jueves, 7 de marzo de 2013

"... estar con Él en el silencio de la adoración"

Benedicto XVI a la Vida Consagrada
 
Con mucho retraso vuelvo a las palabras de Benedicto XVI – el querido y recordado Papa ya emérito - en la homilía de la Celebración eucarística del 2 de febrero.  Me han impactado de manera muy especial; he sentido el corazón del Papa muy sensible a la belleza de la Vida consagrada, y al mismo tiempo a los desafíos con los que se encuentra y a los que tiene que responder...
Sólo después de los acontecimientos de estos días, de su renuncia al ejercicio del ministerio petrino, de su emotiva y tremendamente sencilla despedida de los fieles en la última audiencia general, de los cardenales y de los fieles en Castelgandolfo, he comprendido algo más la hondura y profunda vivencia personal que revelaban sus palabras. Algunas reflexiones y testimonios de hermanos en la Vida consagrada me han iluminado y confirmado en lo que había sido en un principio intuiciones…
Recuerdo las palabras del Deuteronomio en la liturgia del miércoles III de Cuaresma: “Presta atención, y no te olvides de lo que has visto con tus ojos; recuérdalo mientras vivas y cuéntaselo a tus hijos y a tus nietos” (Dt 4,9).
Y en este espíritu quiero escribir algunas palabras de Benedicto XVI en la recordada homilía:
«… desearía haceros tres invitaciones, a fin de que podáis entrar plenamente por la «puerta de la fe» que está siempre abierta para nosotros  (PF, 1)
Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesucristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertar la voluntad y la alegría de compartir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre de nuevo de este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y poneros como Él al servicio de Dios y de los hermanos (cf VC, 1)
En segundo lugar os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis de que la kenosi de Cristo es ya victoria pascual. Precisamente en la limitación y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida posible en el tiempo, la perfección escatológica (ib., 16). En las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada por la «minoridad» y la debilidad de los pequeños, por la empatía con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de contradicción.
Finalmente os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro. Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en busca de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces se vela: «Faciem tuam, Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea el anhelo constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13, 11-14) —, permaneciendo despiertos y vigilantes. (...)  
Queridos hermanos y hermanas: la alegría de la vida consagrada pasa necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Santísima. (…).En esta fiesta os deseo de modo particular a vosotros, consagrados, que vuestra vida tenga siempre el sabor de la parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Nueva se viva, testimonie, anuncie y resplandezca como Palabra de verdad (cf. PF, 6)».

 

 

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