3. VARIAS FORMAS DE CULTO A LA SAGRADA EUCARISTÍA
Nos detenemos en el capítulo III se abre con tres
números de introducción general al culto a la Eucaristía en los que se perfila
una verdadera teología eucarística y litúrgica.
Comienza el número
79, recomendando «con empeño» la
devoción a la Eucaristía , «también fuera de la Misa». Con
este número, ya de entrada, por lo menos implícitamente, se reconoce que el
culto, la adoración al Misterio eucarístico, tiene un primer momento, que es «la
celebración del sacrificio eucarístico», «fuente y punto culminante de toda la
vida cristiana», y «el origen y el fin del culto a la Eucaristía fuera de la
Misa» (RSCCE n. 2). El inciso «también fuera de la Misa», parece querer
indicar que el culto de adoración es como prolongación de la celebración, doctrina
que declara explícitamente el Ritual en
sus primeros números: «para prolongar la gracia del sacrificio» (RSCCE, n 4).
Todo
esto nos lleva a afirmar, ya desde el principio, que el culto a la Eucaristía fuera de la Misa , la adoración
eucarística, no es tanto un «momento extracelebrativo», cuanto la actitud que
corresponde a todo acercamiento a la Eucaristía , partiendo del momento de la misma
celebración.
Es precisamente la celebración la que suscita y forma «los verdaderos
adoradores en Espíritu y en verdad». Por eso, el culto eucarístico nunca será
un sustitutivo de la Misa ;
el Santísimo Sacramento prolonga la presencia del Señor y su sacrificio,
suscita el deseo de la plena comunión sacramental, actualiza y profundiza la
gracia de la participación en el Memorial del Señor.
Escribe el Papa emérito Benedicto XVI a este propósito: «La adoración
eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la
cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia … La adoración
prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica» (SCa,
n. 66).
El número 79
pide también la distribución de los «ejercicios piadosos» en el contexto del
año litúrgico, de forma que se pueda
facilitar y conseguir la unidad, y evitar así toda posible confusión y estridencia entre liturgia y
devociones. De lo que se trata en realidad es, no de un ‘panliturgismo’,
sino de la armonización y jerarquización de los varios aspectos y dimensiones
del Misterio eucarístico, teniendo en cuenta las disposiciones precisas del número
13 de la Constitución
conciliar sobre la sagrada Liturgia.
El número
siguiente amplía la reflexión sobre estos mismos principios, sobre la relación entre la adoración y la Misa (cf. también EM 50); con
equilibrio, sitúa el culto de la presencia real entre el sacrificio eucarístico,
del que procede, y la comunión a la que se destina.
El creyente que adora a Cristo Jesús en la Eucaristía es así invitado
a tener siempre presentes los dos momentos de la presencia eucarística: la Misa como origen y la
comunión como fin.
El culto de adoración no se presenta, pues, en el
Ritual como un momento cerrado de coloquio adorante, sino como prolongación,
mistagogía, que lleva a «participar más plenamente en el misterio pascual, y
a responder con agradecimiento al don de aquel que por medio de su humanidad
infunde continuamente la vida en los miembros de su Cuerpo».
Jesucristo presente en el Sacramento es el mismo
que, por la invocación del Espíritu Santo y en virtud de las palabras de la Institución , está vivo
en el corazón de la celebración eucarística: Cristo muerto y resucitado, el
Sacerdote y Mediador que conduce al Padre, la Víctima que reconcilia y
que se nos da en alimento.
La presencia real y sustancial del Señor en el
sagrario, o expuesto en el altar, es un recordatorio, un verdadero memorial del
Sacrificio eucarístico del cual proviene, y de la comunión sacramental y
espiritual a la que tiende como objetivo final y consumación plena. La fe en
esta realidad lleva a tener presente en la mentalidad, en la oración y en la
vida la inseparable unidad entre la adoración eucarística y la celebración: «la piedad que
impulsa a los fieles a adorar la santa Eucaristía los lleva a participar más
plenamente en el misterio pascual».
Porque el tiempo prolongado y el «trato
admirable» del que saca el cristiano «aumento de fe,
esperanza y caridad», fomenta al mismo tiempo «las
disposiciones debidas» para celebrar «con la devoción conveniente el memorial
del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre».
El número 81
expone otro principio: la relación profunda entre la oración ante la Eucaristía y la
comunión sacramental, subrayando el fin común que une la adoración eucarística
y la sagrada comunión. Ambas tienden a la «comunión = común-unión» con Cristo
el Señor: «la Presencia proviene del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental
y espiritual».
Jesucristo en la comunión renueva el «pacto» que nos impulsa a mantener en nuestras costumbres y en la vida lo que
a través de los «gestos y las palabras» de la celebración eucarística hemos
celebrado y recibido por la fe y el sacramento. Se subraya aquí el principio de
la conexión profunda entre celebración-adoración-vida, porque la vida
eucarística se ha de manifestar también «en las costumbres», para que, «con alegría y fortaleza»,
discurran en el esfuerzo «por impregnar al mundo del espíritu cristiano»,
siendo así «testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana».
3.1. La exposición de la sagrada
Eucaristía
Con el número
82 el Ritual pasa a tratar el tema de la primera forma de culto a
la Eucaristía
fuera de la Misa : la «exposición del Santísimo Sacramento», recordando de nuevo cuanto
se ha dicho sobre la doble finalidad de la exposición: «lleva a
reconocer la maravillosa presencia de Cristo e invita a la unión de corazón con
él». De esta forma, el Ritual subraya la relación entre
el culto eucarístico y la comunión sacramental: la adoración «invita a una
unión con Cristo que culmina en la comunión sacramental». Y pide que la relación con la
Misa aparezca claramente en los signos de la misma exposición
del Santísimo Sacramento, evitando «…cuidadosamente todo lo que en algún modo pueda oscurecer el deseo de Cristo, que
instituyó la Eucaristía
ante todo para que fuera nuestro alimento».
En el número siguiente se prohíbe celebrar la Misa «durante el tiempo en
que está expuesto el Santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia u
oratorio». Y la razón que se ofrece para explicar la prohibición destaca de
nuevo la relación, casi la comparación, entre la exposición del Sacramento y la
celebración de la sagrada Eucaristía, explicando cómo en realidad el verdadero
fin de la exposición es el de «llevar a los fieles a la comunión interna», que, por otra parte, se «incluye de manera más perfecta en la celebración» (cf también SC 55).
Parece que el leitmotiv del Ritual, como ya lo era de
Teniendo en cuenta el desarrollo de la piedad eucarística a lo largo de la historia de la Iglesia , reconocemos que se había hecho necesario
y urgente aclarar y subrayar este principio, que se demostró providencial al
aportar el indispensable equilibrio a la teología y la espiritualidad
eucarísticas. El Espíritu Santo, que, según la promesa de Jesús,
conduce a su Iglesia a la verdad plena, la ilumina según las necesidades, a lo
largo de toda su historia.
3.2. Algunos aspectos
que hay que observar en la exposición del Santísimo
Dentro de las «Observaciones previas» relativas a la exposición de la sagrada Eucaristía, el Ritual dedica
dos breves números – el 84 y 85 – a «algunas
cosas que hay que observar en la exposición». Se deben tener en cuenta, ante
todo unas rúbricas sencillas, pero que nacen como consecuencia del principio
recién citado de equilibrio entre los distintos momentos o aspectos del
Misterio eucarístico:
-
delante del Santísimo Sacramento,
presente en el sagrario o expuesto a la adoración pública, «se hace
genuflexión sencilla»;
-
y el número de cirios o velas que
se encienden, para la exposición han de ser «los mismos que en la Misa».
Pienso que no importa tanto la concreción de estas
rúbricas, a las que no habrá quizás que dedicar mucho tiempo ni profundización; sin
embargo, parece evidente en la
Iglesia el interés y deseo de que el culto a la Eucaristía , también en
los ritos, gestos, símbolos, etc., «manifieste su relación con la Misa», que es siempre el momento central, el culmen de todos los actos y
ejercicios de piedad hacia la
Eucaristía.
3.2.1. Exposición
prolongada
Después de estas rúbricas sencillas, el Ritual en
los tres números siguientes habla de la exposición prolongada de la Eucaristía.
En el número 86 presenta la
exposición prolongada de la
Eucaristía , «cada año», como una recomendación de la madre
Iglesia, explicando también su finalidad propia: «… que la comunidad local
pueda meditar y adorar más intensamente este misterio». Al mismo tiempo, establece una condición, que justifica también la
duración que se extiende durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente
continuado: «Esta exposición se hará solamente si se prevé una asistencia
conveniente de fieles». Como se ve, el carácter «comunitario»
de la participación y presencia de adoradores es importante e incluso
determinante en el caso de la exposición solemne y prolongada en el tiempo.
El número 63 de la Instrucción EM , de
donde está tomado el contenido de este número del Ritual, recuerda también otra
condición, que aquí se omite, lo mismo que en el número 89, tomado del número
66 de EM: «con el permiso del Ordinario del lugar, y según las normas establecidas».
La referencia al Ordinario del lugar se menciona explícitamente en el número 87, al hablar nuevamente del «Santísimo
Sacramento, expuesto durante algún tiempo más prolongado en las iglesias más
frecuentadas por los fieles», en caso de alguna necesidad
grave.
El número
88 determina sólo las posibilidades de reservar el Santísimo
Sacramento en horas previamente determinadas, cuando falte un número
conveniente de adoradores. Esta
precisión parece que vuelve a incidir sobre el carácter comunitario de la
exposición prolongada (cf. nn. 86-88).
3.2.2.
Exposición breve
Sobre la exposición breve de la sagrada
Eucaristía, que no tiene determinación de tiempo, trata el número 89, que coincide en gran parte con lo que establece el número
95, al hablar concretamente de la adoración. No se puede exponer el Santísimo únicamente
para dar la bendición.
Y, principio importante, que pone de relieve el
espíritu de la adoración eucarística: «antes de la bendición con
el Santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la Palabra de Dios, a los
cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún
tiempo».
No se determina el tiempo, pero por el contenido de
la adoración, se comprende que la exposición de la sagrada Eucaristía no es un
rito al que se recurre para cualquier momento de oración. Exige que se le
dedique un tiempo para la lectura de la Palabra , las preces y la oración silenciosa ante
el Señor.
Exponer el Santísimo Sacramento con demasiada
facilidad, para cualquier rato en que se disponga de un poco de tiempo, no
responde, pienso, a la finalidad que expresaba el número 82 del Ritual, tomado
del número 60 de la EM ,
y que merece la pena volver a explicitar: «la exposición de la sagrada
Eucaristía… lleva a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo e
invita a la unión de corazón con él…». Éste es
el fin por el que se “expone” la sagrada Eucaristía, y es importante subrayar
también el elemento que se recuerda explícitamente en los números 89 y 95: «la oración en silencio prolongada durante algún
tiempo».
Quizás sea precisamente el «silencio» uno de los
elementos propios y que más atrae e invita a la adoración, especialmente a las
jóvenes generaciones. La liturgia renovada pide expresamente el silencio no
sólo en la adoración extra Missam, sino en varios momentos de la celebración
eucarística, momentos que dan a la celebración un ritmo sereno que permite a
todos ir sintonizando con lo que celebran, oyen y dicen. Este silencio, con el
adjetivo de «sagrado» ya se había pedido en la SC entre los elementos que ayudan a «promover la
participación activa», que es la principal preocupación de toda la reforma
litúrgica conciliar: aclamaciones, respuestas, salmodia, antífonas, cantos,
acciones o gestos y posturas corporales…un silencio sagrado (SC n. 30).
Es importante
destacar la motivación que ofrece el número 202 de la Ordenación General
de la Liturgia
de las Horas renovada: «… para lograr la plena resonancia de la voz del
Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración
personal con la Palabra
de Dios y la voz pública de la
Iglesia , es
lícito
dejar un espacio se silencio…».
La oración ante la Eucaristía , el silencio
de la adoración, que prepara una más conveniente participación en la
celebración eucarística, nos dispone también a entrar en el misterio y el
tiempo de Dios, en la nube de Dios que nos envuelve a todos; en la teofanía en
la que el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la
salvación del mundo (cf. Papa Francisco, homilía 10.02.2014 ).
En los números 89
y 95 el Ritual invita a vivir la adoración, intercalando momentos de silencio,
plegarias, cantos y textos bíblicos con homilía, que tengan conexión directa con
el misterio eucarístico.
Después de hablar del culto a la Eucaristía en general, el número 90 del Ritual recuerda la exposición
del Santísimo, la adoración en las comunidades religiosas, en las
que la adoración forma parte del carisma del Instituto, tal y como ha sido
aprobado por la Iglesia.
En estas comunidades se aseguraría entonces la
continuidad, junto a la intensificación del espíritu de adoración, aunque el
número de adoradores se tenga que reducir, según las posibilidades de las
varias comunidades (cf RSCCE 90). El
Ritual subraya la razón fundamental de esta concesión: «… también de esta forma, según las
normas del Instituto, aprobadas por la Iglesia , ellos adoran y ruegan a Cristo, el
Señor, en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia».
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