lunes, 29 de diciembre de 2014

LA LITURGIA, FUENTE DE LA VIDA ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA (II)

1. Vida consagrada y liturgia

Aunque no se pueda juzgar subjetivamente sobre  la calidad de la vivencia de la liturgia en la vida consagrada, sabemos que la relación objetiva y teologal entre ambas realidades es profunda e indiscutible. En efecto, la vida religiosa no quiere ser otra cosa en la Iglesia que una vivencia coherente de la vida cristiana, y la liturgia, como subrayan todos los documentos conciliares, es el centro de la vida de la Iglesia y de todos sus hijos.

En la liturgia, la Iglesia hace presente, a través de los signos y de las palabras, “per ritus et preces” (SC 48), el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, misterio que es el núcleo y la culminación de toda la historia de la salvación.

Y la vida consagrada, vida de seguimiento radical de Jesús el Señor, virgen, pobre y obediente, tiene la misión específica de visibilizar al mismo Cristo, “el Incomparable”,[1]“para vivirlo y expresarlo con la adhesión «conformadora» de toda la existencia…, reproduciendo en sí misma «aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo»”[2].  

En la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, el beato Juan Pablo II afirma: “Verdaderamente la vida consagrada es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, como Verbo encarnado, ante el Padre y ante los hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador»[3].

1.1.  La vida religiosa realidad eminentemente eclesial

El Vaticano II ha destacado la fuerte vinculación entre la Iglesia y la vida consagrada, introduciendo en la constitución dogmática Lumen Gentium, el capítulo sexto sobre la vida religiosa, que forma parte integral de la misma Iglesia, porque en efecto, la vida consagrada se puede comprender sólo en la Iglesia, y desde la Iglesia.


La vinculación del religioso, lo mismo que la de todo bautizado, con el misterio eclesial, tiene sus raíces en el sacramento el Bautismo. Lo recuerda el magisterio conciliar[4] y también el Ritual de la Profesión Religiosa (=RPR)[5], que podemos considerar, en parte por lo menos, como la aplicación litúrgica de lo que sobre este tema dicen los textos del Concilio.

En la Bendición solemne del Rito de la profesión perpetua de las religiosas, la liturgia pide al “Padre de los hombres, creador del mundo:… Derrama sobre estas hijas tuyas, que por ti han dejado todas las cosas, la abundancia del Espíritu Santo. Brille en ellas Padre, el rostro de Cristo para que todos, al verlas, reconozcan que él está presente en la Iglesia” (RPR 104).

Particularmente significativa a este respecto es también la petición epiclética de la Bendición solemne alternativa[6], en la que la Iglesia invoca al Espíritu Paráclito para que “resplandezca en ella todo el esplendor de su Bautismo”. En esta invocación, el Bautismo aparece no sólo como un ‘rito’ inicial en el que ‘se hace el cristiano’, sino que está llamado a tener un protagonismo constante, un proyecto de realización plena, no mortecina, en la misma existencia a lo largo de la vida. La Iglesia pide al Padre que en las mujeres consagradas el Espíritu Paráclito resplandezca en todo su esplendor, y que así se muestre ante el Pueblo de Dios con su rostro luminoso y atrayente.

La relación entre liturgia y vida consagrada subraya, pues, ante todo, cómo es precisamente el Bautismo, el origen y principio de toda consagración cristiana y, por consiguiente, también de “la vida de especial consagración”, la vida religiosa.

Porque la vida de todo bautizado y la vida consagrada tienen su origen en los sacramentos de la Iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación, cuya corona y culminación es la Eucaristía. Y así se puede decir con razón que “el Bautismo y la Eucaristía constituyen el fundamento ontológico de la eclesialidad de la vida religiosa”[7].

El religioso, la religiosa “se hace” en una acción litúrgica, en la Celebración eucarística; en ella la Iglesia presenta a Dios la oblación del neoprofeso y lo asocia al sacrificio eucarístico (cf LG 45).

El ‘rito’ de la profesión del religioso o de la religiosa, según las disposiciones de la reforma conciliar, pone en evidencia también “per ritus et preces”, una teología profundamente litúrgica y eclesial, en la que podemos descubrir ulteriormente la relación entre liturgia y vida consagrada. Recordemos, entre otros elementos, propios de la liturgia renovada por la reforma del Vaticano II, la incorporación de la profesión dentro de la Celebración eucarística, especialmente para la profesión de votos perpetuos, el interrogatorio que relaciona explícitamente la profesión con el Bautismo, la Bendición solemne sobre los neoprofesos y profesas de votos perpetuos[8], etc. Todos estos elementos ofrecen pautas para una autorizada reflexión teológica sobre la vida consagrada en la Iglesia, aunque naturalmente el Rito es una acción litúrgica, no un tratado de teología. Sin embargo, una vez más se destaca cómo la ‘lex orandi’ y la ‘lex credendi’ se armonizan.

Reflexionando sobre la relación entre liturgia y vida consagrada, quedé gratamente sorprendida al leer en el canon 607 &1 del Código de Derecho Canónico, una casi definición esencial de la vida religiosa en términos “sacerdotales”, que expresan, de manera sintética pero inequívoca una profunda y vital relación entre vida consagrada y liturgia: “La vida religiosa, en cuanto consagración de toda la persona, manifiesta en la Iglesia aquel admirable desposorio, fundado por Dios, que es signo del mundo futuro. De este modo, el religioso consuma la plena donación de sí mismo, como un sacrificio ofrecido a Dios, por el cual toda su existencia se convierte en un culto a Dios en amor.

La existencia de la persona consagrada considerada “culto a Dios en amor”. Bella definición de la vida religiosa.

El RPR nos recuerda también que toda consagración es obra del Espíritu Santo. Cómo obró en la Virgen-Madre, cómo actúa en el corazón de la plegaria eucarística, así, análogamente, el Espíritu desciende sobre el religioso o la religiosa que se consagran a Dios, que se dejan consagrar por Él: éstos profesan la propia voluntad de seguir a Jesucristo, en obediencia a la llamada del Padre, dentro de un carisma, que es obra del Espíritu Santo en la Iglesia. Y será este mismo Espíritu el que dará fecundidad a la misión que el religioso realizará al servicio del Reino de Dios.

En efecto, con la introducción de la oración solemne de bendición o consagración del religioso o de la religiosa, una oración de exquisito sentido epiclético, - al igual que en las celebraciones ‘sacramentales’ de la bendición del agua en la Vigilia pascual, de los sacramentos de la Confirmación y del Orden sagrado y de la consagración de vírgenes – “el RPR ha enderezado la atención hacia la dimensión mistérica de la vida religiosa, fundada sobre el don del Espíritu”[9].

1.2. Palabra de Dios, Eucaristía y Vida consagrada

La profesión religiosa es la expresión y el inicio de una vida que, imbuida plenamente por la alianza bautismal, desea convertirse en eucaristía, no sólo celebrada, sino sobre todo vivida; parábola de una vida bautismal que se va convirtiendo poco a poco en vida eucarística, es decir, en cuerpo, sangre, existencia totalmente entregadas: por Dios y por los hermanos, en el cotidiano discurrir de la vida, en una ofrenda que se expresa y concreta en la vivencia de los consejos evangélicos, de la vida fraterna en la comunidad, al servicio del Reino, especialmente de los más pobres.

El fin de la verdadera participación en la Celebración eucarística es compartir la suprema entrega del Señor Jesús, comiendo su Cuerpo y su Sangre, para llegar a una progresiva identificación y configuración con él, en su Misterio Pascual, viviendo “como vivió él”, en actitud de entrega y amor a Dios y a los demás.


Por eso, la Eucaristía es para todo bautizado, y en particular para los religiosos, punto de referencia, centro y motor de toda su vida de consagración, comunión y misión, en la fraternidad.

Un aspecto que cabe destacar de manera especial en la vida de la Iglesia, como fruto de la renovación conciliar, es ciertamente el estudio y el amor a la Palabra de Dios. También entre los religiosos y religiosas ha crecido el interés por la Palabra de Dios, por la lectio divina, en particular. Y todo esto ha favorecido también la inteligente y fructuosa participación en la liturgia de la Palabra de la Celebración Eucarística y en la Liturgia de las Horas..

Porque la Palabra de Dios en la liturgia es un acontecimiento salvador, hoy y aquí para nosotros. No es sólo la ‘preparación’ al rito central de la Misa, sino que ella misma es ‘celebración’, kairós, y encuentro con Cristo Palabra.

A través de su Palabra, Dios Padre, Jesucristo, siguen hablando, comunicando la Buena noticia a su pueblo. A nosotros nos corresponde “escuchar” con la actitud del discípulo tan subrayada en las Escrituras: “Shemâ, Israel[10].

Recordamos aquel texto tan significativo del profeta Jeremías: “Cuando yo saqué a vuestros padres de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto: «Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo…»[11].

La ‘escucha’ que sustituye los holocaustos y sacrificios, es adoración en espíritu y en verdad,[12] escucha-obediencia que introduce en ese proyecto de salvación que Dios ha ido manifestando a lo largo de las páginas del Antiguo y el Nuevo Testamento.

La ‘lectura continuada’ de la Escritura en la Celebración eucarística es factor que ayuda en gran manera a tomar en serio la Palabra y a hacer de ella como un valioso «vademécum» de nuestro camino de fe. En la Eucaristía esta lectura adquiere su mayor densidad: es la primera de las dos mesas a las que Cristo nos invita: comer su Palabra antes de acudir a comulgar con su Cuerpo y Sangre, es ya un misterio de comunión y de encuentro salvador, que a todos los cristianos y especialmente a los religiosos les resulta significativo y provechoso en su vida[13].

La Eucaristía celebrada y vivida alimenta la fraternidad, es fuente y alimento primordial de una comunidad que se va uniendo en el amor. El decreto conciliar Perfectae Caritatis establece: “Los que profesan los consejos evangélicos… vivan la sagrada liturgia, principalmente el sacrosanto misterio de la Eucaristía según la mente y el corazón de la Iglesia, y nutran su vida espiritual con esta riquísima fuente. Nutridos así en la mesa de la Ley divina y del altar sagrado, amen fraternalmente a los miembros de Cristo…, acrecienten de día en día su vivir y sentir con la Iglesia, y entréguense totalmente a su misión” [14].

 A través de la escucha fiel de la Palabra y comulgando el Cuerpo y Sangre del Señor, en efecto, se refuerza el sentido de pertenencia eclesial y comunitario, y se va corrigiendo también la tentación siempre al acecho del individualismo. Es lo que pide la segunda epíclesis de la Plegaria eucarística: “…el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y  la Sangre de Cristo” (PE II).



[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, 1996, n. 15
[2], Ib. nn. 15-16. 44.
[3] Ib. , n. 22.
[4] Documentos del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium (LG), 44-46; Perfectae Caritatis (PC) 1-2. 5-6; Ad Gentes (AG), 18. 40.
[5] Cf. Ritual de la Profesión religiosa (=RPR), nn. 27, 95, 170, 200.
[6] RPR, n. 72.
[7] M. Augé, Reflexión teológica sobre la vida religiosa a la luz del Ritual de la profesión, Phase 154 (1986) 322.
[8] RPR, nn. 67,72, 97, 104.
[9] M. Augé, Ib. p. 319].
[10] Dt, 6,4.
[11] Jr 7, 23s.
[12] Cf. Sal 40, 7-9; Hb 10, 5-9; Jn 4, 23-24.
[13]  Cf. J. Aldazábal, Los religiosos, comunidad orante, Cuadernos Phase 6, p.  20.
[14]  PC 6.

lunes, 8 de diciembre de 2014

LA LITURGIA, FUENTE DE LA VIDA ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA (I)

Introducción

No sabría decir si la liturgia y su reforma posconciliar han gozado de una acogida y puesta al día excelentes en la vida consagrada durante los últimos cincuenta años.
Las recomendaciones de los Papas, en su magisterio dirigido a toda la Iglesia y a la vida religiosa en particular, han sido realmente abundantes y claras, y estamos seguros de que han caído en terreno bien dispuesto.
Lo que recuerdo, como experiencia personal, ciertamente limitada dentro de su extensión,  ha sido en este sentido muy positivo. He podido constatar cómo, especialmente las religiosas, se movieron, participando en cursillos, clases, charlas, preocupadas por recibir una formación cuidada y, dentro de lo posible completa, pidiendo información y consultando, con una especial atención a la Liturgia de las Horas y también a la Celebración eucarística.
Hemos visto religiosas con verdadera hambre y sed de conocer, gustar, vivir la oración de la Iglesia, empaparse de su espíritu, para poderla vivir y comunicar también a los demás, a través de la catequesis, el ejemplo y la transmisión de lo conocido y vivido; deseosas de  conocer las rúbricas también, pero sobre todo el espíritu, para traducir en ‘vivencia’ lo escuchado y aprendido, y pasar así del ‘saber’ a la verdadera ‘sabiduría’ litúrgica.
Muchas congregaciones y provincias religiosas no han escatimado esfuerzos de todo tipo, con el fin de  ofrecer, en sus planes pastorales y formativos, respuestas adecuadas a las inquietudes de las Religiosas.
Estos esfuerzos, tanto de las personas individualmente como de las instituciones, han dado y van dando ciertamente sus frutos. Y creemos que es justo reconocer que se han producido, concretamente en estos 50 años que nos separan del concilio Vaticano II, y en particular de la Constitución Sacrosanctum Concilium, esfuerzos y realizaciones notables entre los religiosos y las religiosas, en lo referente a su vida de oración, para mejorar no sólo sus celebraciones litúrgicas, sino también la participación en las mismas, siguiendo las directrices de la Iglesia.
Una prueba de ello es el nuevo lenguaje de los mismos textos constitucionales, que rigen los diversos institutos y congregaciones, textos que hasta hace pocos años aparecían entretejidos prioritariamente de normas y leyes canónicas, siempre necesarias, pero no suficientes para alimentar y sostener la vida de las personas y el ejercicio de la misión, al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Sería necesario cotejar las Constituciones de varios Institutos religiosos para confirmar lo dicho. No tengo tiempo para hacerlo, más que con las de la congregación a la que pertenezco. Intentaré ofrecer un cuadro en el que creo puede resultar evidente el paso de los años y de las etapas que ha vivido el instituto, en la penetración y asimilación de la renovación litúrgica.
Destaco ante todo cómo, aun insistiendo conforme también a la voluntad de la Iglesia, sobre las características propias del estilo de vida y de oración según el carisma del instituto, los textos constitucionales presentan hoy la oración litúrgica como fuente primordial de la espiritualidad cristiana y religiosa de la congregación.
Ciertamente, las normas, los estatutos y constituciones no lo son todo en la vida religiosa, sino que es necesario que la vida de las comunidades y de las personas esté en profunda y fiel sintonía  con ellas. Pero es de justicia constatar el camino realizado, como queda reflejado en general en los textos que regulan la vida de los religiosos y religiosas.






[1] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita Consecrata, 1996, n. 15
[2], Ib. nn. 15-16. 44.
[3] Ib. , n. 22.

sábado, 10 de mayo de 2014

Domingo IV de Pascua


Omnipotens sempiterne Deus,
deduc nos ad societattem caelestium gaudiorum,
ut eo perveniat humilitas gregis,
quo processit fortitudo pastoris.

El texto original de esta oración colecta es de una sobriedad armoniosa.
Dice todo en pocas palabras, incluyendo las dos peticiones que le expone a Dios Padre.
Comenta el p. Urtasun: “Algo tan bello, tan admirablemente bien hecho, que no había palabras para comentarlo. ¡Allí estaba la belleza, la armonía, el genio!”
El mismo autor sugiere que esta eucología esté inspirada en el texto de san Agustín:
Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien desea, de verdad, ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedirlo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio del viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía” (2ª lect. IV domingo de Pascua)

Dice Jesús en el Evangelio, un Evangelio que con unos u otros versículos del mismo cap. 10 de san Juan nos acompañarán a lo largo de toda la semana.
«Os aseguro que yo soy la Puerta de las ovejas. … Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrara y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Jesús es la Puerta, el Camino directo hacia el Padre. No hay otro. Porque Él es el único y verdadero Camino de la Verdad y la Vida.
Por eso, éste es el día grande para nuestras hermanas paulinas las Religiosas de Jesús Buen Pastor, cuya festividad específica propia es la que celebramos este domingo IV de Pascua: Jesucristo Maestro-Pastor, el Maestro con corazón de Pastor: que da la vida por sus ovejas. Nadie podrá arrebatarnos de sus manos, ni de las del Padre.

“Todos estamos llamados a ser pastores y pastoras. A dar respuesta a las necesidades del otro, aunque sólo sea una respuesta de comprensión y amor – de ternura, dirá el Papa Francisco.
No hay pastor auténtico que no haya pasado por la puerta de Cristo, por la Puerta que es Cristo.
Quiere decir que el pastor ha de asumir las cualidades de Cristo Pastor, todas sus actitudes, todo su Espíritu. La puerta es como la prueba de capacidad y autenticidad.
Serás pastor si pasas el examen de Cristo, el examen-Cristo, si aprendes a Cristo, si te doctoras en Cristo.
Serás pastor si Cristo te pone su sello, su marca, que no es otra que la de su Espíritu. «Fuisteis sellados con el Espíritu de la promesa»” (Ef 1,13).  [R. Prieto Ramiro].

La liturgia de la Iglesia nos acompaña cada día del Tiempo pascual con la Palabra de Dios y la eucología de una riqueza teologal impresionante, una profunda mina para la oración y la reflexión orante.
En cinco formularios se repite una oración sobre las ofrendas que  es compendio de la doctrina sobre Eucaristía- Misterio pascual:

“…que la  celebración de estos misterios pascuales
nos llene siempre de alegría
y que la actualización repetida de nuestra redención
sea para nosotros fuente de gozo incesante
(sábado de la octava; martes 2ª semana; miércoles 3ª semana;
 martes 4ª; miércoles 5ª –alegría de sabernos salvados - ; martes 6ª;

Y hoy, viernes de la V semana de Pascua, mientras ya nos acercamos a la celebración de la Ascensión del Señor y a Pentecostés, culmen y final de la Cincuentena Pascual, la Iglesia en la oración colecta pide que todos  vivamos en plenitud el Misterio pascual y que en él encontremos nuestra feliz salvación:

Danos, Señor, una plena vivencia del misterio pascual,
para que la alegría que experimentamos en estas fiestas
sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación.



viernes, 25 de abril de 2014

«Ve a mis hermanos y diles…»

“En verdad es justo y necesario
glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca
en este día
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
(…). Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero  se desborda de alegría…”


La “hora” de Jesús se ha cumplido.
A los discípulos que, “el primer día de los Ázimos, le preguntan: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?, el Señor responde: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: “El Maestro dice: «Mi momento está cerca; deseo celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos»”.
Las palabras de Jesús me interpelan desde hace años, como discípula de Jesús Maestro. También a mí me ha dicho y me dice hoy, con fuerza y decisión: “apud te facio Pascha cum discipulis meis”.

El Señor viene y no viene solo; viene siempre con los hermanos.
Es el mensaje, la buena noticia que siempre nos transmite el Papa Francisco: “El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo…”

El encuentro de María Magdalena con Jesús en el jardín de la Resurrección (Jn 20, 11-18) me transmite el  mismo mensaje: María reconoce a su Señor sólo cuando da la espalda al sepulcro vacío y acoge el mandato del Resucitado: «Ve a mis hermanos y diles…». Y ella, corriendo, va a comunicar la palabra de Jesús.



Estos días de Pascua contemplamos al Señor Resucitado que se aparece a sus discípulos. Y a sus discípulas. Ya en la Vigilia pascual aparecen también y casi como protagonistas las “mujeres del Evangelio”, con la misión de mensajeras de la Resurrección (Mt 28, 1-10).
El Maestro les sale al encuentro, cuando “impresionadas y llenas de alegría corren a anunciar a los discípulos” la gran noticia.
El saludo de Jesús es: “Alegraos”. Este saludo encabeza la primera carta que la Congregación romana para la Vida consagrada nos dirige “a los consagrados y consagradas”, en preparación al año 2015, “Año de la Vida consagrada”, por deseo del mismo Papa Francisco.

Recuerdo en estos días con particular intensidad como el p. Santiago Alberione, desde los comienzos de la Congregación sugirió a la hoy venerable Madre Escolástica Rivata la lectura, reflexión sobre las  “mujeres del Evangelio”, indicadas por él como modelo, iconos de nuestra misión en el seguimiento de Jesús Maestro.
Lo recuerda de manera eficaz la actual Regla de Vida: “Como María y como las mujeres, primeros testigos de la Resurrección, iconos de nuestra misión, seguimos y servimos a Jesús Maestro en la Iglesia”
Así será más fecundo y encarnado al servicio de las mujeres y hombres de nuestro tiempo nuestra misión apostólica de discípulas del divino Maestro.



lunes, 14 de abril de 2014

III Domingo de Cuaresma

Los domingos III, IV, V de Cuaresma, del ciclo A, constituyen una unidad llamada “Cuaresma catecumenal”.
Las páginas del evangelio de san Juan que nos acompañarán en estos tres domingos constituían y constituyen hoy también las últimas catequesis bautismales para quienes se preparaban y se preparan también en nuestros días a recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana en la santa noche de Pascua.
Son guía en el camino cuaresmal hoy todos los cristianos, que en la Vigilia Pascual, la celebración más solemne e importante del año litúrgico, renovaremos nuestros compromisos bautismales, después de haber escuchado la abundante Palabra de Dios – resumen de la historia de la salvación – y antes de celebrar la “plenitud del misterio Pascual” con el sacrificio y  memorial eucarístico.

La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma, resalta los dos elementos que el Vaticano II ha pedido que se restablezcan o se recuperen donde se hubieren perdido como característicos de la Cuaresma:
-          el carácter bautismal
-          y el carácter penitencial (cf. SC 109).

La oración colecta y la oración sobre las ofrendas subrayan el aspecto penitencial; toda la liturgia de la Palabra y el Prefacio se centran en la dimensión bautismal, con el constante recurso al símbolo del “agua”, elemento que tiene un papel importante en toda la tradición bíblica y en la tradición de la liturgia cristiana, especialmente como elemento proprio de la “catequesis bautismal”.

Jesús se muestra ante la mujer samaritana como “el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (evangelio).
El que derrama en nuestros corazones el amor de Dios con el Espíritu Santo que se nos ha dado (segunda lectura).
El agua que Dios hace brotar abundantemente de la roca (primera lectura), es el símbolo y la preparación para toda la efusión del “agua, del Espíritu” que la Trinidad derrama en el corazón de quienes acogen a Jesús y le reconocen como el gran “don de Dios”.

El prefacio de este domingo resume de forma bella los motivos por los que en la Eucaristía = acción de gracias, queremos elevar con los ángeles, al Dios uno y trino nuestra alabanza y gratitud.
Transcribo sólo el cuerpo central del prefacio; el resto es igual o muy parecido al de todos los prefacios:
«... por Cristo, Señor nuestro.
Quien, al pedir agua a la Samaritana,
ya había infundido en ella la gracia de la fe,
y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino...»

La lectura patrística del Oficio de lectura es una hermosa Lectio divina que explica, lo que en el prefacio se confiesa: “Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad...».
Comenta el Papa Francisco: «Il Vangelo di oggi ci presenta l’incontro di Gesù con la donna samaritana, avvenuto a Sicar, presso un antico pozzo dove la donna si recava ogni giorno per attingere acqua. (...).
Quella di Gesù era sete non tanto di acqua, ma di incontrare un’anima inaridita. Gesù aveva bisogno di incontrare la Samaritana per aprirle il cuore: le chiede da bere per mettere in evidenza la sete che c’era in lei stessa. La donna rimane toccata da questo incontro: rivolge a Gesù quelle domande profonde che tutti abbiamo dentro, ma che spesso ignoriamo. Anche noi abbiamo tante domande da porre, ma non troviamo il coraggio di rivolgerle a Gesù! La Quaresima, cari fratelli e sorelle, è il tempo opportuno per guardarci dentro, per far emergere i nostri bisogni spirituali più veri, e chiedere l’aiuto del Signore nella preghiera. L’esempio della Samaritana ci invita ad esprimerci così: “Gesù, dammi quell’acqua che mi disseterà in eterno”».

En el encuentro con la mujer  de Samaría, Jesús le recuerda que el verdadero culto a Dios se realizará “en espíritu y verdad”.
Desde ahora, el culto querido por Dios es inseparable del nuevo templo, de donde brotan los ríos de agua viva del espíritu (cf Jn 7, 38-39).
“Jesús revela la plenitud del culto que Dios quiere: un culto filial, que es don del Padre, por medio de Cristo Jesús y bajo la acción del Espíritu Santo. Este culto tiene como núcleo la inserción de la propia vida en la obediencia del Hijo Jesucristo, mediante la fe en él y la práctica del amor fraterno, que desembocan en la plegaria filial y en la acción ritual; todo ello, en la presencia del Espíritu santificador” (López Martín).
A través de la fe y del bautismo, los cristianos, por el Espíritu, somos insertos en Cristo, en su ritmo pascual. Y precisamente porque somos insertos en él, somos “hijos en el Hijo” y, por consiguiente, no sólo aprendemos de Jesús cómo hay que adorar, sino que efectivamente adoramos en Cristo mismo y en el Espíritu Santo.

Nuestra adoración no puede ser sino la adoración, infinitamente grata al Padre. Efectivamente, la adoración y el culto al Padre serán verdaderos sólo si se hacen “en comunión de fe y de aceptación del Cristo Verdad y bajo la acción del Espíritu Santo, que autentifica esta verdad en el corazón de los creyentes y se convierte, por consiguiente, en principio de la adoración la Padre” (Braun).

lunes, 17 de marzo de 2014

CUARESMA: camino hacia la celebración de la PASCUA

Domingo 1º

Oración colecta
Al celebrar un año más la santa Cuaresma
(el sacramentum Quadragesimale),
concédenos, Dios todopoderoso,
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud.

Según el texto original, la Cuaresma es sacramento, sacramento venerable, y es “Christi sacramentum” con toda la riqueza que encierra en la Liturgia el término “Sacramentum – Mysterium” todas las veces que lo encontramos.
En la oración colecta pedimos al Padre: “avanzar”, crecer, progresar “en el conocimiento del misterio de Cristo”, para participar, vivir de él. Una consciencia que nos lleve a realizar lo que significa “participar”, y participar plenamente /con todo mi ser/ y vivirlo en su plenitud (cf Col 2,9) La plenitud, el pleroma del misterio pascual de Xº que celebraremos de manera específica en la Pascua, hacia la cual caminamos decididos en esta Cuaresma.
¿Cómo vivir coherentemente este camino hacia la Pascua? Animada por la fe, la esperanza y la caridad, y alimentada en la mesa de la Eucaristía y del Pan de la Palabra (cf Oración después de la Comunión), que abundantemente nos brinda la Iglesia, sea en la Celebración eucarística como en la Liturgia de las horas. Es la Palabra que cada día sale de la boca de Dios Padre y que orienta el camino para que no ceda a la tentación de la idolatría de mis diosecillos y adore de veras, me postre con todo el ser ante el único Dios: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás”
Después de recibir el pan del cielo que alimenta la fe, consolida la esperanza y fortalece la caridad (el amor), te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca.

Oración después de la Comunión
Después de recibir el pan del cielo
que alimenta la fe,
consolida la esperanza y
 fortalece la caridad,
te rogamos, Dios nuestro,
que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero,
y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca.

Importantes las dos peticiones. En la 1ª nos mostramos deseosos de aprender a sentir hambre del mismo Jesucristo.  
Y en la 2ª: vivir de toda Palabra que sale de tu boca’. Plenamente inspirada en la respuesta de Jesús al diablo, en la 1ª tentación.  
Recuerdo casi como comentario personal a estas dos peticiones cómo nuestra Venerable M. Escolástica Rivata en el año 1932 escribía a una hermana misionera en los USA y le recomendaba, recordando las palabras de Dios en Amós, s 8,11: «... he aquí que vienen días..., en que enviaré el hambre al país, no hambre de pan, sino de oír la palabra de Yahvé»,“¿Quién parte el pan de la Palabra a esas gentes hambrientas? Nos toca a nosotras”.  

 Domingo 2º

“No hay que oponer el monte Tabor a la montaña del Calvario. El misterio de la Transfiguración no es sólo anticipación de la mañana de Pascua, es igualmente la anticipación de la Belleza crucificada del Viernes Santo, esa cruz de Jesús que es la hora de su glorificación” (Misal de la asamblea dominical).





            Oigo en mi corazón: «Buscad mi Rostro».
            Tu rostro buscaré. Señor, no me escondas tu rostro.

Oración colecta
Señor, Padre santo,
tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto,
alimenta nuestra espíritu con tu palabra;
así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro”

Domingo de  contemplación del Rostro de Jesús: 
Contemplar el Rostro transfigurado,para tener la fe, el coraje, el amor para contemplar el Rostro desfigurado en la Pasión, "Belleza crucificada", y para llegar al fin, "con la mirada limpia" a contemplar, junto con  María M., en la mañana de Pascua, el Rostro resucitado.

Porque la pasión es el camino a la resurrección (prefacio).