Sábado Santo: la noche más clara que el día
El Sábado Santo es un día muy particular dentro del año litúrgico.
No lo podemos llamar “día alitúrgico”, como se llamó cierto tiempo; también en este día, en efecto, celebramos la Liturgia de las Horas, como lo vamos a hacer dentro de unos minutos. Ya la Iglesia, en la carta de 1988 que citaba el Jueves Santo, invita a que en las parroquias el mayor número posible de fieles acudan por lo menos a la celebración comunitaria de Laudes. En algunos lugares, esta celebración se hace por arciprestazgos, y la experiencia demuestra que es una forma que hacer sentir más vivamente aún esta “oración de la santa Iglesia”.
El Sábado Santo es día lleno de misterio. Jornada de silencio meditativo y orante, de dolor y al mismo tiempo de esperanza segura. En el silencio del Sábado Santo, la Iglesia nos invita a meditar y contemplar el misterio de la Pasión de Cristo, muerto por la salvación de todos los hombres, de todos nosotros, muerto y sepultado. Y a permanecer, en compañía con la Madre Dolorosa junto al sepulcro del Señor, esperando en oración y “ayuno” su resurrección.
El Esposo le ha sido arrebatado; por eso, la Iglesia en su Constitución sobre la sagrada liturgia recomienda que, según las circunstancias, el ayuno del Viernes Santo, “se extienda al Sábado Santo, para que de este modo se llegue al gozo del Domingo de Resurrección con ánimo elevado y entusiasta” (SC 110).
El que es Palabra permanece callado y su silencio anuncia la salvación en las profundidades de la muerte. La “kénosis”, el anonadamiento de Jesús ha llegado a los más profundo, mientras duerme detrás de la enorme piedra del sepulcro. La espera de la comunidad se convierte en actividad, es el tiempo de pasar de la muerte a la vida y de revestirse del hombre nuevo en Cristo; dejar que el grano de trigo muera para germinar en flor y en fruto.
Vigilia Pascual
“Oh, Noche nupcial de nuestra Iglesia,
Oh Noche, que a todos da la vida.
Oh Noche, de gozo sin frontera.”
La Vigilia Pascual se centra en la gran “buena noticia” comunicada a las mujeres: “Ha resucitado, no está aquí”. Estas palabras llenan esta Noche santa de alegría a toda la Iglesia que celebra los santos misterios.
La celebración de la Vigilia Pascual es realmente el punto central de todo el Año litúrgico. Es la Noche de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte que da un nuevo sentido a la vida: morir para vivir, aceptar la muerte para resucitar.
En su forma actual, la Vigilia Pascual consta de cuatro partes:
- Empieza con un amplio Lucernario, en torno al Cirio pascual, con el Pregón o anuncio solemne de la Pascua. Es un rito de larga tradición en la Iglesia. El texto más antiguo de bendición del Cirio ya se atribuye a Hipólito de Roma hacia el año 215.
- Se proclama luego la liturgia de la Palabra abundantemente: se trata de una especie de recapitulación de la catequesis que se ha ofrecido a los catecúmenos durante la Cuaresma: un recorrido a través de la historia de la salvación, desde la creación hasta la resurrección de Cristo: desde el Génesis, hasta el NT, con la carta de Pablo a los Romanos en su capítulo 6, que nos recuerda cómo por el Bautismo todos hemos sido “incorporados a Cristo; fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, también nosotros andemos en una vida nueva. * Después del solemne canto del Aleluya, escucharemos, en el evangelio de Mateo, la gran “buena noticia” dada a María Magdalena y a la otra María: “No temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado”. Mientras ellas, “a toda prisa, impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos”, el mismo “Jesús les salió al encuentro” y las envió como “mensajeras suyas”: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán”.
- Concluida la lectura de la Palabra, la tercera parte de la liturgia de esta Noche le corresponde a la liturgia bautismal, particularmente significativa cuando se celebran los sacramentos de la Iniciación cristiana. Pero, incluso cuando no hay catecúmenos que reciben estos Sacramentos, siempre en la Vigilia Pascual es vivo el recuerdo “la memoria” del Bautismo, memoria que actualiza el misterio y la gracia: se bendice el agua, todos renovamos las promesas bautismales y el sacerdote que preside la Celebración asperja a toda la asamblea con el agua recién bendecida.
- Finalmente, llegamos al punto culminante de la celebración de la Vigilia Pascual: la liturgia eucarística, momento realmente cumbre de la Vigilia, del Triduo Pascual y de todo el Año litúrgico. Puede pasarnos algo desapercibida porque se celebra como todos los días, pero realmente es el centro, la culminación de todo el Misterio de Cristo que hemos celebrado en la Cuaresma, ese Misterio en cuyo conocimiento pedíamos el primer domingo “avanzar en su conocimiento y vivirlo en su plenitud”.
Y la celebración de la Pascua no termina aquí: durante cincuenta días, en el Tiempo pascual, tiempo realmente “fuerte” del Año litúrgico, la liturgia sigue celebrando la Pascua del Señor. Pentecostés clausura la Cincuentena durante la cual la Iglesia celebra anualmente la Pascua de Cristo.
Cada uno de los domingos de este Tiempo serán llamados “domingo II, III, IV, V, VI (y VII en los lugares donde la Ascensión se celebra el jueves) de Pascua”, y no “después de Pascua” porque la liturgia los considera todos como “el gran Domingo de la Pascua de Resurrección.
El Espíritu Santo imprime su sello a toda la obra redentora del Hijo de Dios.
En el momento de despedirse de los discípulos, Jesús les dice que no los dejará “huérfanos”: va a enviarles el Espíritu, el Defensor, para guiarlos por el camino que los y nos conduce a la resurrección junto a Él y junto al Padre. Pentecostés, lo mismo que todos los misterios que celebramos en la liturgia, no es un acontecimiento del pasado. Celebra a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se manifiestan día tras día, un “memorial” que seguiremos celebrando “hasta que el Señor vuelva.
Vivir con esta conciencia y convicción, significa vivir en la lógica de la Pascua.
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