II DOMINGO DE ADVIENTO
Padre Dios, tu Palabra en la liturgia de este segundo domingo de Adviento resuena dentro de mí con acentos de consuelo, de esperanza, de buena noticia.En efecto, “comienza la buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”.
“Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de Jerusalén… Aquí está vuestro Dios”.
El Señor Jesús, el Hijo de Dios que viene sin tardar a nuestra historia, es el buen, el hermoso “Pastor”, que apacienta y reúne el rebaño, que “toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres”.
Esta Palabra de consuelo se la dices al corazón de la madre Iglesia, la nueva Jerusalén, para que ella, y en ella todos los bautizados, cada cristiano que escucha y graba en el corazón la Palabra acogida y escuchada, la grite, con todos los medios, al corazón dolorido o desesperanzado de tantos hombres y mujeres de nuestro mundo, hermanos nuestros.
“Padre, rico en misericordia,
cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,
no permitas que lo impidan los afanes de este mundo,
guíanos hasta él con sabiduría divina
para que podamos participar plenamente de su vida”.
Cristo Jesús, Maestro y Pastor bueno, bautízanos con el Espíritu Santo y haznos heraldos de tu buena noticia, de la Buena Noticia que eres Tú, el Salvador que viene a liberarnos de todas nuestras zonas de muerte y de pecado.
«Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas...» (S. Juan de la Cruz)
«El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa (...)
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial».
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