La cuaresma catecumenal
Los domingos III, IV y V de Cuaresma, del ciclo A, constituyen una unidad llamada “Cuaresma catecumenal”.
Las páginas del evangelio de san Juan que nos acompañarán en estos tres domingos constituían y pueden constituir hoy también las últimas catequesis bautismales para quienes se preparaban y se preparan también en nuestros días a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana en la santa noche de la Vigilia Pascual. Y para todos los cristianos que en la celebración más solemne e importante del año litúrgico, renovaremos nuestros compromisos bautismales, después de haber escuchado abundante Palabra de Dios – resumen de la historia de la salvación – y antes de celebrar la “plenitud del misterio Pascual”con el sacrificio y el memorial eucarístico.
La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma, resalta los dos elementos que el Vaticano II ha pedido que se restablezcan o se recuperen donde se hubieren perdido como característicos de la Cuaresma:
- el carácter bautismal
- y el carácter penitencial (cf. SC 109).
La oración colecta y la oración sobre las ofrendas subrayan el aspecto penitencial; toda la liturgia de la Palabra y el Prefacio se centran en la dimensión bautismal, con el constante recurso al símbolo del “agua”, elemento que tiene un papel importante en toda la tradición bíblica y en la tradición y liturgia cristiana, especialmente como elemento proprio de la “catequesis bautismal”.
Jesús se muestra ante la mujer samaritana como “el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (evangelio).
El que derrama en nuestros corazones el amor de Dios con el Espíritu Santo que se nos ha dado (segunda lectura).
El agua que Dios hace brotar abundantemente de la roca (primera lectura), es el símbolo y la preparación para toda la efusión del “agua, del Espíritu” que la Trinidad derrama en el corazón de quienes se acogen a Jesús y le reconocen como el gran “don de Dios”.
El prefacio de este domingo resume de forma bella los motivos por los que en la Eucaristía = acción de gracias, queremos elevar con los ángeles al Dios uno y trino nuestra alabanza y gratitud. Transcribo sólo el cuerpo central del prefacio; el resto es igual o muy parecido al de todos los prefacios:
«... por Cristo, Señor nuestro.
Quien, al pedir agua a la Samaritana,
ya había infundido en ella la gracia de la fe,
y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino...»
La lectura patrística del Oficio de lectura explica, con una parte del “Tratado sobre el evangelio de san Juan, lo que en el prefacio se confiesa: “Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad...».
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