Alumnos del Bienio de Liturgia de san Dámaso hace tiempo me comunicaron que se estrenaría un film-documental sobre don Pablo Domínguez, el querido decano de la Facultad de Teología de san Dámaso. La noticia me sorprendió al tiempo que suscitó en mí alegría e interés.
Los medios, algunos medios, fueron difundiendo la noticia; y creció en mí el deseo, las ganas de ver este documental. No me lo quería perder, si era posible...
Finalmente, el miércoles día 9 de junio lo pude ver. Me alegró ver la sala de TOLETUM repleta de público: algún sacerdote, religiosas, muchos laicos, familias y algunos jóvenes. Una señora de la parroquia que estaba a mi lado, junto a su marido, comentaba cierto temor a que su esposo que había querido acompañarla quedase decepcionado.
Al final de la sesión, el esposo se levantó antes que nosotras dos y la señora me comentaba llena de gozo: «ha quedado muy contento y a mí también me ha gustado mucho;.merece la pena dar a conocer la noticia y yo voy a difundir y correr la voz entre mis amigas y los matrimonios...»
Es verdad que también quedaba la impresión de los que, preguntados, entrevistados en la calle sobre su experiencia del trato con curas, ésta no era muy positiva. Otras experiencias eran buenísimas. Buenísimo el testimonio, los testimonios sobre Pablo Domínguez: sus padres, el hermano, la hermana, los sobrinos, el ahijado…; sacerdotes, alumnos, jóvenes, chicas: personas que se relacionaron con Pablo en su ministerio sacerdotal, en las clases, en el roce sencillo de la vida del día a día: un trato siempre humano, cercano, sacerdotal, amigo…
A mí me gustó y me emocionó lo que vi y escuché en el documental; creo que a nadie o a muy pocos puede dejar indiferente el testimonio de este joven sacerdote de cuerpo entero: alegre, servicial, cura por todos los costados…
Yo no tuve la suerte de conocer y tratar mucho a Pablo; pero lo suficiente para tener de él una impresión muy positiva. Realmente don Pablo comunicaba paz y también deseo de hacer de lo que había recibido con el estudio de la teología, de la liturgia, hacerlo vida: para mí y para los demás: con la enseñanza y sobre todo con la vida y la entrega de cada día: con una vida realmente “eucarística” como creo que fue la que de Pablo refleja el documental.
Escuché una breve entrevista con el autor: hoy se estrena en Roma LA ÚLTIMA CIMA. De Italia a estados Unidos, a varias naciones de América. Ha sido pedida no sólo por las 60 salas de España, en las que está arrasando, sino también por unos 80 Países.
Escuchando la entrevista, o parte de ella, destaco que me gustó la ‘gratuidad y sencillez’ con la que Cotelo respondía al que le entrevistaba: ¿Este documental podrá hacer surgir vocaciones sacerdotales? – «No; las vocaciones sacerdotales tienen su origen sólo en Dios; vienen de Dios… Si él quiere servirse de medios humanos, de una película, o de otros medios, eso es cosa suya...».
Recordando a don Pablo, me viene espontáneo recordar san Dámaso y antes aún la Escuela Diocesana de agentes de pastoral, la Escuela superior de Liturgia y luego ya más recientemente, el Bienio de Liturgia.
Llegué en los años ’90 en la Escuela Superior de liturgia, frecuentada en la casi totalidad de alumnos por sacerdotes, párrocos; casi todos de Madrid y alrededores y unos cuantos, siempre fieles cada año, enviados puntualmente por el recordado cardenal Marcelo, desde Toledo.
Han sido varios años, los primeros dedicados a la actividad docente aquí en España. Unas experiencias muy vivas, profundas, también gratificantes. La experiencia también de una timidez que poco a poco iba despareciendo: ¡tan cercanos y buenos eran aquellos curas!
Los recuerdo con una inmensa gratitud; a varios de ellos los encuentro por Toledo; otros en Madrid o en encuentros de liturgia en alguna otra diócesis.
Creo que aquellos años en el Instituto teológico san Dámaso – antes de que fuera reconocida la Facultad de Teología – fueron años de vida, de iniciativa, de fraternidad sacerdotal, en la que, por vocación-misión me sentí metida de lleno, por gracia de Dios y por la bondad de quienes me empujaron a lanzarme por estos caminos y servicios eclesiales: don Andrés Pardo, el hoy card. don Antonio Cañizares, don Luis Domingo; y la lista podría seguir…
Reconozco con gratitud al Maestro Divino y a los hermanos que la Escuela Superior de Liturgia me ha marcado y me ha afianzado más y más en la vocación-misión eucarístico-sacerdotal-litúrgica de Discípula del Divino Maestro.
¡¡Al Padre, por, con y en Cristo Jesús, y en el Espíritu Santo: omnis honor et gloria!!
Recuerdo también con gratitud la Escuela Diocesana de agentes de pastoral, por la que cada miércoles pasaron durante muchos años – no sabría decir cuántos – laicos, religiosas, religiosos: Liturgia de las Horas y Culto a la Eucaristía fuera de la Misa, que, mientras intentas darlo a los demás, sientes la llamada a vivir en mayor profundidad y verdad lo que estudias, dices y enseñas.
Todo, de veras, gracia del Señor, motivo para vivir en alabanza, para hacer de la vida un ¡gracias!, una eucaristía…
Y el Bienio de Liturgia con sacerdotes, diáconos, seminaristas, algún religioso, religiosa, un laico. Aquí ya de la mano de don Manuel González, el coordinador del Bienio de Liturgia en la Facultad de san Dámaso. Fue desde el Bienio cómo pude conocer a Pablo Domínguez, decano después de don Alfonso Carrasco (hoy obispo de Lugo).
De vez en cuando, hay ocasiones, que son como ‘kairós’, en las que el Señor permite o quiere que rebobine mi vida, para que aprenda a no olvidar que la providencia nos acompaña siempre y que lo que a mí me toca es alabar, bendecir, dar gracias: a la Trinidad santa y a la gente; sí a mucha gente: a mi congregación y a mucha gente, personas ‘cuyos nombres están’, muchos en el corazón, y todos en el libro de la vida y lo que más importa, en el corazón de Dios.
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