martes, 18 de octubre de 2011

JESUCRISTO MAESTRO ÚNICO Y UNIVERSAL

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO DIVINO MAESTRO




Dentro de pocos días, el último domingo de octubre, la Familia Paulina extendida por los cinco continentes, celebrará la solemnidad de JESUCRISTO DIVINO MAESTRO, SOLEMNIDAD titular de las Pías Discípulas del Divino Maestro y del Instituto Jesús Sacerdote de la misma Familia Paulina, fundada por el Beato Santiago Alberione. Esta solemnidad fue aprobada por la Santa Sede el 20 de enero de 1958 a petición del mismo p. Alberione. Los formularios de la Misa y de la Liturgia de las horas fueron revisados y puestos en relación y sintonía con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.


En múltiples ocasiones el p. Santiago Alberione explicó el sentido de la espiritualidad paulina, centrada en Cristo Maestro, cuya celebración anual pretende ser “punto de partida y meta de una intensa vida espiritual, estímulo para no dejar nunca de ahondar en la que para cada uno de nosotros significa estar en la escuela del Maestro Divino”. El beato Santiago Alberione, ilustrando la devoción a Jesús Maestro sobre la que está centrada la espiritualidad paulina, afirmaba: «Esta devoción no se reduce a la simple oración o a algún canto, sino que envuelve toda la persona».

En efecto, la devoción a Jesús Maestro no quiere ser simplemente un conjunto de prácticas, sino un estilo de vida, un modo de pensar, de razonar y de obrar.


« ¿Cuál es el ideal paulino?- se preguntaba el P. Alberione. ¿Cómo y cuándo se realiza y se vive?»Y él mismo responde así escuetamente a las preguntas planteadas: «Cuando se puede decir, como san Pablo: “Vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”». Y así, la espiritualidad centrada en Jesucristo Divino Maestro supone y tiene como meta “una transformación total en Jesucristo, en la que Jesucristo y el alma se entregan recíprocamente, transfundiendo el uno en el otro la total posesión de sí mismo… Se consigue así la personalidad en Cristo que predican san Juan evangelista y el apóstol san Pablo”.


En una meditación de Navidad de 1957 decía también el Fundador: «Debemos acercarnos al pesebre con el mismo espíritu de María y tratar de comprender bien qué es lo que quería indicarnos el Señor cuando nos dijo: “YO SOY EL CAMINO, Y LA VERDAD Y LA VIDA”, qué comprende la Iglesia, qué comprende el Evangelio. ¡Comprender y amar!... ».



«Seamos agradecidos para con la providencia de Dios, que nos ha concedido la inmensa riqueza de comprender mejor a Jesucristo. Aceptemos lo que es obligatorio, lo que constituye el espíritu, el alma del Instituto; es decir, VIVIR LA DEVOCIÓN A JESÚS MAESTRO, CAMINO, VERDAD Y VIDA (…). Porque la voluntad de Dios, la adquisición del auténtico espíritu paulino, consiste en esto, que es el alma de la Congregación… No es una frase bonita, no es un consejo: es la esencia de la Congregación; ¡es ser o no ser paulinos…!»


La eucología de la Misa enlaza con el principio del evangelio de san Juan (Jn 14,6) en cuyo horizonte el p. Alberione siempre ha presentado el misterio del Magisterio del Señor. «Jesús es “Maestro” completo, según la misma definición que él dio de sí mismo en la última Cena: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”».


Recuerda también el pasaje del mismo evangelio de Juan en el cap. 13, tan significativo para el magisterio del Señor Jesús, “Maestro y Señor”: el título que él mismo se dio: “Vosotros me llamáis ‘el Señor’ y’ el Maestro’, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Esta perícopa del evangelio de Juan 13,1-20 lo encontramos precisamente en el ciclo A, en la Eucaristía de este día.

La oración colecta dice:

Oh Dios, Padre de la luz, que en la plenitud de los tiempos has hablado a los hombres por tu Hijo amado, concede a quienes lo confesamos Señor y Maestro, ser fieles discípulos suyos, y anunciarlo al mundo como camino, verdad y vida.Él que vive y reina…






PREFACIO de CRISTO MAESTRO ÚNICO Y UNIVERSAL


En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, glorificarte, Padre santo, Dios de misericordia infinita, que, desde toda la eternidad, ofreces a los hombres tu vida inmortal.


Tú creaste el mundo y con amor infinito lo conservas. Como Padre bueno, velas por tus criaturas y reúnes en una sola familia a todos los hombres creados para gloria de tu nombre, redimidos por la cruz de tu Hijo y señalados con el sello de tu Espíritu.


Te damos gracias por Jesucristo, a quien nos diste como Maestro único y universal. Él es tu Palabra viviente, el camino seguro que nos conduce hacia ti, la verdad eterna que nos hace libres, y la vida sin fin que nos colma de alegría.


Por este don de tu benevolencia, unidos a los ángeles y a los santos, te entonamos nuestro canto y proclamamos tu alabanza:


Liturgia de la Palabra
1ª lectura: Is 50, 4-7


“El Señor Yahvé me ha dado lengua dócil, que sabe decir al cansado palabras de aliento. Temprano, temprano despierta mi oído para escuchar igual que los discípulos. El Señor me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás…”

Confronto la traducción de la biblia de Jerusalén, con la de la Casa de la Biblia y la de la Conferencia Episcopal Española:
Lengua – oído: “lengua dócil – lengua de iniciado” Lengua que “temprano temprano – cada mañana” escucha como discípulo la Palabra, el querer del Señor, que lo manda a comunicar al “cansado – al abatido” “palabras de aliento” (BJ) y compasión, esas mismas palabras que él ha escuchado en la mañana y que ahora, convertido en apóstol, puede anunciar y transmitir.


“El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he tirado atrás. (…) no volví la cara ante los insultos y salivazos” (La Casa de la Biblia).


“El Señor me ha dado lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me tiré atrás (…) no escondí el rostro ante insultos y salivazos” (CEE).


Escuchando el comentario de este testo de Isaías a J.M: Martín Moreno, me impactó una frase que no he olvidado con el pasar de los años. Decía: “No hay lengua de apóstol, si no ha habido oído de discípulo”.

Y estas palabras con frecuencia resuenan en mí, que por el don recibido con la vocación deseo ser “discípula” fiel de Jesús Maestro. En este mes de octubre en el que de manera especial toda la Familia Paulina queremos vivir, celebrar, anunciar a Jesucristo, el Maestro Divino, la expresión escuchada hace muchos años cobra actualidad y viveza: queremos ser apóstoles, a esto estamos llamados por el don del Espíritu; pues la condición para ser apóstoles eficaces al servicio de la Iglesia y de la sociedad, es la de ser. Verdaderos discípulos, discípulas.


Volviendo al texto bíblico de Is 50 reflexiono que yo puedo correr el riesgo de calificar las palabras del Siervo, puestas en la liturgia de la solemnidad de Jesús Maestro, como un bello discurso poético, pero no puedo olvidar que se trata del tercer canto del Siervo doliente de Yahvé.


Y es así que, ante la voluntad del Padre que le abre el oído para que escuche, el Siervo-discípulo se adhiere en filial y sufriente obediencia, no opone resistencia, no se tira atrás; no retire el rostro ante los insultos y salivazos. Acepta la Pasión y la muerte. La respuesta a la voluntad del Padre, que ha escuchado, se hace sometimiento, obediencia filial “hasta la muerte y muerte de cruz”. Se anticipa aquí la oración del Getsemaní: ”…no sea como yo quiero, sino como quieres tú”, como aparece en los Sinópticos o como la recoge con expresión sobrecogedora la carta a los Hebreos: "Cristo en los días de su vida mortal ofreció su sacrificio con lágrimas y grandes clamores. Dirigió ruegos y súplicas a aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue escuchado por su sumisión. Y aunque era Hijo, aprendió sufriendo a obedecer” (Hb 5,7-8).

La asamblea litúrgica ha escuchado silente la Palabra; recuerda que “los caminos de Dios no son nuestros caminos”, Y pide, por el salmo responsorial, que sea Dios mismo el que nos eneñe, que sea su Espíritu el que nos introduzca en las sendas de Dios, para que podamos caminar con rectitud y lealtad:

R/ Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas.


Haz que camine con lealtad, enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. R.


¿Hay alguien que tema al Señor? Él le enseñará el camino escogido: su alma vivirá feliz, su descendencia poseerá la tierra. R.


El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza. Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red. R.

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