lunes, 5 de enero de 2015

LA LITURGIA, FUENTE DE LA VIDA ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA (III)

1.3.            Sacramento de la Reconciliación y Unción de los enfermos

La vida sacramental de los religiosos se fundamente en el Bautismo, se alimenta principalmente en la Eucaristía, celebrada y adorada, y también en los demás sacramentos, como son el sacramento de la Reconciliación y la Unción de los enfermos.

Quizás en años pasados no se haya subrayado suficientemente la presencia de los sacramentos en la vida consagrada, debido posiblemente también a  una insuficiente comprensión de la mediación de la Iglesia y de sus signos sacramentales, y a una visión más bien subjetiva y ascética de propia santificación. También en este aspecto la doctrina conciliar ha conducido a un reajuste que comporta un equilibrio de relaciones entre el elemento objetivo y subjetivo de la santidad en la vida cristiana y religiosa[1].


El magisterio de la Iglesia repetidas veces ha recordado a los religiosos la especial incidencia del sacramento de la reconciliación en sus vidas. El beato Juan Pablo II, en la exhortación Vita Consecrata, insiste: “La gozosa experiencia del perdón sacramental, en el camino compartido con los hermanos y hermanas, hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una creciente fidelidad” [2].

La celebración de la reconciliación sacramental es momento de particular encuentro de misericordia con el Padre ‘rico en misericordia’ y con los hermanos en la comunión eclesial. Y, junto al sacramento de la reconciliación, recordamos la Unción de los enfermos. Ambos sacramentos aparecen unidos en el Catecismo de la Iglesia Católica como “Los Sacramentos de curación”.

También nuestra Regla de vida recuerda estos dos sacramentos unidos en la vida de las religiosas, como lo indicaremos en los recuadros finales.


1.4. Celebrar, vivir y hacer vivir el Domingo

En general, todos los Institutos religiosos tienen un propio calendario litúrgico en el que se subrayan fiestas especiales, aniversarios importantes, efemérides, que se han de tener en cuenta. Se trata de fiestas o memorias litúrgicas ‘propias’ del Instituto, o también de días señalados por la ‘tradición’, que constituye lo que a partir del Vaticano II se llama “el patrimonio del Instituto”. 

El mismo Concilio, en efecto, entre los principios generales dictados “para la adecuada renovación de la vida religiosa”, destaca: “Contribuye al bien de la Iglesia el que cada instituto tenga su carácter y su fin peculiar… según el espíritu de los fundadores y los fines propios, lo mismo que las sanas tradiciones…”[3].

Es posible que entre estas efemérides o días especiales no se haya tenido siempre explícitamente en cuenta “el día del Señor”, el domingo. Sin embargo, la pastoral litúrgica, el magisterio pontificio – recordamos la Carta apostólica “Dies Domini” del papa Juan Pablo II en vísperas del gran Jubileo del año 2000- , han subrayado su importancia en la vida de la Iglesia y de todos los cristianos.

Recuerdo con particular emoción el documento que podemos considerar testamento del Papa Wojtyla en el que escribía: “Si el fruto de este Año (el año eucarístico 2004-2005) se limitara a reavivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración fuera de la Misa, este Año de gracia conseguiría un resultado significativo”[4].

Cristo Jesús, el Señor Resucitado, que “al atardecer de aquel primer día de la semana” se apareció a los discípulos, está hoy entre nosotros, dando sentido a nuestra historia y comunicándonos su vida nueva. De aquí nace la importancia del domingo, día “en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo del misterio pascual del Señor con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo[5].

Para los religiosos, como para todos los bautizados, el domingo es la fiesta primordial, la Pascua semanal. Y es importante que, como miembros de la comunidad eclesial, de una diócesis o parroquia, celebremos el domingo de forma “que se note”. Se tiene que notar que es el día del Señor y la fiesta principal de los cristianos. Y esto, en los horarios, en la Celebración eucarística, bien sea en la parroquia o en la comunidad, etc.

Algo que me impactó positivamente desde los primeros años de vida religiosa fue la insistencia de alguna superiora en que el domingo “se notase en la Misa y en la mesa”. Aquel principio está hoy plasmado de forma esencial en el art. 17 de la actual Regla de vida de la congregación: “El Misterio Pascual del Señor es el corazón de nuestra espiritualidad apostólica (…). Reunidas por el amor de Cristo celebramos con gozo el domingo, pascua semanal”.

Y el Directorio detalla algunas concreciones: “En comunión con el pueblo de Dios, santificamos el domingo, día del Señor, intensificando la oración, la animación litúrgica y la caridad. La participación en la Celebración eucarística prolongada en la adoración, nos compromete a dar también a los otros momentos de la jornada – vida comunitaria, descanso, recreo – un estilo que destaque la alegría y la paz del Resucitado” (n. 17.1).

La convicción de la importancia del domingo se demuestra en las cosas pequeñas de la vida cotidiana que, tanto en las relaciones interpersonales como en toda la vida, dentro de la comunidad y fuera de la misma, manifiestan que los cristianos y los religiosos celebramos algo especial el domingo.

Esto puede ser hoy una forma importante del testimonio que los religiosos pueden ofrecer, en una sociedad en la que el domingo está perdiendo su carácter religioso, trascendental, no sólo, sino que es “el día para todo”...



[1] cf. M. Augé, l. c., p. 324
[2]  VC 95.
[3] PC 2b.
[4] Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane nobiscum Domini, n. 29.
[5] Ib. Carta apostolica Dies Domini, n. 48.

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