lunes, 10 de mayo de 2010

PRO EIS EGO SANCTIFICO MEIPSUM, UT SINT ET IPSI SANCTIFICATI IN VERITATE

El Tiempo Pascual está siendo rico de Congresos en varias partes de la geografía española y también eclesial. El Año Sacerdotal, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI ofrece también motivo para seminarios y encuentros, mensajes de los obispos y cartas pastorales.

La próxima celebración del X Congreso Eucarístico Nacional, en Toledo, es otra ocasión de encuentros de oración-adoración, conciertos de música religiosa, mensaje de la Conferencia Episcopal reunida en la reciente Asamblea plenaria de abril.
El momento social español con todos los temas acuciantes de la crisis económica, el problema de la Educación, y otros muchos, es tiempo también de particular actividad y preocupación de instituciones, partidos políticos y de todos los ciudadanos.
Son todos temas que me interpelan y que siento y presento como intenciones vivas de intercesión ante Jesús, el Maestro eucarístico.


Entre todos los encuentros, he podido y querido participar en el Congreso Internacional organizado por la Universidad Pontificia de Comillas con el lema: El ser sacerdotal: fundamentos y dimensiones constitutivas.
Ya pasó tiempo, pero el recuerdo sigue vivo. Al inscribirnos, me preguntaba: ¿Cabía la participación de mujeres, laicas y religiosas, en este Congreso? Ciertamente, y por eso hemos participado.


Me atrevo e escribir que, precisamente por ser Discípulas del Divino Maestro debíamos participar. Entre otras razones teológico-eclesiales importantes, como discípula, quería profundizar en el tema del “ser sacerdotal”; descubrir, también en la escucha atenta y en la reflexión, inspiración, pautas para, en la fidelidad creativa al carisma del Beato Alberione, en la realización cada día más actualizada de lo que dice nuestra Regla de Vida: Insertadas por el bautismo en el único sacerdocio de Cristo, participamos en la misión de los ministros ordenados, en el espíritu de María Santísima. Como mujeres asociadas al celo sacerdotal, con la oración y el servicio, acompañamos las vocaciones al presbiterado y cooperamos en su formación… (RV 144).

Si puedo seccionar la vocación-misión de la Pía Discípula, que, como dice la Regla de Vida y como siempre nos ha repetido el Fundador, brota de una única fuente y está dirigida a un solo fin que es el amor a JESÚS viviente en la Eucaristía, en el Sacerdocio y en la liturgia, creo que el Señor me ha concedido la gracia de sentir con fuerza especial la que las Constituciones anteriores llamaban: la dimensión sacerdotal.
Por eso, considero también privilegio el haber podido participar dos días en el Congreso El ser sacerdotal.
Más que subrayar mis vivencias, quiero ahora recordar algunos flashes que me quedaron grabados de manera especial:
El sacerdote, hombre llamado a ser testigo de misericordia en un mundo herido. Puente entre dos orillas.
Los sacerdotes: servidores de la mediación de Cristo; no son ellos mediadores… Siempre puede haber en la Iglesia la tentación de volver al AT; en cambio es necesario estar abiertos al amor de Dios.
La absoluta unicidad de la mediación sacerdotal de Cristo, de la que el presbítero es sacramento, no admite suplencias ni sustituciones.
… nos apremia el amor de Cristo: el amor de Cristo es algo que a Pablo le ha sobrecogido, cautivado, seducido, atrapado. Texto particularmente importante en el conjunto de la carta
(2 Co 2, 14—7,4).

Agradecida al Señor por lo que he podido escuchar y aprender, siento más viva no sólo la responsabilidad, sino también y sobre todo el kairós de la vocación que la Trinidad santa ha sembrado en mi corazón casi desde niña. Vocación hermosa, misión actual que quiero seguir viviendo en alabanza, adoración y servicio.


En esta casi ya conclusión del Año Sacerdotal, me acompaña – junto con la abundante palabra del Santo Padre – el libro Acojamos a Cristo nuestro Sumo Sacerdote, del card. Albert Vanhoye, sj. Desde el inicio me impactó la reflexión sobre las primeras palabras de la carta a los Hebreos: Dios nos ha hablado. Hice mía la invitación: Podemos repensar la historia de la palabra de dios en nuestra vida: esto es un modo muy útil de unión con el Señor, porque en nuestra vida la palabra de dios ha sido decisiva en algunos momentos. Desde nuestra niñez, en nuestra adolescencia y todavía en nuestra vocación, son tantas las palabras del Señor que han tenido una influencia decisiva en nuestra vida. Este recuerdo debe desembocar en una plegaria de admiración: « ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿El hijo del hombre para que cuides de él?», y en una plegaria de amor agradecido.

Unas palabras de nuestra Madre general me inspiran y acompañan también en este momento ‘eclesial’. Os escribo en la alegría de este tiempo de Pascua, que resplandece en la fragilidad de la naturaleza humana. Expresamos nuestra solidaridad e intensificamos la oración por la persona del Santo Padre en su delicado cometido de guiar con firmeza la barca de Pedro. En efecto, la tormenta mediática de este último tiempo (…) no nos puede dejar indiferentes. Esto toca la naturaleza de nuestra identidad eclesial y nos impulsa a multiplicar la oración y las invenciones de la caridad apostólica especialmente a favor de los ministros ordenados, como es nuestra vocación de Pías discípulas.




No hay comentarios: