la Eucaristía el día de Viernes Santo, no se resigna a privarse de la comunión, que la pone en contacto con el misterio de aquél que Pablo llama nuestra Pascua inmolada. Siempre la comunión eucarística es comunión, participación viva y sacramental en el sacrificio eucarístico. Probablemente, sea ésta la razón fuerte que movió a Pablo VI, a conservarla tal como la había establecido Pío XII en su reforma, a pesar de algunas peticiones en contra.

Cromacio de Aquileya,
padre de la Iglesia contemporáneo de San Ambrosio, san Jerónimo y san Juan Crisóstomo, escribe en el Sermón 17 de Pascua:
«La verdadera Pascua es la pasión de Cristo; de aquí ha tomado el nombre. Nos lo muestra claramente la palabra del Apóstol cuando dice: ‘Nuestra Pascua es el Cristo inmolado...’ He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros. Comemos, pues, la Pascua con Cristo porque él nos apacienta a los que él mismo salva. Es él el autor de la Pascua, al autor del misterio. Él cumplió llevando a término la festividad de esta Pascua para podernos alimentar con el manjar de su pasión y poder recrearnos con el cáliz de la salvación».

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