Celebrar la misericordia
Hemos entrado en el año 2016, un Año que fue
esperado con especial interés, también por la frecuencia con que el Papa
Francisco ha hecho referencia a este gran “Año Santo de la Misericordia”.
El día de año nuevo, solemnidad de Santa María,
Madre de Dios, tuvo su primer encuentro del
año con los Romanos y con los peregrinos en la Basílica de Santa María la Mayor,
donde abrió también la Puerta Santa.
Inició su homilía con las hermosas palabras: «Dios te salve, Madre de misericordia,
Madre de Dios y Madre del perdón, Madre de la esperanza y Madre de la gracia,
Madre llena de santa alegría».
Y prosiguió
comentando: “En estas pocas palabras se sintetiza la fe de generaciones de
personas que, con sus ojos fijos en el icono de la Virgen, piden su intercesión
y su consuelo. (…). Atravesemos,
por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen
Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros.
Dejémonos acompañar
por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos
nuestro corazón de par en par a la alegría del perdón, conscientes de la
esperanza cierta que se nos restituye, para hacer de nuestra existencia
cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios”.
A mediodía, en el Angelus, decía:
”Al comienzo del año es hermoso intercambiarnos
las felicitaciones. Es, en el fondo un
signo de la esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida.
Sabemos sin embargo, que con el nuevo año no todo cambiará, y que muchos problemas
de ayer permanecerán también mañana. Entonces querría dirigiros una
felicitación sostenida por una esperanza
real, que saco de la Liturgia de hoy.
Son las palabras con las que el Señor pide que se
bendiga a su pueblo: «El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti…». También
yo os deseo esto: que el Señor ponga su mirada sobre vosotros, que podáis
alegraros, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más radiante que el
sol, resplandece sobre vosotros. (…).
Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se
cansa de recomenzar del principio con nosotros para renovarnos. ¡El Señor tiene
paciencia con nosotros!
Cada mañana, al despertarnos, podemos decir: «Hoy
el Señor hace resplandecer su rostro». ¡Hermosa oración, que es una realidad!”
«... No os olvidéis, por la mañana, cuando os despertéis, de recordar la bendición de Dios: "Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí".
De veras, esta oración con la que nos sugiere el
Papa despertarnos cada mañana es hermosa, alentadora de una fe y esperanza firmes.
Porque, así como uno de los deseos más vivos del corazón creyente es contemplar
el rostro de Dios, también da aliento y alegría el saber que cada día somos
amados y mirados por nuestro Padre Dios.
¡Con qué sinceridad el salmista y cada uno de
nosotros pide en la confesión de su culpa:
“Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
renuévame
por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me
quites tu Santo Espíritu”.
Hago mía también la invocación del salmo 27,8-9 :
“Oigo
en mi corazón: Buscad mi rostro”.
“Tu
rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro…”.
Este Año el Papa Francisco nos invita sobre todo a
contemplar el “rostro de la misericordia del Padre, que es el mismo Jesucristo”. (Bula MV, 1).
Cuando oro deseando contemplar el rostro del
Señor, recuerdo espontáneamente al santo Papa Juan Pablo II en su carta
programática para el tercer milenio: “Novo Millennio ineunte”, especialmente en
su segundo capítulo: “Un rostro para contemplar”.
También Juan Pablo II, como repetirá muy a menudo el Papa Francisco, insistía en recordar que la contemplación
del rostro de Jesús, muerto y resucitado, tiene que ir unida a la contemplación,
la mirada directa a los “rostros” desfigurados, sufrientes, frecuentemente
olvidados de nuestros hermanos y hermanas.
Esto requiere ciertamente en mí una conversión que
se concreta en las obras de misericordia, espirituales y corporales,
como recuerda el Papa, haciendo eco y resonancia del mismo Evangelio.
El Papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo de la Misericordia (n.
3), recuerda que «hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos
llamados a tener la mirada fija en la misericordia, para poder ser también
nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre».
A esto nos ayuda ciertamente celebración, la participación en
la Liturgia.
Leía con alegría y en plena sintonía en “Misa dominical”, en la 1ª página del n. 1 de 2016:
“La Liturgia es un momento privilegiado para poder
dejarse fascinar por el rostro misericordioso de Dios en Jesucristo. …Es importante promover celebraciones
que transmitan esta dimensión central, especialmente en la Eucaristía
dominical, que este año nos ayuda con las lecturas del ciclo C, pero también en
los restantes sacramentos y espacios de oración y a lo largo del Año litúrgico,
de una forma especial en la Cuaresma y en la Pascua… para que el Jubileo sea
vivido, y especialmente celebrado, como «un momento extraordinario de gracia y
de renovación espiritual”.
El Sermón I de la Epifanía del abad san Bernardo
me ha parecido una hermosa contemplación al iniciar la celebración del Año de la misericordia:
“Ha
aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias
sean dadas a Dios que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta
peregrinación…
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador,
su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la
misericordia del Señor es eterna…
De lo que se trata ahora no es de la promesa de la
paz, sino de su envío, no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad;
no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un
saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la
pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño,
pero lleno. Ya que un niño se nos ha
dado, pero en quien habita toda la
plenitud de la divinidad. (…).
"Misericordiosos como el Padre" |
Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es
el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y
siente sobre ellos. No te preguntes tú, que eres hombre, por lo que has sufrido,
sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuanto te
tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador,
y su amor al hombre.
Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el
amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la
humanidad el nombre de Dios”.
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