El 27 de mayo celebra la Iglesia que peregrina en España
la Fiesta de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y abre la celebración solemne del X CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL.
Dos efemérides importantes, dentro del marco del ‘AÑO SACERDOTAL’,
ya casi en vísperas de su clausura.
Sigo viviendo con la intensidad y participación posible los dos acontecimientos y momentos litúrgicos, tan vinculados al carisma específico de las Discípulas del Divino Maestro.
La liturgia de la Palabra de la Fiesta establecía la profunda relación del Sacerdocio de Cristo Jesús con la Eucaristía: el texto evangélico tomado de Lucas 22, 14-20, no podía establecer de manera más profunda la íntima relación: Sacerdocio y Eucaristía:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» -
«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Comentando la promesa de la nueva Alianza en Jeremías (31, 31-34), el p. Vanhoye dice: El oráculo de Jeremías abre perspectivas maravillosas, pero no explica de qué modo podrá realizarse esta extraordinaria promesa de Dios. Nos lo revela, sin embargo, Jesús en la última cena, cuando instituye la Eucaristía. Jesús toma el cáliz y dice: “Esto es la sangre de mi Alianza.” La nueva Alianza debe estar fundada en la sangre, como la primera Alianza; no en la sangre de animales, sino en la sangre de Cristo, una sangre “derramada por muchos para remisión de los pecados”, según la promesa de la nueva Alianza: “Yo perdonaré su iniquidad” (Jr 31, 34).
Y concluía el cardenal en su meditación de Ejercicios al Santo Padre y a la Curia romana, con la invitación:
Meditemos, pues, sobre esta maravillosa promesa a la luz de la Eucaristía.
Pidamos la gracia de acoger verdaderamente esta promesa divina
y de percibir su extraordinaria novedad.
Es lo que, llegados de las diversas diócesis y rincones de España,
Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos,
hemos intentado vivir y queremos seguir
meditando, viviendo, adorando, celebrando, intercediendo
ante Jesús Maestro eucarístico, para que el fruto de este ‘kairós’ de gracia que es el Congreso, sea una vida de la Iglesia y de los cristianos asentada cada vez más abierta y establemente
sobre la Eucaristía: celebrada-adorada-vivida.
Siento que éste será el mejor servicio que hoy podemos ofrecer a nuestra sociedad, enferma y preocupada por tantos problemas.
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