martes, 3 de abril de 2012

CRISTO POR NOSOTROS SE SOMETIÓ INCLUSO A LA MUERTE

SE ACERCAN YA LOS DÍAS SANTOS...
Lectura del libro de Isaías
"Mi Señor me ha dado lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído.
Y yo no me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro a ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado".
(Is 50, 4-7)
Con la lectura del tercer cántico del Siervo del Señor nos introduce la Liturgia de este domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
La tradición de la Iglesia ha visto en los cuatro cánticos del Siervo, presentados en el Segundo Isaías (Is 42, 1-8); 49,1-6); 50,4-9); 52, 13—53,12) una figura de Cristo Jesús. Aunque inicialmente se refirieran posiblemente a otros personajes, o al mismo pueblo de Israel, “pronto se les dio un sentido mesiánico, y de ellos se sirvieron los autores del Nuevo Testamento para entender mejor la figura de Jesús”.

El Siervo y, en comunión con Él, la Iglesia, cada cristiano recibe ‘lengua de iniciado’ que le capacita, nos habilita a transmitir a los demás, sobre todo al abatido, a todo el que sufre en el cuerpo o en el espíritu, ‘una palabra de aliento’, de consuelo, de vida.
Es Jesús, el Siervo por excelencia, quien nos ofrece la palabra que es vida, que es salvación y  redención. Y lo hace no sólo con las palabas, sino con la vida, con la entrega de su Cuerpo, de su Sangre, de todo su ser en obediencia al Padre, por nosotros y por nuestra salvación.
Para poder decir esta ‘palabra viva y eficaz’, Jesús, el maestro, el Hijo amado, se ha dejado abrir el oído (sal 40, 7), ‘formar un cuerpo’ (Hb 10,5c), para escuchar lo que está 'en el libro' y poder responder a la voluntad del Padre – el que quiso ‘que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a (su) voluntad’ – y poder así responder: “Aquí vengo para hacer tu voluntad”.

Siguiendo sus huellas, yo también recibo ‘lengua de discípulo’, ‘oído para que escuche como los discípulos’.
El oído de discípula, que cada día escucha la Palabra de salvación, que escucha la palabra del hermano, de la hermana, me habilita para poder decir, en oración de intercesión, en la oración litúrgica y en la vida cotidiana la palabra ‘viva y eficaz’.

Oído de discípula, lengua de apóstol: eso deseo y pido para toda la madre Iglesia, para nuestros Pastores, para todo cristiano, para mí: será la manera más fecunda de vivir la Semana Santa. En comunión con el Maestro Jesús y con los hermanos.


Santa por excelencia es la semana consagrada a la celebración anual de la Pascua del Señor. Grande, la semana en la que los cristianos hacen memoria solemne del misterio central de la fe y de la vida de la Iglesia: Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo entero.  Semana santa y grande hacia la que asciende la Cuaresma de penitencia y conversión”.
Hemos entrado en ella en procesión, con los ramos en la mano, aclamando a Cristo, rey del universo, que ha vencido el pecado y la muerte. Pero, al otro lado de este pórtico triunfal, comienza el arduo camino de la cruz, que se recorre siguiendo los pasos del Siervo de Dios que no ha quedado defraudado. Es el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Semana santa, semana santificadora, en la que nos dejamos guiar por la liturgia, prolongada en la meditación y adoración personales, a las que invitan unos textos y unos ritos de una riqueza de contenido y una densidad espiritual inagotables”.
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Porque se acercan ya los días santos
de su pasión salvadora y de su resurrección gloriosa;
en ellos celebramos su triunfo
sobre el poder de nuestro enemigo
y renovamos el misterio de nuestra redención.

Por eso, los ángeles te cantan con júbilo eterno
y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemnete tu alabanza:

Santo, Santo, Santo...



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