Benedicto XVI a la Vida Consagrada
Con mucho retraso vuelvo a las palabras de Benedicto XVI – el querido
y recordado Papa ya emérito - en la homilía de la Celebración eucarística del 2
de febrero. Me han impactado de manera muy especial; he sentido el
corazón del Papa muy sensible a la belleza de la Vida consagrada, y al mismo
tiempo a los desafíos con los que se encuentra y a los que tiene que responder...
Sólo después de los acontecimientos de estos días, de su
renuncia al ejercicio del ministerio petrino, de su emotiva y tremendamente
sencilla despedida de los fieles en la última audiencia general, de los
cardenales y de los fieles en Castelgandolfo, he comprendido algo más la
hondura y profunda vivencia personal que revelaban sus palabras. Algunas reflexiones y testimonios de hermanos en la Vida
consagrada me han iluminado y confirmado en lo que había sido en un principio
intuiciones…
Recuerdo las palabras del Deuteronomio en la liturgia del
miércoles III de Cuaresma: “Presta atención, y no te olvides de lo que has
visto con tus ojos; recuérdalo mientras vivas y cuéntaselo a tus hijos y a tus
nietos” (Dt 4,9).
Y en este espíritu quiero escribir algunas palabras de
Benedicto XVI en la recordada homilía:
«… desearía haceros tres invitaciones, a
fin de que podáis entrar plenamente por la «puerta de la fe» que está siempre
abierta para nosotros (PF, 1)
Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación.
Os exhorto por esto a hacer memoria, como en
una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor
Jesucristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa
llama. Y para esto es necesario estar
con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertar la
voluntad y la alegría de compartir la vida, las elecciones, la obediencia de
fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre
de nuevo de este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y poneros como Él al servicio de Dios y de los
hermanos (cf VC, 1)
En
segundo lugar os invito a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la
debilidad. En las alegrías y en las aflicciones del tiempo
presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen notar, no dudéis de que la kenosi de Cristo
es ya victoria pascual. Precisamente en la limitación y en la debilidad
humana estamos llamados a vivir la
conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la
medida posible en el tiempo, la perfección escatológica (ib., 16). En
las sociedades de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, caracterizada por la «minoridad» y la debilidad de los
pequeños, por la empatía con quienes carecen de voz, se convierte en un evangélico signo de contradicción.
Finalmente
os invito a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro.
Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en busca
de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces se vela: «Faciem tuam,
Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea el anhelo constante de
vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en
los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventuras
que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia
de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz
—como exhorta san Pablo (cf. Rm 13, 11-14) —, permaneciendo despiertos y
vigilantes. (...)
Queridos hermanos y hermanas: la alegría de la vida consagrada pasa
necesariamente por la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para
María Santísima. (…).En esta fiesta os
deseo de modo particular a vosotros, consagrados, que vuestra vida tenga
siempre el sabor de la parresia evangélica, para que en vosotros la
Buena Nueva se viva, testimonie, anuncie y resplandezca como Palabra de verdad
(cf. PF, 6)».
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