Día ‘normal’ dentro de la ‘peculiaridad del Adviento’
La eucología menor de este día en la liturgia eucarística me ha impactado de manera especial. Me ha parecido casi nueva, o por lo menos, singularmente bella. No me voy a extender en la reflexión; sólo subrayaré algo que me ‘tocó de manera especial.
Como todos los días de la ‘octava’ que precede la Navidad, del 17 al 24, todas las oraciones de la liturgia insisten sobre la venida ya cercana del Emmanuel, la Navidad que se aproxima. Así, el día 23 la oración colecta recuerda que nos estamos acercando a las fiestas de Navidad, y por eso, la Iglesia se atreve a pedir que el ‘Hijo que se encarnó en las entrañas de la Virgen María’ para ser nuestro Emmanuel, El que quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia.
Vemos el entrelazarse de los verbos, en todas sus formas y modos. La Navidad se acerca y es al mismo tiempo una realidad futura “en el sacramento”; el Hijo se encarnó en el tiempo y lugar que conocemos por el Evangelio y el móvil de la Encarnación fue el de vivir entre los hijos de los hombres, entre nosotros; luego, con el modo subjuntivo expresamos “la gracia que se quiere obtener”: ser partícipes de la abundancia de su misericordia.
La oración sobre las ofrendas expresa de una manera muy clara la doble dimensión de la Eucaristía, de toda acción litúrgica: con la oblación (aquí, como en muchas otras oraciones sobre las ofrendas, se anticipa lo que es el ‘ofertorio’ de la Misa: en la anámnesis después del Relato de la Institución, en el gran ‘offerimus’ del Memorial) se realiza la dimensión ascendente: alcanza su plenitud el culto que el hombre puede tributar al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu.
Pedimos que esta ofrenda de la Iglesia y de todos nosotros nos obtenga el don del restablecimiento de nuestra amistad: ante todo, naturalmente, con Dios, y también con nosotros mismos y con los demás. Esta ‘amistad’ restablecida, nos permitirá celebrar renovados en gracia el nacimiento de Jesús, nuestro Redentor (dimensión descendente de la Eucaristía).
Me queda la oración después de la Comunión, que podría decir resume todo el espíritu del Adviento, con un enlace entre lo que pedíamos en el primer domingo: ‘avive nuestro deseo de salir al encuentro de Cristo que viene’ y la celebración de la Navidad. En la oración pedimos el don que los encierra todos: la paz del Señor. Ésta será la actitud más acertada para salir al encuentro de Cristo que llega, sin temor, y con las lámparas encendidas.
Con esta disposición, guiada por la eucología de la madre Iglesia, entramos ya en la Navidad, en la “pascua de navidad”
Al escribir este título, el pensamiento espontáneo y agradecido va al prof. Adrien Nocent, del que tod@s sus alumn@s conservamos viva memoria y reconocimiento por cuánto nos enseñó, con profundidad de doctrina y testimonio de vida y de servicio a la reforma litúrgica del Vaticano II. Él se congratulaba con los alumnos españoles de San Anselmo, al recordar cómo sólo en la lengua española, nos felicitamos la Navidad, recordando la ‘Pascua’.
Y quizás en Toledo, más que en otros lugares en los que pasé los últimos años, la felicitación que recibo por las calles es la de “¡Felices Pascuas!”. Esta misma mañana – 28 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia – mientras yo, al salir de la Eucaristía de las 11, felicitaba a las familias conocidas que habían participado en buen número: abuelos, padres e hijos en la Eucaristía, ellas y también otras personas con las que me crucé en el camino de vuelta a casa, me felicitaban con esa expresión, y constato, por lo menos, eso creo descubrir, que no se trata de una rutina “¡¡Felices Pascuas, hermana!!”
Navidad y Misterio Pascual no pueden ir separados. Nos lo recuerda el mismo san León Magno’ en su Sermón I en la Natividad del Señor, 1-3. Lo leímos precisamente el Oficio de lectura de la Navidad:
Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador, alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nace la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
(...)Demos, por tanto, gracias a Dios Padre por medio de su hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó (...) para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.
(...) Reconoce, cristiano, tu dignidad (...) porque tu precio es la sangre de Cristo.
Tengo en este momento ante mis ojos la felicitación de nuestra Superiora general con su consejo a todas las Hermanas de la Congregación. Dice entre otras cosas: ‘La meta de la gran peregrinación (siguiendo a Jesús a lo largo e su vida, desde Belén a Jerusalén) será Jerusalén: ciudad de la paz siempre deseada y siempre violada. (hoy se hace más vivo y penoso esto con lo que está sucediendo en Gaza). Aquí la pascua nos hará realmente discípulas. Belén y Jerusalén, Navidad y Pascua, discípulas y Maestro, realidades inseparables del único misterio del Dios hecho hombre que nos salva de la tristeza de una vida cerrada en la muerte’.
En todos estos días la liturgia nos acompaña con textos de especial profundidad y ternura. Las oraciones, antífonas, lecturas que nos va ofreciendo la liturgia nos hablan de la ternura del Dios hecho Niño en Belén y de la perspectiva pascual. El relato evangélico de la celebración eucarística de este día nos pone bien evidente: la ternura del anciano que coge en brazos al Niño Dios, la profetisa Ana que anuncia a todos la liberación que Jesús trae a su pueblo; las palabras de Simeón a María con la perspectiva de la diversa acogida que recibirá su hijo por parte de su pueblo y la ‘espada’ que a ella le atravesará el alma. Navidad-Pascua. La kénosis del Hijo de Dios que nos recuerda que el camino seguido por él es la senda que marca a sus discípul@s, a tod@s l@s que queremos seguir sus huellas.
Con María, la Virgen Madre, que recordaremos con particular cariño y devoción, de manera especial y total el día 1 de enero, entrando con ella en el año 2009, acompañad@s y sostenid@s por la bendición del Señor:
‘El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti
Y te conceda la paz’.
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