jueves, 13 de mayo de 2010

EL DON PROMETIDO

En camino hacia el día Quincuagésimo de Pascua, preparados para acoger el Don prometido, los discípulos de Jesús, en las parroquias, en este mes de mayo están inmersos en la luz de la primavera, pero sobre todo en los luminosos domingos de Pascua.
La presencia del Señor, que se aparece resucitado, hace el Día del Señor. Vivimos este “Día” que, durando siete semanas, en el día quincuagésimo, el de la plenitud, concluye con las lenguas de fuego que purifican y encienden. Envían, hacen salir, testimoniar, anunciar las grandes obras de Dios.


Los niños y chavales que reciben los sacramentos pascuales de la iniciación cristiana alegran a todo el pueblo de Dios. La oración de la «Madre Iglesia» sobre y para estas tiernas plantitas, es solícita y constante.
Entre el Calvario y el Cenáculo, la Cincuentena pascual está toda ella habitada por la presencia orante de ‘la Madre’, la Hija de Sión, María. Junto a los Doce y a los discípulos y discípulas de su Hijo, ella es la “omnipotencia suplicante”, garantía de fe y motivo de segura esperanza para todos sus hijos e hijas.

A ella, la Virgen-Madre, la piedad cristiana le dedica este mes de mayo, iluminado por el sol de Pascua, más que por el de la primavera.
Con María nos preparamos a Pentecostés, la plenitud de la Pascua. Dejarnos formar por el Espíritu Santo a través de la liturgia, es el camino infalible para hacernos ‘cristianos’ discípulos y discípulas, configuradas y conformes a nuestro Maestro y Señor, hasta que el Padre complacido, pueda decir al mirarnos: ¡”hijo mío – hija mía”! Todo lo demás es pasajero.


Guiada por la liturgia especialmente jugosa de la semana VII de Pascua, en intensa invocación del DON PROMETIDO sobre la Iglesia entera, con María, Reina de los Apóstoles, la Madre de Jesús, con las mujeres y con todos los hermanos, suplico:

Ven. Espíritu Santo
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu AMOR.
Y con ‘la Madre’ orante en el Cenáculo:
Señor, Dios nuestro,
que has querido que la Madre de tu Hijo
estuviese presente y participase
en la oración de la primera comunidad cristiana.
Concédenos perseverar junto a ella
con un solo corazón y una sola alma
en la espera del ESPÍRITU,
y así gustar los frutos suaves u duraderos de nuestra redención. Amén.

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