En la escuela de la liturgia
Hemos entrado en la Cuaresma del año 2008, tiempo favorable, de gracia y salvación, camino con Jesús hacia la PASCUA.
Quisiera recorrerla paso a paso, con la Iglesia y en la Iglesia, de mano de su Liturgia.
La Constitución sobre la sagrada Liturgia (=SC) nos dice que el contenido profundo de la liturgia se comprende “a través de los ritos y las oraciones” – “bene intelligentes per ritus et preces” – (SC 48), pues a esta escuela quiero ponerme como “discípula” del Divino Maestro, que cada día me ilumina, y alimenta a través de la liturgia de la Iglesia.
Este año he propuesto fijar mi atención orante de manera especial en las “oraciones” de la liturgia eucarística (teniendo en cuenta que la oración colecta de la Eucaristía coincide en este tiempo, lo mismo que en el tiempo de Adviento y de Pascua) con la oración de Laudes y Vísperas y con el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas.
Me detengo, pues, en actitud orante, después de invocar la luz y la gracia del Espíritu, sobre la eucología de la Eucaristía.
El primer domingo de Cuaresma abría nuestro corazón a penetrar en el verdadero contenido de la Cuaresma:
“Al celebrar un año más la santa cuaresma
concédenos, Dios todopoderoso,
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud”.
Todo el año litúrgico celebra y desarrolla, nos dice la SC 102, “todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Natividad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor”.
En la Cuaresma, la Iglesia nos invita a convertirnos, acompañando a Jesús en su doloroso y esperanzado camino hacia Jerusalén, hacia la PASCUA, que sellará el cumplimiento de la voluntad salvífica del Padre, de toda la Trinidad santa.
Nos acompañará, además de los dos textos evangélicos de Mateo sobre las tentaciones de Jesús en el primer domingo y de la Transfiguración en el segundo, en este ciclo “A” el evangelio de san Juan y con él haremos el camino de Jesús hacia su Pascua, que será a su vez, su “hora”, la hora de la gran vuelta al Padre (cf. Jn 13,1). Con él queremos subir a Jerusalén, a la Pascua todos nosotros que muchas veces podemos considerarnos “los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11, 52).
La Cuaresma, con su liturgia, nos acompaña y refuerza en este camino día tras día..
Queremos “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo”, en el conocimiento cada vez más profundo de Cristo Jesús, centro de la liturgia, centro de toda la vida cristiana.
Su misterio de muerte y resurrección es lo que nos preparamos a celebrar gozosos en el gran Triduo Pascual.
Para ello, las oraciones de los días de la semana irán pidiendo al Padre, día tras día: “Conviértenos a ti, Dios, Salvador nuestro, ilumínanos con la luz de tu palabra; Señor, mira con amor a tu familia y aviva en su espíritu el deseo de poseerte; mira complacido a tu pueblo que desea entregarse a ti con una vida santa; concédenos la gracia de conocer y practicar siempre el bien, y.... haz que vivamos siempre según tu voluntad; que tu pueblo, Señor, se entregue a las penitencias cuaresmales y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles; Dios, padre eterno, vuelve hacia ti nuestros corazones, para que, consagrados a tu servicio, no busquemos sino a ti, lo único necesario, y nos entreguemos a la práctica de las obras de misericordia”.
El Misterio de Cristo es la realización del proyecto salvífico de Dios Padre, realizado por el Misterio Pascual de su Hijo Cristo Jesús, impulsado y guiado siempre por el Espíritu. Con otras palabras, lo llamamos: la historia de la salvación, que tiene su origen en el amor de Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Queremos no sólo crecer en la inteligencia del Misterio de Cristo, es decir, no pensamos sólo en un trabajo de nuestra mente, de nuestra inteligencia, queremos llegar, con la fuerza del Espíritu, a vivirlo en su plenitud. Para esta plenitud nos prepara la Cuaresma, invitándonos a una “penitencia-oración-ayuno” no sólo materiales, sino de todo nuestro ser.
Me parece especialmente significativa y quiero orarla en el espíritu de la Iglesia que nos la ha regalado en este primer lunes de Cuaresma, la oración después de la Comunión:
“Concédenos experimentar, Señor, Dios nuestro,
al recibir tu eucaristía,
alivio para el alma y para el cuerpo;
y así, restaurada en Cristo la integridad de la persona,
podremos gloriarnos de la plenitud de la tu salvación”.
Me parece tan elocuente esta llamada a la integridad, a la unidad del ser, de todo el ser en la vivencia del Misterio de Cristo, para que lleguemos de esta forma a la “plenitud” de la vivencia del Misterio de Cristo, la plenitud pascual de la salvación.
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