lunes, 23 de marzo de 2015

LA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO: IMPLICACIONES CELEBRATIVAS, TEOLÓGICAS Y PASTORALES (II)

3.   VARIAS FORMAS DE CULTO A LA SAGRADA EUCARISTÍA

Nos detenemos en el capítulo III se abre con tres números de introducción general al culto a la Eucaristía en los que se perfila una verdadera teología eucarística y litúrgica.
Comienza el número 79, recomendando «con empeño» la devoción a la Eucaristía,  «también fuera de la Misa». Con este número, ya de entrada, por lo menos implícitamente, se reconoce que el culto, la adoración al Misterio eucarístico, tiene un primer momento, que es «la celebración del sacrificio eucarístico», «fuente y punto culminante de toda la vida cristiana», y «el origen y el fin del culto a la Eucaristía fuera de la Misa» (RSCCE n. 2). El inciso «también fuera de la Misa», parece querer indicar que el culto de adoración es como prolongación de la celebración, doctrina que  declara explícitamente el Ritual en sus primeros números: «para prolongar la gracia del sacrificio» (RSCCE, n 4).
Todo esto nos lleva a afirmar, ya desde el principio, que el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, la adoración eucarística, no es tanto un «momento extracelebrativo», cuanto la actitud que corresponde a todo acercamiento a la Eucaristía, partiendo del momento de la misma celebración.
Es precisamente la celebración la que suscita y forma «los verdaderos adoradores en Espíritu y en verdad». Por eso, el culto eucarístico nunca será un sustitutivo de la Misa; el Santísimo Sacramento prolonga la presencia del Señor y su sacrificio, suscita el deseo de la plena comunión sacramental, actualiza y profundiza la gracia de la participación en el Memorial del Señor.
Escribe el Papa emérito Benedicto XVI a este propósito: «La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia… La adoración prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica» (SCa, n. 66).
El número 79 pide también la distribución de los «ejercicios piadosos» en el contexto del año litúrgico, de forma que  se pueda facilitar y conseguir la unidad, y evitar así toda posible confusión  y estridencia entre liturgia y devociones. De lo que se trata en realidad es, no de un ‘panliturgismo’, sino de la armonización y jerarquización de los varios aspectos y dimensiones del Misterio eucarístico, teniendo en cuenta las disposiciones precisas del número 13 de la Constitución conciliar sobre la sagrada Liturgia.
El número siguiente amplía la reflexión sobre estos mismos principios, sobre  la relación entre la adoración y la Misa (cf. también EM 50); con equilibrio, sitúa el culto de la presencia real entre el sacrificio eucarístico, del que procede, y la comunión a la que se destina.
El creyente que adora a Cristo Jesús en la Eucaristía es así invitado a tener siempre presentes los dos momentos de la presencia eucarística: la Misa como origen y la comunión como fin.
El culto de adoración no se presenta, pues, en el Ritual como un momento cerrado de coloquio adorante, sino como prolongación, mistagogía, que lleva a «participar más plenamente en el misterio pascual, y a responder con agradecimiento al don de aquel que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida en los miembros de su Cuerpo».
Jesucristo presente en el Sacramento es el mismo que, por la invocación del Espíritu Santo y en virtud de las palabras de la Institución, está vivo en el corazón de la celebración eucarística: Cristo muerto y resucitado, el Sacerdote y Mediador que conduce al Padre, la Víctima que reconcilia y que se nos da en alimento.
La presencia real y sustancial del Señor en el sagrario, o expuesto en el altar, es un recordatorio, un verdadero memorial del Sacrificio eucarístico del cual proviene, y de la comunión sacramental y espiritual a la que tiende como objetivo final y consumación plena. La fe en esta realidad lleva a tener presente en la mentalidad, en la oración y en la vida la inseparable unidad entre la adoración eucarística y la celebración: «la piedad que impulsa a los fieles a adorar la santa Eucaristía los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual».
Porque el tiempo prolongado y el «trato admirable» del que saca el cristiano «aumento de fe, esperanza y caridad», fomenta al mismo tiempo «las disposiciones debidas» para celebrar «con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre».
El número 81 expone otro principio: la relación profunda entre la oración ante la Eucaristía y la comunión sacramental, subrayando el fin común que une la adoración eucarística y la sagrada comunión. Ambas tienden a la «comunión = común-unión» con Cristo el Señor: «la Presencia proviene del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual».
Jesucristo en la comunión renueva el «pacto» que nos impulsa a mantener en nuestras costumbres y en la vida lo que a través de los «gestos y las palabras» de la celebración eucarística hemos celebrado y recibido por la fe y el sacramento. Se subraya aquí el principio de la conexión profunda entre celebración-adoración-vida, porque la vida eucarística se ha de manifestar también «en las costumbres», para que, «con alegría y fortaleza», discurran en el esfuerzo «por impregnar al mundo del espíritu cristiano», siendo así «testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana».
La Eucaristía es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne alrededor suyo para alimentarnos con su palabra y con su vida. Esto significa que la misión y la identidad misma de la Iglesia dimanan de la Eucaristía, y de ella toman siempre su forma. «A través de la Eucaristía Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, de forma que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida».

3.1. La  exposición de la sagrada Eucaristía

Con el número 82 el Ritual pasa a tratar el tema de la primera forma de culto a la Eucaristía fuera de la Misa: la «exposición del Santísimo Sacramento», recordando de nuevo cuanto se ha dicho sobre la doble finalidad de la exposición: «lleva a reconocer la maravillosa presencia de Cristo e invita a la unión de corazón con él». De esta forma, el Ritual subraya la relación entre el culto eucarístico y la comunión sacramental: la adoración «invita a una unión con Cristo que culmina en la comunión sacramental». Y pide que la relación con la Misa aparezca claramente en los signos de la misma exposición del Santísimo Sacramento, evitando  «…cuidadosamente todo lo que en algún modo pueda oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento».
En el número siguiente se prohíbe celebrar la Misa «durante el tiempo en que está expuesto el Santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia u oratorio». Y la razón que se ofrece para explicar la prohibición destaca de nuevo la relación, casi la comparación, entre la exposición del Sacramento y la celebración de la sagrada Eucaristía, explicando cómo en realidad el verdadero fin de la exposición es el de «llevar a los fieles a la comunión interna», que, por otra parte, se «incluye de manera más perfecta en la celebración» (cf también SC 55).


Parece que el leitmotiv del Ritual, como ya lo era de la EM, es el principio de la unidad de todo el Misterio eucarístico. Lo dice claramente el número 4: «Para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, hay que considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio».
Teniendo en cuenta el desarrollo de la piedad eucarística a lo largo de la historia de la Iglesia, reconocemos que se había hecho necesario y urgente aclarar y subrayar este principio, que se demostró providencial al aportar el indispensable equilibrio a la teología y la espiritualidad eucarísticas. El Espíritu Santo, que, según la promesa de Jesús, conduce a su Iglesia a la verdad plena, la ilumina según las necesidades, a lo largo de toda su historia.

3.2. Algunos aspectos que hay que observar en la exposición del Santísimo

Dentro de las «Observaciones previas» relativas a la exposición de la sagrada Eucaristía, el Ritual dedica dos breves números – el 84 y 85 – a «algunas cosas que hay que observar en la exposición». Se deben tener en cuenta, ante todo unas rúbricas sencillas, pero que nacen como consecuencia del principio recién citado de equilibrio entre los distintos momentos o aspectos del Misterio eucarístico:
-          delante del Santísimo Sacramento, presente en el sagrario o expuesto a la adoración pública, «se hace genuflexión sencilla»;
-          y el número de cirios o velas que se encienden, para la exposición han de ser «los mismos que en la Misa».
Pienso que no importa tanto la concreción de estas rúbricas, a las que no habrá quizás que  dedicar mucho tiempo ni profundización; sin embargo, parece evidente en la Iglesia el interés y deseo de que el culto a la Eucaristía, también en los ritos, gestos, símbolos, etc., «manifieste su relación con la Misa», que es siempre el momento central, el culmen de todos los actos y ejercicios de piedad hacia la Eucaristía.

3.2.1. Exposición prolongada

Después de estas rúbricas sencillas, el Ritual en los tres números siguientes habla de la exposición prolongada de la Eucaristía. En el número 86 presenta la exposición prolongada de la Eucaristía, «cada año», como una recomendación de la madre Iglesia, explicando también su finalidad propia: «… que la comunidad local pueda meditar y adorar más intensamente este misterio». Al mismo tiempo, establece una condición, que justifica también la duración que se extiende durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado: «Esta exposición se hará solamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles». Como se ve, el carácter «comunitario» de la participación y presencia de adoradores es importante e incluso determinante en el caso de la exposición solemne y prolongada en el tiempo.
El número 63 de la Instrucción EM, de donde está tomado el contenido de este número del Ritual, recuerda también otra condición, que aquí se omite, lo mismo que en el número 89, tomado del número 66 de EM: «con el permiso del Ordinario del lugar, y según las normas establecidas».
La referencia al Ordinario del lugar se menciona explícitamente en el número 87, al hablar nuevamente del «Santísimo Sacramento, expuesto durante algún tiempo más prolongado en las iglesias más frecuentadas por los fieles», en caso de alguna necesidad grave.
El número 88 determina sólo las posibilidades de reservar el Santísimo Sacramento en horas previamente determinadas, cuando falte un número conveniente de adoradores. Esta precisión parece que vuelve a incidir sobre el carácter comunitario de la exposición prolongada (cf. nn. 86-88).

3.2.2. Exposición breve

Sobre la exposición breve de la sagrada Eucaristía, que no tiene determinación de tiempo, trata el número 89, que coincide en gran parte con lo que establece el número 95, al hablar concretamente de la adoración. No se puede exponer el Santísimo únicamente para dar la bendición.
Y, principio importante, que pone de relieve el espíritu de la adoración eucarística: «antes de la bendición con el Santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la Palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo».
No se determina el tiempo, pero por el contenido de la adoración, se comprende que la exposición de la sagrada Eucaristía no es un rito al que se recurre para cualquier momento de oración. Exige que se le dedique un tiempo para la lectura de la Palabra, las preces y la oración silenciosa ante el Señor.
Exponer el Santísimo Sacramento con demasiada facilidad, para cualquier rato en que se disponga de un poco de tiempo, no responde, pienso, a la finalidad que expresaba el número 82 del Ritual, tomado del número 60 de la EM, y que merece la pena volver a explicitar: «la exposición de la sagrada Eucaristía… lleva a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo e invita a la unión de corazón con él…». Éste es el fin por el que se “expone” la sagrada Eucaristía, y es importante subrayar también el elemento que se recuerda explícitamente en los números 89 y 95: «la oración en silencio prolongada durante algún tiempo».
Quizás sea precisamente el «silencio» uno de los elementos propios y que más atrae e invita a la adoración, especialmente a las jóvenes generaciones. La liturgia renovada pide expresamente el silencio no sólo en la adoración extra Missam, sino en varios momentos de la celebración eucarística, momentos que dan a la celebración un ritmo sereno que permite a todos ir sintonizando con lo que celebran, oyen y dicen. Este silencio, con el adjetivo de «sagrado» ya se había pedido en la SC entre los elementos que ayudan a «promover la participación activa», que es la principal preocupación de toda la reforma litúrgica conciliar: aclamaciones, respuestas, salmodia, antífonas, cantos, acciones o gestos y posturas corporales…un silencio sagrado (SC n. 30).
 Es importante destacar la motivación que ofrece el número 202 de la Ordenación General de la Liturgia de las Horas renovada: «… para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la Palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio se silencio…».
La oración ante la Eucaristía, el silencio de la adoración, que prepara una más conveniente participación en la celebración eucarística, nos dispone también a entrar en el misterio y el tiempo de Dios, en la nube de Dios que nos envuelve a todos; en la teofanía en la que el Señor se hace presente en el altar para ser ofrecido al Padre por la salvación del mundo (cf. Papa Francisco, homilía 10.02.2014).
En los números 89 y 95 el Ritual invita a vivir la adoración, intercalando momentos de silencio, plegarias, cantos y textos bíblicos con homilía, que tengan conexión directa con el misterio eucarístico.

Después de hablar del culto a la Eucaristía en general, el número 90 del Ritual recuerda la exposición del Santísimo, la adoración en las comunidades religiosas, en las que la adoración forma parte del carisma del Instituto, tal y como ha sido aprobado por la Iglesia.

En estas comunidades se aseguraría entonces la continuidad, junto a la intensificación del espíritu de adoración, aunque el número de adoradores se tenga que reducir, según las posibilidades de las varias comunidades (cf RSCCE 90).  El Ritual subraya la razón fundamental de esta concesión: «también de esta forma,  según las normas del Instituto, aprobadas por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo, el Señor, en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia».

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