Salgo de la adoración eucarística;
me he detenido en la lectura-meditación-oración con los textos de la Liturgia
de este Domingo II domingo del Tiempo Ordinario. Los textos de la Liturgia
eucarística son particularmente elocuentes, expresión de una nueva ‘manifestación’
de Jesús Maestro en las bodas de Caná.
Nos prepara e introduce a la meditación
de esta ‘epifanía’ la primera lectura del profeta Isaías con acentos líricos
del amor esponsal de Dios hacia su pueblo: “Ya
no te llamarán ‘abandonada’ ni a tu tierra ‘devastada’…La alegría que encuentra
el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.
Medito los textos eucológicos y
me detengo en particular en la oración sobre las ofrendas, que es
particularmente densa y rica de contenido doctrinal. Me recuerda la de la Misa
vespertina en la Cena del Señor. Una oración que desde antiguo ha formado parte
de la liturgia eucarística, y que condensa la Fe de la Iglesia en el Sacrificio
de Cristo, en su Misterio pascual, actualizado sacramentalmente en la Celebración
de la Eucaristía, “quoties” – “cada vez
que celebramos”.
Dice la oración:
“Concédenos,
Señor, participar dignamente de estos santos misterios,
pues
cada vez que celebramos este memorial
del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra
redención”.
Para intentar profundizar en el
contenido del mensaje del evangelio de las bodas, he querido recordar una
meditación escuchada en marzo de 2011 en Roma, del p. J. Ska, jesuita. A través
de las dos meditaciones de un día de retiro, ha querido conducirnos a la
comprensión de la imagen del “discípulo”
en el evangelio de san Juan. Nos decía: «el que parta a la búsqueda del “discípulo”
en todo el evangelio de Juan, comienza un recorrido interesante. Tiene que
seguir a Jesús con una pregunta muy concreta: ¿quién es el “discípulo”? Tendrá
que leer con mucha atención todo el evangelio, recoger indicios, y tentar
trazar el retrato del “discípulo”.
Trascribo el comentario, en
mi traducción.
Las
bodas de Caná (Jn 2,1-12)
El
relato de las bodas de Caná es muy conocido. También en esta narración, sin
embargo, hay lagunas sorprendentes. Por
ejemplo, el relato nos dice quién ha
sido invitado a la boda, pero no dice quién se casó en Caná de Galilea. No
es normal ir a asistir a unas bodas sin saber quién se casa, sino más bien
teniendo la lista de los invitados. ¿Por qué? Podríamos decir que los invitados
son más importantes que los mismos esposos. Es verdad. La pregunta, entonces
es: ¿por qué los invitados son más
importantes? Además, en la lista de los invitados, la madre de Jesús
precede al mismo Jesús (Jn 2, 1-2). También este rasgo puede sorprender,
especialmente en el evangelio y en una sociedad patriarcal como la del
evangelio. Pero es así. La madre de
Jesús es mencionada la primera, luego siguen Jesús y sus discípulos. ¿Cómo
explicar esto? Releamos el relato.
Llega
a faltar el vino, como se sabe, y es
María la que se da cuenta. Tenía que estar de algún lado donde se pudiese
ver el nivel del vino bajar en las jarras y percibir el nerviosismo de quien
estaba encargado de la organización de la boda. De todas formas, María se da cuenta de la cosa. No sólo se
da cuenta, sino que reacciona y va a ver a Jesús. Le dice pocas palabras: “No tienen vino” – sólo tres palabras en
griego (2,3). La reacción de Jesús es singular y sorprende al lector: “¿Qué
tengo yo contigo, mujer? No ha llegado todavía mi hora” (2,4). La primera parte
de la frase, traducida aquí con “¿qué tengo yo contigo?” se podría traducir
literalmente, con “¿qué hay entre tú y yo?” La frase es conocida y la encontramos varias veces en el Antiguo
Testamento (Jue 11,12; 2Sam 16,10; 19,23; 1Re 17,18; 2Re 3,13; 2Cr 25,31), así
como en el Nuevo Testamento (Mt 8,29; Mc 1,24; 5,7; Lc 4,34; 8,28; Jn 2,4.). En
general, la expresión significa: “¿En qué
te entrometes?” En nuestro contexto, el tono es quizás menos agresivo y
Jesús puede decir más sencillamente: ”Tu
intervención no es del todo oportuna”. De todas formas, la reacción de
Jesús no es muy positiva. La razón es sencilla y proviene del contexto. En el
mundo bíblico – y no sólo – hombres y
mujeres no comían nunca juntos en los grandes banquetes. También hoy en el
mundo musulmán, durante la celebración de las bodas, las mujeres se encuentran
en una sala y los hombres en otra. Incluso el esposo y la esposa no están
juntos durante el banquete de bodas. María se encontraba obviamente con las
mujeres y Jesús con los hombres. María, cuando va a ver a Jesús, rompe con una de las reglas férreas de la
época: entra en la sala donde se encuentran los hombres. Tenía que tener
razones muy importantes para infringir usos profundamente arraigados en la
cultura del tiempo. Veremos que la cosa tiene un significado particular por
cuanto se refiere a nuestro tema, es decir, la figura del discípulo en el evangelio de Juan.
Jesús,
entonces, le dice simplemente: “¿Qué vienes a hacer aquí?” La segunda parte de
la respuesta de Jesús es tan enigmática como la primera. En pocas palabras,
dice que el momento de cumplir su obra de salvación no ha llegado todavía.
Algo, sin embargo, le hace entender a María que su intervención no ha sido
infructuosa. Por esto dice a los sirvientes que hagan todo lo que les diga
Jesús. Conocemos lo que sigue de la historia: los servidores van a buscar agua
y llenan las grandes tinajas preparadas para las abluciones antes de la comida.
Las tinajas, nos dice el relato, contenían de dos a tres medidas, es decir,
entre noventa y ciento treinta y cinco litros de agua. En total, contenían entre quinientos cuarenta
y ochocientos diez litros de agua. Los sirvientes van a buscar agua, hay que suponer,
al pozo de la aldea o de la villa. Calculad, si queréis, cuántos viajes han
tenido que hacer, sabiendo que se pueden transportar entre cinco o diez litros
al máximo en un viaje. Además, no sabemos cuánto distase el pozo de la casa
donde se celebraban las nupcias. Una cosa es cierta: fue una fatiga
desmesurada. Hay que decir, además, que toda esta fatiga era, en sí, inútil,
porque faltaba el vino, no el agua. A pesar de esto, los sirvientes llenaron la
tinajas “hasta arriba” (2,7) y, por lo menos si nos fiamos de la narración, sin
protestar. Todo se desarrolla con gran prisa porque las tinajas son llenadas en
el mismo versículo en el que Jesús ordena a los sirvientes que las llenen
(2,7). Luego asistimos al “signo” realizado por Jesús. Los sirvientes, después
de una segunda orden de Jesús, hacen degustar al maestresala – el director de
la mesa -, y no es ya agua, es vino. No sólo el agua se convirtió en vino, sino
que se trata de un vino preciado, de óptimo gusto.
Podemos
hacer, a este punto, dos observaciones
que nos ayudarán a comprender mejor el mensaje del cuarto evangelio sobre el
ser discípulo. Una primera observación se refiere al signo mismo. ¿Quién
sabe de dónde proviene el vino? ¿El maestresala? - en realidad, es la persona
encargada de la organización de la fiesta - No, no lo sabe en absoluto. Es raro,
porque si alguien hubiese tenido que preocuparse de la falta de vino y de procurarlo, era precisamente el
maestresala. Los sirvientes, por el
contrario, saben muy bien de dónde viene el vino. ¡Han sudado bastante para
saberlo!
Pero
tenemos que dar todavía un paso adelante en nuestra lectura. El maestresala,
después de haber degustado el vino, llama al esposo y le dice: “Todo el mundo sirve
al principio el vino de mejor calidad, y cuando los invitados ya han bebido bastante,
se saca el más corriente. Tú, en cambio, has reservado el de mejor calidad para
última hora” (2, 10). ¿Qué significa esto? Significa que el esposo – el anónimo esposo de las nupcias de Caná – tiene, según los
usos del tiempo, que proporcionar vino a todos los invitados. Si el vino
llega a faltar, es pues culpa del esposo que no ha previsto o adquirido
cantidad suficiente para todos. Pues bien, alguien ha visto que faltaba el vino.
Alguien ha procurado el vino, y un vino
excelente. Podemos preguntarnos: ¿Quién es el verdadero esposo en Caná de
Galilea? ¿No sería aquel que procura vino en gran cantidad – entre
quinientos cuarenta y ochocientos diez litros para ser más precisos – y además,
un vino de óptima calidad?
Ciertamente podemos decir que
el verdadero esposo de Caná es aquel que interviene, después de haber sido avisado
del problema por María.
Queda
otro problema: ¿cómo hacer para descubrir quién es el verdadero esposo de la
boda de Caná? La respuesta ya está dada: los sirvientes son los que saben, porque
han participado con gran generosidad, en la “producción” del vino, si podemos
hablar así. Para conocer al esposo, es
necesario ir a sacar agua y llenar las tinajas hasta arriba. Los sirvientes
saben que falta el vino. No pueden servir agua. Ciertamente pueden sacar agua. Es lo que hacen, y es precisamente lo que hay que hacer, y lo hacen bien. El resto le toca al “esposo”, que se
encarga de transformar el agua en vino.
Podemos pensar que la narración de Juan nos presenta en este
relato, una imagen del discípulo. En efecto, no se habla más de los sirvientes.
Se habla de los discípulos que creen en Jesús (2,11). Los otros huéspedes, en
cambio, no se dieron cuenta de nada. Han seguido bebiendo, quizás sin
percatarse de la diferencia de calidad en el vino servido durante la segunda
parte del banquete – que podía durar siete días (Gn 29,27; Jue 14,12). No han descubierto siquiera quién fuese el
verdadero esposo.
Me
parece inútil insistir: el relato de la
boda de Caná ilustra muy bien cuál es el modo justo de portarse, si uno quiere
ser discípulo de Jesucristo y, ante todo, saber quién es el Mesías, el verdadero esposo de su pueblo. En
este caso, la madre de Jesús muestra el
camino, porque ella es la que, atenta a las necesidades de los huéspedes,
descubre la primera cuál es el problema.
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