lunes, 16 de mayo de 2016

Tiempo Ordinario


Hemos entrado en el Tiempo Ordinario, concluido ya el Tiempo Pascual con la solemne Celebración de la Venida del Espíritu, enviado por el Padre, prometido por el Señor Jesús, antes de ascender al cielo y sentarse a la derecha del Padre: “Yo os enviaré lo que el Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis del a fuerza de los alto” (Lc 24,49).
San Juan en su Evangelio, anuncia repetidas veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor. Cito el primer anuncio en Juan: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo  rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros…»  (Jn 14,16-17. 26; 15, 26-27; 16,7-15).
Pentecostés es la Celebración culminante del Tiempo Pascual, su corona y cumplimiento.

Cito de don Ángel Moreno, al introducir el Tiempo Ordinario:
«Hemos alcanzado la Cincuentena Pascual y hemos celebrado la gran Pascua de Pentecostés, que nos permite mirar con esperanza el futuro, porque se nos asegura la presencia, el acompañamiento y hasta la defensa que nos proporciona el Espíritu Santo.
El día a día no es siempre fácil, no solo por lo inmediato que nos toca vivir en nuestros espacios domésticos, sino por el impacto que nos llega de las noticias tan adversas, violentas, terribles de las guerras, terrorismo, desplazamientos humanos….
Tiempo de valorar el pan de cada día, el puesto de trabajo, el espacio social y doméstico, la suerte de la relación amiga, la posibilidad de la convivencia plural, la celebración de la fe.
Lo que cada uno es por gracia, lo es para beneficio de los demás. En la medida en que sepamos compartir a diario lo bueno que tenemos acrecentaremos los dones y celebraremos con una sociedad que se estabiliza gracias a la presencia silenciosa de quienes saben dar lo mejor de sí mismos».

Y hago mío con todo el corazón su deseo personalizado:
“Que reemprendas esta nueva etapa del Año Litúrgico con ilusión y esperanza”.

El tiempo Ordinario no es un largo período del Año litúrgico sin importancia; todo lo contrario. Es el Tiempo en que no celebramos Misterios especiales del Señor, pero sí la celebración de su “presencia del Señor en el Camino de la Iglesia”.
Tiempo en el que revisten una importancia especial todos los domingos, Pascua semanal, núcleo y origen de todo el Año litúrgico, como nos enseña la Constitución del Vaticano II sobre la Liturgia.
 Citamos le texto íntegro por su importancia especial y por el gran valor que tiene en la pastoral de la Iglesia:
«La Iglesia, por una tradición apostólica, que tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los “hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos”.
Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean realmente de mucha importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el Año Litúrgico»  (SC n. 106).

La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan al Sacrificio eucarístico como extraños y mudos espectadores, sino participen conscientes, piadosa y activamente (SC 48)

Si la vuelta al Tiempo Ordinario nos ayuda a recuperar, o por lo menos a recordar, lo que nos pidió el Concilio Vaticano II, es importante ya por esto, aunque no sólo.

Estaremos viviendo algo realmente fundamental en la vida de la Iglesia y del verdadero sentido del Año litúrgico. Lo subrayan los prefacios dominicales de la reforma litúrgica, y de manera especial el prefacio dominical X, que transcribo:

En verdad es justo bendecirte y darte gracias,
Padre santo, fuente de la verdad y de la vida,
porque nos has convocado en tu casa
en este día de fiesta.

Hoy, tu familia,
reunida en la escucha de tu Palabra
y en la comunión del pan único y partido,
celebra el memorial del Señor resucitado,
mientras espera el domingo sin ocaso
en el que la humanidad entera
entrará en tu descanso.

Entonces contemplaremos tu rostro
y alabaremos por siempre tu misericordia.

Con esta gozosa esperanza,
y unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos unánimes
el himno de tu gloria.

"... en la comunión del pan único y partido, celebra el Memorial del Señor Resucitado..."

Hoy en la ciudad de Madrid estamos de fiesta: recordando y celebrando a nuestro Patrono, san Isidro, un Santo que vivió en la sencillez y el heroísmo una vida auténticamente cristiana, en el trabajo y  en la oración.
En la Bula Rationi congruit, el Papa Benedicto XIII dijo de él:
«Toda su vida la desempeñó de manera que no fuera obstáculo, ni un solo día, para sus prácticas piadosas y vida religiosa. Nunca fue a labrar sin haber asistido primero al santo sacrificio e la Misa, y haber implorado el auxilio de Dios y de la Bienaventurada Virgen María».
Y la participación en la Liturgia, le llevó a una entrega constante a los demás, en la verdadera caridad, junto con su esposa santa María de la Cabeza.
«San Isidro, labrador, hombre de fe, hizo de su vida una plegaria a Dios» (Laudes).
«Te alabamos, Señor Dios nuestro, porque levantas del polvo al desvalido, y alzas de la basura al pobre» (II Vísperas).
«Isidro, labrador, pobre y humilde, abrió a todos el tesoro de su corazón». (primeras vísperas).
Seguimos pidiendo con la oración colecta:
«Señor Dios nuestro,
Que en la humildad y sencillez de san Isidro, labrador,
nos dejaste un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo;
concédenos que el trabajo de cada día
humanice nuestro mundo
y sea, al mismo tiempo,
plegaria de alabanza a tu nombre».




Pues protegidos por san Isidro, iniciamos “con ilusión y esperanza” el Tiempo Ordinario de la Liturgia de la Iglesia, pidiendo que, como él, dejemos que Cristo Jesús vaya creciendo en nosotros, hasta que se forme, como decía y pedía Pablo a los cristianos Gálatas: “hasta que se forme en vosotros Cristo”.




No hay comentarios: