MARÍA, "MUJER EUCARÍSTICA" (IV)
CONCLUSIÓN
Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, a la que siempre va unida la resurrección, significa, en palabras del Siervo de Dios, asumir el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella[1].
Acabamos casi de celebrar el ‘Año paulino’. Y pienso en voz alta: si Pablo se atrevió a afirmar que para él la vida es Cristo (Flp 1, 21), y que Cristo Jesús casi se había convertido en el ‘sujeto’ de su misma existencia: no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gál 2,20), ¡con cuánta mayor razón podía afirmar esto la Virgen Madre, que tuvo una relación única con su Hijo, no sólo en los meses de la gestación, sino durante toda su vida!
Con el Hijo y como él, como madre y discípula, ella vivió en la escucha de la Palabra y en la obediencia de la fe.
Ella pudo decir también físicamente: Cristo vive en mí. Y, como afirma san Agustín: María concibió a su Hijo antes en la mente, en la fe, que en el seno[2].
Jesús mismo, acogiendo y respondiendo al piropo de la mujer que aclamó dichosa a aquélla que le había dado la vida y le había criado, pudo decir, incluyendo ciertamente a su Madre como primera entre ‘los dichosos’: dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 23).
Como María, la Iglesia, todos nosotros, digamos: todo honor y toda gloria al Padre, por, con, en Cristo, y en la unidad del Espíritu Santo.
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[1] Ibíd., 57
[2] san agustín, Ibíd.
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