“Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”
En el final del Año litúrgico, la Iglesia nos invita, con palabras del mismo Jesús,
a “levantarnos, a levantar la cabeza”, porque nuestra redención, nuestra liberación está cerca .
La misma invitación la encontraremos con frecuencia a lo largo del Adviento,
especialmente en el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas.
La liturgia de la Palabra en las últimas semanas del Año litúrgico
nos hablaba del fin de Jerusalén y del fin de los tiempos y de la historia.
El Maestro nos ha ido repitiendo una y otra vez: “No sabéis el día ni la hora”.
Pero concluía también con una palabra de clara esperanza:
“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
Junto con el discurso ‘escatológico’ de los últimos días en la celebración eucarística
discurso que reaparecerá también, como cada año, en este primer domingo de Adviento,
hemos encontrado en la eucología la llamada a una esperanza que se convierte en alegría,
casi haciendo resonar la recomendación del apóstol Pablo a los Romanos:
Vivid “alegres en la esperanza” (Rm 12,12).
Decía la oración colecta del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario:
“Señor Dios, concédenos vivir siempre
alegres en tu servicio,
porque en servirte a ti, creador de todo bien,
consiste el gozo pleno y verdadero”.
Si la oración colecta en la liturgia eucarística tiene la función de ‘recoger’ las intenciones,
y el espíritu de la asamblea y de toda la celebración,
podemos decir que es la “alegre esperanza” la que anima
toda la celebración eucarística del domingo 33 del TO,
un domingo en el que la Palabra de Dios,
el texto evangélico en particular (Lc 21, 5-19) nos llamaba precisamente
a la vigilancia, al “¡cuidado que nadie os engañe!”.
La alegría, la verdadera y única felicidad del cristiano
es la que se puede descubrir y que se disfruta en el ‘servicio’ de Dios,
del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
«ADVIENTO - La Vigilia de la Esposa»
Con esa invitación a la esperanza y a la alegría que descubría en la liturgia de las últimas semanas del Tiempo Ordinario, nos adentramos con la Iglesia en el tiempo del Adviento.
La guía segura sigue siendo una vez más la liturgia de la Iglesia,
tan rica en su eucología y en la Palabra.
Conducidos por ella, es más fácil vivir “en vigilante espera” del Señor que viene, manteniéndonos “velando en oración y cantando su alabanza”.
La celebración eucarística del primer domingo de Adviento se abre
con el canto del salmo 24, 1-3: “A ti, Señor, levanto mi alma:
Dios mío, en ti confío; no quede yo defraudado;
que no triunfen de mí mis enemigos,
pues los que esperan en ti no quedan defraudados”.
Odo Casel, a la luz de este salmo, contempla el Adviento como “la Vigilia de la Esposa”:
«“A Ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío” (Sal 24, 1).
Todos los años nos impresiona de nuevo esta primera mirada de la Iglesia de Dios.
Es como un niño recién nacido que abre sus ojos por vez primera y contempla el mundo,
y ve por primera vez a su padre y a su madre, aunque inconscientemente.
La Ekklesía, en cambio, busca con plena conciencia los ojos del Padre.
Eleva su mirada a Dios directamente, sin intermediarios.
Este poder mirar directamente a los ojos de Dios es
lo que más profundamente nos conmueve en el canto de la Iglesia.
"A Ti, mi Dios". Con estas palabras indica la Ekklesía para quién vive ella.
No para sí misma, ni para criatura alguna -aunque sea la más elevada-, ni para los ángeles y Potestades. No, su mirada pasa por alto a todos ellos
y por encima de ellos se dirige a Aquel a quien ama y busca exclusivamente.
En espera».
Mientras, sintiéndome Iglesia, también yo quiero contemplar al Dios
que ha venido y que viene en Jesucristo, escucho
y oro con la oración colecta del primer domingo,
oración que resuena en el corazón con acentos de gozo y esperanza:
Dios todopoderoso,
aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento,
el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene,
acompañados por las buenas obras,
para que, colocados un día a su derecha,
merezcan poseer el reino eterno.
En la oración empiezo fijándome en la palabra,
el verbo con que se abre la oración en su versión castellana.
Aunque el original en latín sea más corriente, con “da” y otras versiones “concede”,
me pareció bonito el verbo usado en castellano, para pedir con la Iglesia al Padre hoy que vivifique, reavive, reanime, anime, encienda en nosotros
el ‘deseo’ de no quedarnos dormidos en este Adviento,
sino de animarnos con entusiasmo, con ganas a salir de nuestras perezas o pesimismos
para ir al encuentro de Cristo - "obviam Christo" - ‘el que vino, que viene y que vendrá’ de manera nueva en el ‘hodie’ de la celebración de la “nova Nativitas”.
María, la Virgen-Madre, tan presente en la liturgia del Adviento, “tiempo mariano por excelencia” (MC), acompaña a la Iglesia, nos acompañará a cada cristiano
en este camino que hoy emprendemos con el primer domingo de Adviento,
inicio de un nuevo Año litúrgico.
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