lunes, 11 de febrero de 2008

... Yo pasé junto a ti y te vi...

Elijo el día 10 de febrero, fiesta de Santa Escolástica, para dar inicio a este blog dedicado a la Liturgia, porque es un día especialmente significativo para mí y para todas las Pías Discípulas del mundo. Hoy hace 84 años que nacía nuestra congregación en la Iglesia, de la mano del fundador, el Beato Santiago Alberione. Y deseo comenzar rememorando una serie de textos bíblicos que me han marcado y me siguen marcando en mi vida creyente como discípula del Divino Maestro.


Quiero ver mi vida de discípula del Maestro Jesús jalonada y marcada por la Palabra de Dios y por la liturgia.

Durante un curso de Ejercicios del año 1982 en la adoración leí y oré con el cap. 16 de Ezequiel. Ya sé que las palabras de la Escritura hay que leerlas siempre en su contexto. Pero para mí, el contexto no me ‘tocó’ tan profundamente. Me resonó esa palabra repetida varias veces a lo largo del capítulo.
Una ‘palabra’ que me hizo repasar ante el Señor mi historia personal como una verdadera historia de salvación, siempre movida bajo la mirada del Padre-Madre Dios. Una mirada que sentí, creo, viva desde la niñez en la forma que una niña puede percibir los misterios de la vida.
Con mucha frecuencia en el evangelio, se insiste en las “miradas de Jesús”. Me resulta especialmente significativo el texto de Lucas 13,10-17, la curación de la mujer encorvada, que desde hacía 18 años no podía mirar al cielo.
Lucas resalta la primera actitud de Jesús hacia ella: “la vio”. Acto seguido, la llama, le impone las manos y le dice la palabra liberadora: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”.
Pues, cada vez que me encuentro ante este gesto de Jesús Maestro, en mi interior resuena con profundidad aquella palabra: “Yo pasé junto a ti y te vi”.
Siento que ha sido y sigue siendo una mirada – aunque muchas veces yo esté distraída y no me acuerde – de ternura, de misericordia, de predilección. Una mirada que estoy segura no inició con el momento de mi nacimiento, sino ya con la concepción en el seno de mi madre: la mirada de mamá tenía, creo, las características de la mirada infinitamente más cercana y tierna del Señor.
Nunca he sentido la mirada de Dios como la de un guardia, de un juez; no sé, no me parecía ni me parece eso posible, aunque sé que Dios es justo, pero es justo en su misericordia y amor entrañable.
La ‘palabra’ se concretaba algo más en el texto del profeta Ezequiel:
“...Yo pasé y te vi, hice alianza contigo y tú fuiste mía”.
Ante esa ‘palabra’ me quedé y me quedo en varios momentos; siento que él me ha elegido porque sí, por pura gratuidad. Desde mi adolescencia me condujo, a través de las circunstancias, “cabe sí”, como diría nuestra Santa de Ávila.
Y, aunque yo quise seguirle, aunque no entendía ni cómo ni bien dónde, él me fue preparando el corazón, la inteligencia para ir comprendiendo poco a poco qué significaba esta vida en la que me sentía a gusto, sus compromisos, las posibles dificultades...
Bueno, una cosa tengo clara: el Señor me eligió porque me amaba y nada más. Y sé que así como no me falló en ningún momento de estos ya bien largos años, a pesar de mis baches, y fragilidad, hoy como ayer y hasta el final de los días, estoy convencida que me repite, con la palabra y en la realidad misteriosa y sacramental de su presencia:
“Yo pasé – Yo paso – junto a ti y tú fuiste – eres – mía”.
¿Qué hacer? Misericordia, Señor, por no haber respondido siempre con amor fiel a tus llamadas, pero sobre todo:
“Mi alma glorifica al Señor mi Dios, gózase mi espíritu en Dios mi Salvador.... ¡Aleluya!

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