«misericordiosos como el Padre
Buscando en la
página del arzobispado de Madrid la Carta Pastoral de nuestro Arzobispo don
Carlos Osoro: “Jesús, rostro de la Misericordia, camina y conversa con nosotros en
Madrid”, en la pestaña ‘oración y liturgia’, encontré el siguiente
comentario al Evangelio del día, tomado de Lucas 13, 18-21.
En aquel tiempo. Jesús decía:
«¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas».
Y añadió: «A que compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».
«¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé?
Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas».
Y añadió: «A que compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».
El comentario aparece con un
título que me llama la atención; leo y vuelvo a leer.
Es significativo; me hace pensar y orar, me lleva también a revisar mis actitudes y mis ‘prisas’…
No será muy “litúrgico”, pero a mí en este momento me hizo bien, y pienso que quizá a otros les pueda hacer semejante efecto y aplicación a la vida de cada día.
Es significativo; me hace pensar y orar, me lleva también a revisar mis actitudes y mis ‘prisas’…
No será muy “litúrgico”, pero a mí en este momento me hizo bien, y pienso que quizá a otros les pueda hacer semejante efecto y aplicación a la vida de cada día.
Dicho comentario creo que lleva la
firma de Juan José.
Sin prisa
"Las personas que van con una prisa
desquiciada no es que morirán antes, es que apenas se enterarán de que han vivido.
Dice el Señor que el Reino de Dios se inicia en la Tierra y crece. Y ese
crecimiento no tiene peculiaridades diferentes a las propias del árbol, cuyo
ascenso es deliciosamente lento hasta que la musculatura de su tronco madura y
es capaz de sostener los nidos, los pájaros, los niños que trepan hasta la copa
y la nieve del invierno. El agua mansa va produciendo el milagro de la
lentitud. Hay como un ritmo incrustado de pequeñas pausas en todo aquello que
Dios ha creado, un aura imperceptible de desarrollo.
Si eres de los que te importuna la
lentitud y no tienes la paciencia básica para explicar un problema de
matemáticas a tu hijo, que se hace el remolón, es difícil que veas crecer el
Reino de los Cielos en tu vida. Mucha gente piensa que haciendo más cosas y
llegando a más sitios serán capaces de evangelizar más o cargar las alforjas de
lo cotidiano con más y mejores bienes. Son gente capaz de reprocharle al mismo
Señor que estuviera callado 30 años y sólo dedicara 3 a revelarnos el misterio
de su Persona. Un tiempo desperdiciado, dirán, y además circunscrito a un área
de acción mínima, Palestina, cuando bien podría haber nacido en la capital del
Imperio y haberse dirigido al mismo César, no a un subalterno, a un prefecto de
esa provincia más bien conflictiva que era Judea.
Exprimir el tiempo, llenar de muchas
horas la jornada, más que de vida, es un fraude de existencia. El Reino crece
cuando un día descubres una frase del Evangelio que, sin saber por qué, te
acompaña durante semanas, y te ayuda a saber escuchar mejor a la gente del
trabajo y hacer de tu tiempo un proceso que va desplegándose con generosidad. Y
entonces uno se va a dormir más calmado, dando gracias a Dios por el día
transcurrido por pura necesidad de agradecimiento, no porque tenga que aprovechar
el último minuto para acordarse de Dios. Es la diferencia entre caer derrotado
en la cama o hacer, incluso del descanso, un tiempo de oración. Sin prisa, que
Dios siempre te alcanza".
Mientras
oraba con este pasaje evangélico y también con el comentario inesperadamente
recibido, me viene espontáneo el recuerdo vivo de una amiga religiosa, que
había conocido en Bilbao en un encuentro de oración, y luego he coincido muchas
veces con ella en su ciudad Condal: en su comunidad, en la mía, en la plaza
Cataluña allí sentadas en dos sillas, que nos tocó pagar…
Era
la alegría en persona; decía que a ella el Señor le había regalado precisamente
el don de la alegría, y sus ojos de persona mayor reflejaban casi una alegría
de niña. Falleció a los 92 años.
Recordé
espontáneamente a la hna. Palmyra, porque una de sus frases preferidas, ante
mis prisas, era que Dios es “amigo de las lentitudes”, no tiene prisa.
Hablaba
de Dios, de Jesús, de la vida cristiana con una serenidad encantadora.
En
años no fáciles para la Vida religiosa en España, sobre los años ’70, ’80, una
religiosa joven de su comunidad me comentaba: ¡«qué bien nos entiende a las religiosas
jóvenes la hna. Palmyra…»!
Los
recuerdos se entrelazan. Palmyra había asimilado la enseñanza, las actitudes de
Jesús en su Evangelio, su cercanía, su misericordia hacia los más necesitados.
Un anticipo del “Jubileo de la Misericordia”. Un retrato vivo, espontáneo,
cercano.
Escribe
nuestro santo Padre Francisco en la “Misericordiae
vultus”: «siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la
misericordia. Es fuente de alegría, de
serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. (…) La
misericordia es la vida maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su
acción pastoral debería estar revestido
por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en el anuncio y
en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través
del camino misericordioso y compasivo» (MV 1, 3, 10).
Etiquetas:
deliciosamente lento, agua mansa, milagro de la lentitud, exprimir el tiempo,
el Reino crece, escuchar a la gente
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