martes, 17 de marzo de 2015

LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO: IMPLICACIONES CELEBRATIVAS, TEOLÓGICAS Y PASTORALES (III)

4. Algunas  consideraciones sobre el Rito de la exposición, la Adoración y la bendición eucarística  

Los números 91 y 92 se detienen con detalle sobre el ministro de la exposición; según las posibilidades, y por este orden: el presbítero, el diácono, el acólito, un ministro extraordinario de la Comunión u otra persona delegada por el Ordinario del lugar. El Ritual determina también la vestidura que han de llevar los ministros: desde el alba y la estola para el presbítero o diácono, hasta «un vestido que no desdiga de este ministerio» en los otros casos.

Para el rito de la exposición, merece atención particular el número 93, en el que se indica que el verdadero lugar de la exposición es el altar, cubierto con un mantel: «Póngase el copón o la custodia sobre la mesa del altar». Sigue la concesión – «se puede utilizar» – el trono o expositorio, con la condición de que no sea «en un lugar demasiado alto y distante».
Esta rúbrica ciertamente recuerda de forma por lo menos implícita, aunque también evidente, la relación entre la exposición eucarística y la celebración. Y para subrayarla de forma más explícita, pide que en la Misa que precede inmediatamente a la exposición, si se trata de la exposición solemne y prolongada, se consagre la hostia que se ha de exponer. (RSCCE 94).
Todo el desarrollo ritual de la exposición tiene el fin de explicitar que la adoración eucarística, el culto fuera de la Misa es prolongación de la Celebración, que es siempre el punto de referencia central. 

Al hablar de la exposición prolongada o breve de la sagrada Eucaristía, hemos recordado la importancia singular que tienen los dos números que tratan explícitamente de la adoración eucarística en el Ritual, los números 89 y 95. Ratifican ante todo un principio fundamental que ha de presidir el culto al Señor Jesús presente en las sagradas Especies: «que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo el Señor» (RSCCE 95); que la oración esté realmente centrada en la persona de Cristo Jesús.
Es muy importante esta recomendación, para que el tiempo de la adoración no decaiga en una piedad, sin incidencia en la vida cristiana, descentrada, en la que se intente quizás llenar el tiempo con otras prácticas de piedad o con moniciones o predicaciones que no lleven de manera directa a una mayor estima del misterio eucarístico.
Es importante, para favorecer esto, tener siempre presente la finalidad de la exposición solemne de la Eucaristía, como explicita el número 82 del Ritual, ya recordado más arriba. Ciertamente  puede ayudar para vivir el espíritu de la adoración eucarística, según la mens Ecclesia, tener presente lo que sugiere el mismo número 95 del Ritual, como ya lo hacía el número 89: lectura de la sagrada Escritura, cantos, preces, y que no falte «el silencio sagrado».
Una concesión positiva para la exposición durante un tiempo prolongado es la posibilidad de celebrar alguna hora de la Liturgia de las Horas ante el Santísimo (RSCCE 96). Considerando la adoración como una «prolongación de la gracia del sacrificio», y medio para fomentar las «disposiciones debidas que permitan celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre» (RSCCE 80), este número del Ritual coincide con los contenidos del párrafo de la Ordenación General de la Liturgia de las Horas número 12: «por su medio las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y, por él, al Padre en nombre de todo el mundo».
En este número 96 se habla de «exposición durante un tiempo prolongado». Entonces es cuando tiene pleno sentido la unión de la adoración con una Hora del Oficio divino. Con ello, las prerrogativas del misterio eucarístico se extienden a las diversas horas del día o de la noche.
Resulta claro, pensamos, que, así como no se expone el Santísimo únicamente para dar la bendición, tampoco se expone únicamente para celebrar las Vísperas u otra Hora del Oficio.  

Los números 97-99 del Ritual son de carácter ritual y ofrecen las rúbricas relativas a la Bendición  eucarística «hacia el final de la adoración», cuando preside el «ministro ordinario», sacerdote o diácono. El número 98 contiene también la oración antes de la bendición. Ya el número 91 había determinado que, en caso de que no haya ministro ordinario, los otros ‘ministros’ omitida la bendición, «al final de la adoración, guardan el Sacramento en el sagrario», sin ningún otro rito particular. 

De forma muy breve, el Ritual cierra todo esta parte dedicada a la exposición de la sagrada Eucaristía con la normativa relativa a la reserva del Sacramento en el sagrario. No ofrece ningún comentario a este rito, que es muy simple; sólo se indica que el pueblo puede hacer alguna aclamación.
Hablando de la reserva eucarística, puede ser oportuno recordar el número 5 de este Ritual, por su importancia; de forma clara y concisa expone «la finalidad de la reserva de la Eucaristía». Creo que ha sido la comprensión de esta «finalidad» la que ha estado como leitmotiv, motivación teológica de todo el tema sobre la exposición y adoración del Señor Jesús en el Misterio eucarístico. «El fin primero y primordial de la reserva de la Eucaristía fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento. Pues la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias…».

5.     Las Procesiones  eucarísticas

La segunda forma de culto a la Eucaristía, que recuerda el Ritual, es la de las Procesiones eucarísticas, que podemos considerar una forma particular de «exposición del Santísimo». En efecto, Jesucristo, presente en la custodia, recorre y «se expone» para su pueblo, que hace testimonio público de su fe y piedad hacia él, presente real y sustancialmente en la Eucaristía.

Corpus Christi en la parroquia de Sta. Teresa de Toledo
Entre estas procesiones, «reviste especial importancia y significación en la vida pastoral de la parroquia o de la ciudad la que suele celebrarse todos los años en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo» (RSCCE n. 102).
Creemos que sigue siendo actual su significación también hoy, como signo colectivo de fe y de adoración. Naturalmente el Ritual recuerda que es responsabilidad de los pastores el tener en cuenta estas mismas «circunstancias», a la hora de organizar las procesiones por las calles de los pueblos y ciudades.
En el apartado relativo a las procesiones eucarísticas, se encuentra la referencia que éstas también siempre han de tener con la celebración de la Eucaristía: «Conviene que la procesión con el santísimo Sacramento se celebre a continuación de la Misa, en la que se consagre la hostia que se ha de llevar en procesión». (n. 103).
El número siguiente (104), habla sobre el ornato de las calles y plazas, por donde pasará la sagrada Eucaristía, y permite también que se hagan algunas paradas incluso con la bendición eucarística.
Se recuerda el principio que ya hemos subrayado comentando el n. 95 de este Ritual:«que los cantos y oraciones que se tengan se ordenarán a que todos manifiesten su fe en Cristo y se dediquen solamente al Señor».
También se determinan las vestiduras del sacerdote que lleva el Sacramento: pueden ser las mismas que en la Misa o la capa pluvial. (n.  105).
Se pueden utilizar cirios, incienso y palio, «según los usos de la región» (n. 106).
En el número 107 se expresa casi el deseo de que la procesión eucarística «vaya de una iglesia a otra, aunque, si las circunstancias lo aconsejan, puede volver a la misma iglesia  de la que salió».
Se concluye la procesión, lo mismo que la adoración, con la bendición eucarística «con la que acaba la procesión y se reserva el santísimo Sacramento».  

6.     Los Congresos eucarísticos

Son una «peculiar manifestación del culto eucarístico, como una “Statio”.  Su característica, especialmente si son internacionales, pero también los nacionales o diocesanos, es que la iniciativa parte de «una Iglesia local que invita a otras Iglesias de la región o de la nación o del mundo entero», para realizar el fin principal de los Congresos eucarísticos: «profundizar juntamente el misterio de la Eucaristía bajo algún aspecto particular, y venerarlo públicamente con el vinculo de la caridad y de la unidad».
El Ritual recuerda los elementos que deben estar presentes en un Congreso eucarístico:
a)      «Una catequesis más profunda y acomodada a la cultura de los diversos grupos humanos acerca de la Eucaristía,… misterio de Cristo viviente y operante en la Iglesia;
b)       participación más activa en la sagrada liturgia, que fomente la escucha religiosa de la palabra de Dios y el sentido fraterno de la comunidad;
c)      Una investigación de los recursos y la puesta en marcha de obras sociales para la promoción humana y para la debida comunicación de bienes…: para que el fermento evangélico se difunda desde la mesa eucarística por todo el orbe» (n. 111).
El tercer elemento pone en evidencia la inescindible unidad entre la Eucaristía y la caridad, la caridad interpersonal y la caridad social. Tema importantísimo que cada vez los congresos eucarísticos nos vuelven a recordar, y estas «obras sociales» permanecen como «monumentum», memoria de la fe y de la celebración pública del misterio eucarístico y «fuerza de edificación de la sociedad actual y prenda de la futura».
El último número del Ritual sobre la sagrada comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa vuelve sobre el que ha sido como la línea roja de todo el Ritual: la centralidad de la Celebración eucarística en  todo el desarrollo del Congreso.
El Ritual pide explícitamente: «La celebración de la Eucaristía sea verdaderamente el centro y la culminación a la que se dirijan todos los proyectos y los diversos ejercicios de piedad».
Y no podía faltar, en este apartado la invitación al culto eucarístico fuera de la Misa: que haya «adoración prolongada ante el santísimo Sacramento expuesto, en determinadas iglesias…».
Cuando las condiciones sociales y religiosas del lugar lo permitan, se hará también una procesión eucarística.  (n. 112).
Con este número concluye el Ritual, toda la parte dedicada a los Prenotandos sobre la sagrada Comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa. Siguen, como en todos los Rituales de los Sacramentos, Textos de la Palabra de Dios y de la eucología para la celebración de la sagrada comunión y para el tiempo de adoración a la sagrada Eucaristía.

7. Conclusión

Dando una mirada de conjunto a todo el capítulo III del Ritual, se observa que las implicaciones celebrativas y rituales en todo momento han sido motivadas por implicaciones teológicas y pastorales, explicitadas casi siempre en sus ‘Observaciones previas o Prenotandos’.
Subrayaremos sólo algunas de las que nos parecen más evidentes e importantes para la piedad eucarística.
Algunos elementos celebrativos relativos al ornato en la exposición, a los cirios que hay que encender durante la exposición del Sacramento, la prohibición de celebrar la Misa en la misma nave donde está expuesto el Santísimo, están justificadas por principios teológicos, que el mismo Ritual se encarga de enumerar. El ornato y modo de la exposición tiene que recordar ante todo el fin de la exposición, y también tiene que tener en cuenta dos principios teológicos importantes, uno positivo y otro negativo: que manifieste su relación con la Misa y que no oscurezca el deseo del Señor en la institución de la Eucaristía: la Eucaristía ha sido instituida por Jesús ante todo “para ser ‘alimento’: «Tomad y comed…Tomad y bebed».  
Es principio dogmático  que la Iglesia ha mantenido siempre, explicito de manera directa en el Concilio de Trento. Un principio que, no entendido según la mens Ecclesia, ha llevado a no pocos a poner en duda la ortodoxia la adoración eucarística fuera de la Misa.
Se ha escrito y debatido abundantemente sobre este tema.
El Papa emérito Benedicto XVI en el n. 66 de la Sacramentum Caritatis, ya citado más arriba, escribe: «Una objeción se basaba en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento. Ya decía san Agustín: “nadie come de esta carne sin antes adorarla”».
    También aparece bien explícita en el Ritual la relación entre el Sacrificio eucarístico y el culto de adoración: como subtítulo que abre los Prenotandos del Ritual, y vuelve a ser subtítulo en la parte relativa a la exposición. Y l n. 80 resume con pocas palabras, pero con claridad este principio, que está en la base de toda la doctrina sobre la adoración eucarística: «Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual».
La prohibición de celebrar la Misa en la misma nave donde está la exposición de la Eucaristía, ofrece una razón importante para la teología eucarística de la adoración: «la exposición tiende a llevar a los fieles a la comunión interna». Tiende a que el adorador se prepare a la celebración eucarística «con las debidas disposiciones». Al mismo tiempo, la oración silenciosa ante la Eucaristía favorece la asimilación de la Palabra y de las actitudes de Jesús, hasta el punto de hacer propias sus intenciones, y sentimientos. La adoración eucarística  tiende a ser verdadera «comunión espiritual», comunión en el Espíritu, que lleve al adorador a la unidad de vida con Cristo Jesús (cf. Ga 2,20).
Ya hemos intentado subrayar alguna otra confluencia de implicaciones celebrativas con la doctrina sobre la Eucaristía, por ejemplo el n. 85 relativo al número de las velas que se encienden: «las mismas que en la Misa». Es importante el principio expuesto, porque los signos: velas, flores, cantos, etc. son expresión de los principios que se viven.
Recordando muchas adoraciones eucarísticas y horas santas en años anteriores a la reforma del Vaticano II,  vemos que la manifestación a través de los signos: luces, velas, música, oraciones hacían pensar y sentir la adoración  era como el momento culminante, la más grande expresión de la fe y adoración de la santísima Eucaristía.
No criticamos aquellas adoraciones. Ciertamente muchas personas se han santificado viviendo aquella espiritualidad y formas de expresión de la piedad eucarística. Yo recuerdo personalmente el impacto que recibí entrando en la Congregación de las Discípulas del Divino Maestro, con la solemne exposición del Santísimo desde la Misa de la mañana hasta la bendición eucarística por la tarde. Lo recuerdo con gratitud, mientras doy sinceras gracias a Dios por la reforma litúrgica.
Por obra del Espíritu Santo, presente y vivo en la Iglesia, los padres conciliares del Vaticano II y la reforma sucesiva nos han regalado la Constitución litúrgica, la instrucción EM y el Ritual que hemos intentado presentar. Podemos decir, agradecidos, que hoy se vive el principio que es como núcleo de toda la teología y piedad eucarísticas: «La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana…, es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa».


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Concepción González, pddm


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