Primer domingo de Adviento
30 de noviembre de 2008
Iniciamos hoy un nuevo Año litúrgico en nuestra liturgia romana. Otras, como la liturgia ambrosiana, ya iniciaron hace semanas.
De la mano de la madre Iglesia, con la eucología, la escucha de la Palabra de Dios ofrecida en particular por el evangelista Marcos, con la celebración de los Sacramentos, de la Eucaristía en particular, nos disponemos “animosos” a celebrar y vivir el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad, hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor (SC 102).
La eucología de hoy en la colecta nos hace pedir al Padre que “avive”, reanime, enardezca, encienda en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene...
“Salir” de mí, de mi egocentrismo, o de mis decaimientos, hacia una meta que me dará plenitud de vida: obviam Christo, el que ha venido, viene y vendrá, y así podré, podremos estar siempre con el Señor (cf. 1 Ts 4,18).
Meditando esta oración colecta, he sentido interés, casi anhelo, por “escrutar” lo que san Agustín escribió con tanta profundidad sobre todo el contenido del “deseo” en la vida humana-cristiana, la vida en el Espíritu, para caminar más velozmente hacia Dios; no puedo en este momento. Pero me parece sugestivo y hermoso y subrayo con amor, aunque no pueda penetrar en su profundidad, lo que la Iglesia pone en labios de su Iglesia en esta oración: avivar el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene... En el tiempo de Adviento, el Espíritu me ayudará a ahondar en esta realidad. Es mi deseo, casi mi proyecto, para el que invoco la gracia del Señor y la compañía de María, la Madre y trono de la Sabiduría encarnada.
Ahora quiero limitarme simplemente a transcribir, para ir saboreándolo, un texto de Odo Casel, sobre el Adviento.
Dos palabras del recordado y apreciadísimo don Ignacio Oñatibia presentan así al monje de Maria Laach, que murió en la celebración de la Vigilia pascual del año 1948:
“Casel ha sido un hombre de celda y de estudio. Dotado de un genio investigador poco común y de un conocimiento amplísimo de las fuentes literarias tanto profanas como cristianas, ha dedicado su vida entera a estudiar y mostrar la riqueza y profundidad del Misterio del culto cristiano. No ha querido hacer obra de teología personal, sino solamente buscar en las fuentes de la Tradición la auténtica doctrina cristiana e interpretarla fielmente. Casel ha sabido mantenerse fiel a su misión. Su vida ha sido simple, profunda y rica. Vivió él mismo los conceptos que vertía en sus escritos y los hizo vivir intensamente a la comunidad de benedictinas de la abadía de Santa cruz de Herstelle an der Weser, que dirigía espiritualmente”. Por hoy, transcribo el texto que es elocuente por sí solo.
ADVIENTO
Vigilia de Esposa
"Ad te levavi animam meam, Deus meus, in te confido -A Ti alzo mi alma, Señor, mi Dios. En Ti confío" (Sl 24, 1) [1] Todos los años nos impresiona de nuevo esta primera mirada de la Iglesia de Dios. Es como un niño recién nacido que abre sus ojos por vez primera y contempla el mundo y ve por primera vez a su padre y a su madre, aunque inconscientemente. La Ekklesía, en cambio, busca con plena conciencia los ojos del Padre. Eleva su mirada a Dios directamente, sin intermediarios. Este poder mirar directamente a los ojos de Dios es lo que más profundamente nos conmueve en el canto de la Iglesia.
"A Ti, mi Dios". Con estas palabras indica la Ekklesía para quién vive ella. No para sí misma, ni para criatura alguna -aunque sea la más elevada-, ni para los ángeles y Potestades. No, su mirada pasa por alto a todos ellos y por encima de ellos se dirige a Aquel a quien ama y busca exclusivamente.
El ojo del amor
La venida del Logos en la humanidad de la carne de pecado sólo fue una preparación de la verdadera Epifanía gloriosa, que empezó la mañana de la Resurrección -pero sólo para los fieles- y que al fin de los tiempos se realizará para el mundo una sola vez -la primera y la última, al mismo tiempo-. Para la santa Iglesia, la Epifanía gloriosa, el Adviento que nosotros amamos[2] , permanece eternamente. Por eso, su primera venida en carne de humildad ella la contempla ya a la luz de su exaltación y gloria, porque mira con los ojos del amor. Ella ama también el primer Adviento. El ojo del amor ve con mayor claridad; por eso, aun en medio de la humillación, contempla ya al que será ensalzado por la Pasión; a través del vestido oscuro de la carne y a través de la cruz contempla al Glorificado. El Señor no viene, pues, a ella como Juez, sino como Salvador. ¿Y qué venida puede ser tan cara a la Esposa elegida como la de su Esposo? ¿No vamos a querer también nosotros pertenecer al número de aquellos que aman el Adviento del Señor? Cada una de las almas es esposa del Señor, que debe esperar su venida, henchida de amor. El Señor viene ya ahora continuamente y observa por la ventana si su Esposa anhela verdaderamente su venida y si desea su llegada.
En espera
"Ierusalem, surge et sta in excelso et vide iucunditatem, quae veniet tibi a Deo tuo -Levántate, Jerusalén, y sube a lo alto y contempla la alegría que te viene de tu Dios", así reza la Ekklesía el domingo segundo de Adviento[3] . Jerusalén, la santa Ekklesía, se alza sobre la montaña de Dios y contempla la alegría de Dios. El monte de Dios es el Misterio sagrado que nos eleva de las bajezas de la vida terrena. Allí, en el Misterio, contemplamos la alegría de Dios que está a punto de llegar -objeto de esperanza-. Veniet, llegará. La Ekklesía contempla. Es, realmente, la espera de uno que viene, pero es al mismo tiempo espera que está en posesión de la presencia y de esta presencia espera con toda seguridad algo más grande todavía.
Poseemos, pues, algo y esperamos otra cosa. Exclamamos con razón: Veni! -¡Ven!-, y al mismo tiempo nos consta que el Señor ha venido ya: está aquí. No podríamos rezar con esta seguridad propia del Misterio: ¡ven!, si no hubiera venido ya; pero tampoco podríamos decir con esa seguridad propia del Misterio: está aquí, si no estuviéramos convencidos por la fe de que vendrá a completar su Reino para siempre.
A la luz del Adviento, la Iglesia camina hacia el encuentro del Señor a quien le sabe junto a ella, está en ella. Ella es la Esposa a quien acompaña el Esposo, invisiblemente, sí, pero con toda certeza: "¡No temas, Hija de Sión! He aquí que viene tu Rey" (Jn, 12, 15).
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Notas
[1] Introito del domingo I de Adviento.
[2] Cfr. 2 Tim., 4, 6.
[3] Cfr. Bar, 5, 5; 4, 36. Communio del domingo II de Adviento.
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Termino con una parte del prefacio III de Adviento, otra parte de la eucología propia de este tiempo litúrgico enriquecido con la reforma litúrgica del Vaticano II de nuevos textos, especialmente prefacios:
En verdad es justo y necesario…
darte gracias…por Cristo, Señor nuestro.
A quien todos los profetas anunciaron,
la Virgen esperó con inefable amor de Madre,
Juan lo proclamó ya próximo
Y señaló después entre los hombres.
El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría
al misterio de su nacimiento,
para encontarnos así, cuando llegue,
velando en oración y cantando su alabanza.
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