martes, 27 de marzo de 2012

EL VENERABLE SACRAMENTO DE LA CUARESMA

La Cuaresma, camino hacia la PASCUA

La madre Iglesia nos va acompañando con su liturgia paso a paso en el recorrido personal y comunitario hacia la meta, que constituye el centro y núcleo de todo el Año litúrgico: la celebración del TRIDUO PASCUAL.
Un año más – per annua exercitia – El año litúrgico, en espiral, año tras año, en días determinados  nos acompaña en la celebración de todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la espera de la dichosa esperanza y venida del Señor (SC 102).

Así, entrábamos el primer domingo en el “sacramento de la Cuaresma” – annua quadragesimalis sacramenti” – con el deseo, la petición de avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud.

La Cuaresma es un ‘sacramento venerable’, signo sensible y eficaz de ese misterio de Cristo en el que nos introduce a través de los ‘ritos y las oraciones’.
Hemos pedido en la oración colecta de este primero domingo:
“Concede nobis, Omnipotens Deus, ut, per annua quadragesimalis exercitia sacramenti, et ad intellegendum Christi proficiamus arcanum, et effectus eius conversatione sectemur.

La traducción castellana es menos significativa. La italiana no se atreve a llamar directamente a la cuaresma “sacramento”, sino que la define casi tímidamente como “signo sacramental de nuestra conversión”. En la edición típica el término “sacramento” aparece de nuevo de la oración sobre las ofrendas: ‘ipsius venerabilis sacramenti celebramus exordium’.  La Cuaresma es el ‘venerable sacramento’; expresión que encontramos varias veces en la eucología romana referido a la misma Eucaristía.

“... ad intellegendum Christi arcanum”: frase lapidaria. Se trata de una petición sublime casi síntesis de la Oración sacerdotal de Jesús, que del principio al fin se mueve con esa sintonía, para culminar en la súplica final: Jn 17, 25-26. La inteligencia del misterio de Cristo, el espíritu de sabiduría y revelación, la iluminación de los ojos del corazón (cf Ef 1, 17-18) para poder penetrar experiencialmente en el misterio de la historia de nuestra salvación, en el Misterio pascual de Cristo, no para quedarnos en un conocimiento puramente intelectual, sino alcanzar un conocimiento con ‘intelletto d’amore’ que conduzca a vivir en plenitud, con todo el ser y la vida este mismo Misterio.

El II Domingo de Cuaresma, domingo de la Transfiguración de Cristo Jesús contemplada en nuestro camino hacia la Pascua de muerte y resurrección, en su eucología se centra en la contemplación del rostro del Señor: spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Ya la antífona de entrada, tomada del salmo 26 nos introduce en este mismo espíritu contemplativo del rostro del Señor: Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré., Señor, no me escondas tu rostro.
Dice la oración colecta: Deus, qui nobis dilectum Filium tuum audire praecepisti, Verbo tuo interius nos pascere digneris, ut, spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con la palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.

En el texto de la típica es más explícita la petición del don de la contemplación, esencial a la vida cristiana,  pueblo santo que aspira a ‘contemplar el rostro de Dios’ y que recuerda la promesa de Jesús el Maestro: ‘Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios’ (Mt 5,8).
 “El genial principio del p. Vagaggini que  dice que las oraciones del misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria, tiene, en este domingo, una brillantísima confirmación. Las tres oraciones reverberan la luz de aquella inmensa claridad del Tabor. Pero, de manera sobresaliente, la colecta” (Urtasun).

Me han resonado en este día con unción unas palabras de Oliver Clement:   “El rostro de Dios fue no sólo el de una individualidad contingente, sino el no-rostro del «esclavo», el aprosôpos, «aquel a quien no se ve»: por su rostro despojado de todas las máscaras de la nada, rostro pascual en el que la desesperación «pasa» a ser esperanza, en el que lo vacío se convierte en lleno, en el que todos los «sin rostro», los excluidos, los parias, los despreciables, los torturados, encuentran su rostro de eternidad. Tal vez la única clave para una práctica cristiana de la política sea la exigencia de dar un rostro a los que no tienen rostro. No hay ninguno de nosotros que en algún momento de su vida no haya sido un aprosôpos. Ser cristiano es descubrir, en el fondo mismo del infierno, el rostro de Dios, destrozado y resucitado, desfigurado y transfigurado, que nos acoge, nos libera, nos ofrece la posibilidad de ser icono, de tener un rostro”. (O. Clement, Le visage intérieure, París 1978, 39)

Y estas otras:  "Del evangelio podemos recabar unas orientaciones para presentar a la asamblea. En primer lugar, la presencia invisible del Padre que también hoy y ahora nos hace una propuesta a todos: escuchar a Jesús, que es su propio Hijo, el Amado. No ha de ser una propuesta, ya conocida, leída y escuchada año tras año. Tiene que ser la novedad de un consejo que busca orientarnos hacia quien es el Amado del Padre, el que puede devolvernos la fuerza y el coraje para no dejarnos arrastrar por otras voces engañosas. Como Abrahán, también nosotros, hemos de responder de la manera más justa y acertada: creyendo, confiando y actuando. (…) Somos herederos de un futuro de plenitud que Dios nos dará, pero también somos responsables de un presente que él nos ofrece para convertirlo en primicia de eternidad” (Ángel Briñas, Misa dominical 2012 83), p. 44).

Domingo V de Cuaresma

Oración colecta: “Quaesumus, Domine Deus noster, ut in illa caritate, qua Filius tuus diligens mundum se tradidit, inveniamur ipsi, te opitulante, alacriter ambulantes.
Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.

La misma radicalidad y plenitud se subraya en la oración después de la Comunión: que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido.

La eucología parece una vez más la traducción más perfecta, en clave de plegaria de Jn 17,26: ‘...para que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y yo en ellos’. Porque en efecto no se trata sólo de imitar la caridad del Señor Jesús, sino de ‘vivir del mismo amor que le movió a Él: vivir en la misma caridad que impulsó al Hijo a entregarse en la obediencia filial al Padre por nuestra salvación.

La parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-7) aclara diáfanamente el contenido de la eucología de este domingo ya tan cercano a la Pascua. Se me indica claramente que no es cuestión solamente de seguir a Jesucristo, ni únicamente de revestirse de Jesucristo (cf Rm 13, 14; Ga 3,27; Ef 4,24). La meta final de los hijos de Dios debe ser el de llegar a ser Jesucristo mismo, identificados con él, viviendo de su vida, como él vive de su Padre (Jn 6,57), como el sarmiento vive de la vida de la vid.
Es siempre el camino de cristificación al que el Vaticano II llama con la invitación universal a la santidad; el ejemplo de Cristo Jesús “el Entregado”, el ejemplo de Pablo, que sufre dolores de parto hasta que en sus hijos, los Gálatas, sea formado Cristo, Donec formetur Christus in vobis.
Todo me lleva a recordar como el beato Santiago Alberione quiso poner estas palabras, el espíritu que ellas contienen y expresan como el auténtico camino de formación del y de la discípula de Jesús Maestro.  
Y esta gracia es ciertamente ante todo fruto de la vida eucarística celebrada, recibida, adorada, consecuencia de la incorporación a Cristo el Señor, gracias a la comunión de su Cuerpo y de su Sangre. Toda esta riqueza de contenido de la Cuaresma creo que la resume claramente la eucología mayor de los prefacios. Me fijo en particular en el prefacio i de Cuaresma:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él concedes a tus hijos anhelar año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.

Por eso,
con los ángeles y arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…










El II Domingo de Cuaresma, domingo de la Transfiguración de Cristo Jesús, contemplada con la actitud del que camina hacia la Pascua de muerte y resurrección, en su eucología se centra en la contemplación del rostro del Señor: spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Ya la antífona de entrada, tomada del salmo 26 nos introduce en este mismo espíritu contemplativo del rostro del Señor: Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré., Señor, no me escondas tu rostro.
Dice la oración colecta: Deus, qui nobis dilectum Filium tuum audire praecepisti, Verbo tuo interius nos pascere digneris, ut, spiritali purificato intuitu, gloriae tuae laetemur aspectu.
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con la palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.
En el texto de la típica es más explícita la petición del don de la contemplación, esencial a la vida cristiana,  pueblo santo que aspira a ‘contemplar el rostro de Dios’ y que recuerdan la promesa de Jesús el Maestro: ‘Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios’ (Mt 5,8).
 “El genial principio del p. Vagaggini que  dice que las oraciones del Misal son la Palabra de Dios en clave de plegaria, tiene, en este domingo, una brillantísima confirmación. Las tres oraciones reverberan la luz de aquella inmensa claridad del Tabor. Pero, de manera sobresaliente, la colecta” (Urtasun).
Dos textos me ayudan a reflexionar y asimilar la Palabra expresada en la eucología y en las perícopas bíblicas:
 “El rostro de Dios fue no sólo el de una individualidad contingente, sino el no-rostro del «esclavo», el aprosôpos, «aquel a quien no se ve»: por su rostro despojado de todas las máscaras de la nada, rostro pascual en el que la desesperación «pasa» a ser esperanza, en el que lo vacío se convierte en lleno, en el que todos los «sin rostro», los excluidos, los parias, los despreciables, los torturados, encuentran su rostro de eternidad. Tal vez la única clave para una práctica cristiana de la política sea la exigencia de dar un rostro a los que no tienen rostro. No hay ninguno de nosotros que en algún momento de su vida no haya sido un aprosôpos. Ser cristiano es descubrir, en el fondo mismo del infierno, el rostro de Dios, destrozado y resucitado, desfigurado y transfigurado, que nos acoge, nos libera, nos ofrece la posibilidad de ser icono, de tener un rostro”. (O. Clement, Le visage intérieure, París 1978, 39)
“Del evangelio podemos recabar unas orientaciones para presentar a la asamblea. En primer lugar, la presencia invisible del Padre que también hoy y ahora nos hace una propuesta a todos: escuchar a Jesús, que es su propio Hijo, el Amado. No ha de ser una propuesta, ya conocida, leída y escuchada año tras año. Tiene que ser la novedad de un consejo que busca orientarnos hacia quien es el Amado del Padre, el que puede devolvernos la fuerza y el coraje para no dejarnos arrastrar por otras voces engañosas. Como Abrahán, también nosotros, hemos de responder de la manera más justa y acertada: creyendo, confiando y actuando. (…) Somos herederos de un futuro de plenitud que Dios nos dará, pero también somos responsables de un presente que él nos ofrece para convertirlo en primicia de eternidad” (Ángel Briñas, Misa dominical 2012 83), p. 44).

Domingo V de Cuaresma
Oración colecta: “Quaesumus, Domine Deus noster, ut in illa caritate, qua Filius tuus diligens mundum se tradidit, inveniamur ipsi, te opitulante, alacriter ambulantes.
 Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.
 La misma radicalidad y plenitud se subraya en la oración después de la Comunión: que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre hemos recibido.
La eucología parece una vez más la traducción más perfecta, en clave de plegaria de Jn 17,26: ‘..para que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y yo en ellos’. Porque en efecto no se trata sólo de imitar la caridad del Señor Jesús, sino de vivir del mismo amor que le movió a Él: vivir en la misma caridad que impulsó al Hijo a entregarse en la obediencia filial al Padre por nuestra salvación.
La parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-7) aclara diáfanamente el contenido de la eucología de este domingo ya tan cercano a la Pascua. Se indica claramente que no es cuestión solamente de seguir a Jesucristo, ni únicamente de revestirse de él (cf Rm 13, 14; Ga 3,27; Ef 4,24). La meta final de los hijos de Dios, es llegar a ser Jesucristo mismo, identificados con él, viviendo de su vida, como él vive del Padre (Jn 6,57), como el sarmiento vive de la vida de la vid.
Es siempre el camino de cristificación al que el Vaticano II llama con la invitación universal a la santidad; el ejemplo de Cristo Jesús “el Entregado”, el ejemplo de Pablo, que sufre dolores de parto hasta que en sus hijos, los Gálatas, sea formado Cristo, Donec formetur Christus in vobis. Todo me lleva a recordar cómo el beato Santiago Alberione quiso poner estas palabras, el espíritu que ellas contienen y expresan como el auténtico camino de formación del y de la discípula de Jesús Maestro.  
Y esta gracia es ciertamente ante todo fruto de la vida eucarística celebrada, recibida, adorada, consecuencia de la incorporación a Cristo el Señor, gracias a la comunión de su Cuerpo y de su Sangre.
Toda esta riqueza de contenido de la Cuaresma creo que la resume claramente la eucología mayor de los prefacios. Me fijo en particular en el prefacio i de Cuaresma:

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

Por él concedes a tus hijos anhelar año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios.
 
Por eso,
con los ángeles y arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:

 Santo, Santo, Santo…
















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