miércoles, 12 de enero de 2011

MARÍA EN EL AÑO LITÚRGICO




I. Presencia de María en el Año litúrgico

El Concilio Vaticano II define el Año Litúrgico como la “celebración de la obra salvífica,… de todo el Misterio de Cristo” (SC 102). Al decir “Misterio de Cristo” nos referimos al proyecto de Dios Padre que “quiere que todos los hombres se salven”; proyecto que Cristo Jesús “realizó” a través de la Encarnación, de toda su vida, y “principalmente por el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección” (SC 5). Porque “en el círculo del año, la Iglesia desarrolla todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la espera de la dichosa esperanza y venida del Señor” (SC 102).

Después de esta definición del Año litúrgico centrado en la celebración de “los misterios de la Redención”, los Padres conciliares pasan a subrayar el lugar privilegiado que ocupa en el mismo “Misterio” la Madre de Dios: “en la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo…” (SC 103).

Notamos, casi de paso, que la Constitución sobre la sagrada liturgia es el primer documento del Vaticano II (4 de diciembre de 1963 – 2ª sesión del Concilio), y, por consiguiente, el texto ahora mismo citado es también el primer texto mariano del Concilio. Y por ello, podemos decir que esta afirmación se ha convertido justamente en el principio teológico y operativo de la reforma litúrgica posconciliar, a la hora de querer situar la presencia de la Virgen Madre en el lugar que le corresponde en toda la liturgia cristiana. Este texto aparece así como la semilla rica y fecunda de una singular y amplia evolución posconciliar, como punto de partida no sólo de la renovación litúrgica, sino también de la doctrina sobre el misterio de María inserto en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Las palabras recordadas de la Constitución sobre la sagrada liturgia, en las que se pone de relieve la íntima e indisoluble unión de la Virgen María con Cristo, su Hijo, el Redentor, no son, en efecto, sólo una “justificación” de la presencia de María en el Año litúrgico – lo que es también justo –, sino que establecen realmente el fundamento de esa misma presencia mariana en toda la liturgia, precisamente en cuanto anámnesis y actualización de la obra salvífica de Jesucristo, a la cual María está indisolublemente vinculada.

Porque María es la primera redimida, la primera santificada, el fruto primero y más logrado de la obra salvífica en la que ella entonces, así como la Iglesia ahora, colabora activa y libremente con la fe, la esperanza y el amor. Y por todas estas razones podemos afirmar con seguridad que, “honrando a María, la Iglesia celebra ante todo los acontecimientos salvadores en los que, según el designio de la Trinidad santa, ella intervino, siempre con vistas al misterio de su Hijo” (CMBVM, Praen. n. 5).

Sin embargo, la singular presencia de la Virgen María en las solemnidades, fiestas, y memorias que jalonan e Año litúrgico, no constituye en absoluto un “círculo mariano autónomo”, sino que se inserta naturalmente en el único Ciclo que tiene por protagonista, centro y Señor a Jesucristo. Porque todos sabemos y estamos convencidos de que la Virgen, que ocupa un lugar de primerísima importancia en el Año litúrgico, no tiene un año litúrgico propio, puesto que su memoria entra plenamente en la celebración de los misterios de la vida de Cristo: en el misterio de la Encarnación, con su preparación y prolongación, y en el de la Pasión y de la Resurrección, con su lógica prolongación en Pentecostés. Es decir, que el significado de las solemnidades, las fiestas y memorias de la Madre del Señor se recoge, como en su verdadero lugar, dentro de la armonía del único año litúrgico del Señor.

Esta idea aparece clara en la eucología mariana, así como en los textos bíblicos que encontramos en el Misal Romano y en la Liturgia de las Horas. Y sabemos que los textos de la eucología, en particular, han de ser considerados “expresión auténtica de la doctrina de la Iglesia”; sus textos oficiales que constituyen en concreto la “lex orandi” de la Iglesia romana, y por ello también, su “lex credendi”, que, como consecuencia quiere expresar y conducir a una especial “lex vivendi”. Porque la función indeclinable de la eucología es precisamente la de expresar la fe de la Iglesia y acompañar así siempre hacia la correspondiente respuesta coherente de los creyentes.

La oración sobre las ofrendas del día 30 de diciembre explicita esto mismo:

Acepta, Señor, con bondad la ofrenda de tu pueblo, y haz (lex orandi) que cuanto creemos por la fe (lex credendi) se haga vida (lex vivendi) por medio de este sacramento.

Y así, la eucología del MR de las celebraciones marianas adquiere un particular y primordial papel educador en la formación de una piedad y devoción mariana equilibradas: respeta la centralidad del misterio de Cristo y acompaña e impulsa también naturalmente el necesario equilibrio entre la vida espiritual y el compromiso de amor y servicio a los hermanos en todos los cristianos. Porque de las oraciones del MR, de los himnos y antífonas del Oficio divino, emerge una imagen de María que conduce, sin distracción, al orante hacia el surco bíblico y cristocéntrico, pues en estos textos es constante la contemplación de Ma¬ría, unida estrechamente al misterio y a los misterios de su Hijo, Jesús”.

Ahora, casi como confirmación de la reflexión que venimos haciendo, queremos citar algunos ejemplos de eucología mariana, que subraya los varios conceptos que se han expresado. Comenzamos por la primera solemnidad mariana del Año litúrgico, LA INMACULADA CONCEPCIÓN:

“Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada y, en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas”.

La Madre de Dios en esta festividad,- tan querida por los cristianos, y por los españoles, en particular -, aparece como el fruto más logrado y espléndido de la Redención. Su grandeza, la Concepción Inmaculada que celebramos, es don de Dios Padre a María “en previsión de la muerte de su Hijo”. Ella fue elegida de manera especialísima, como proclama la segunda lectura de la Solemnidad, “antes de la creación del mundo, para ser santa e irreprochable ante Dios por el amor”.

La Virgen Madre ha sido, pues, la primera salvada, y así, por ella nos ha sido comunicada, concedida la salvación; es más, el mismo Salvador, “el Autor de la vida”.

Por eso, en otra solemnidad, SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, la Iglesia reza:

“Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a su Hijo Jesucristo, el autor de la vida”.

EN LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, la Iglesia de nuevo contempla el fruto de la maternidad divina de María, “las primicias de la salvación que por Ella hemos recibido”:

“Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento”.

El 15 de septiembre, en la MEMORIA DE NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES, recordamos y celebramos la comunión especialísima de la Madre de Jesús en la pasión: “de pie” en el Calvario, Ella es plenamente “asociada” – “una con su Hijo” - sufriendo con él a los dolores de su pasión y muerte. La Iglesia orante pide ser también ella íntima y plenamente “asociada” a los misterios de su pasión y muerte, para merecer participar de su resurrección:

“Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”.

Un ejemplo aún, tomado de eucología más reciente, de las colectas para el Común de la Virgen María:

“Oh Dios, Padre bueno, que en María, primicia de la redención, nos has dado una madre de inmensa ternura; abre nuestros corazones a la alegría del Espíritu y haz que, a imitación de la Virgen, sepamos alabarte por las maravillas realizadas en Cristo, tu Hijo”.

“Las maravillas realizadas en Cristo” son las intervenciones de Dios en la historia de la salvación de los hombres, llevadas a pleno cumplimiento en Jesucristo, en su misterio pascual. “Maravillas” que la Iglesia no sólo contempla, sino que las recuerda y actualiza, por obra del Espíritu Santo, en la liturgia, a lo largo del Año litúrgico.

La Virgen santísima es realmente para nosotros, “madre de inmensa ternura”, que con su divina maternidad nos ha comunicado “los bienes de la salvación”, porque ella, como hemos dicho, es de veras la primera redimida; “primicia de la redención”.

II. María, imagen y modelo de la Iglesia en la liturgia

Hemos visto que en los textos litúrgicos aparece claramente siempre María “unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del Hijo”. Guiada por estos mismos textos, la Iglesia la admira, y, a lo largo del Año litúrgico, “la contempla gozosamente como purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser”, nos dice la misma constitución del Concilio Vaticano II sobre la liturgia (SC 103). Es la doctrina que, siguiendo la estela de los Padres de la Iglesia, desarrollará felizmente el Concilio Vaticano II, de manera particular en el cap. VIII de su constitución dogmática sobre la Iglesia.

Pablo VI, siguiendo las directrices del Concilio sobre la relación entre María y la Iglesia, ha querido, en su Exhortación apostólica Marialis Cultus profundizar en el aspecto particular de las relaciones entre la Virgen santísima y la Liturgia, y presenta eficazmente a María como ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios. Modelo extraordinario, por lo tanto en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, como decía el Concilio (cf. LG 63); esto es, como ejemplo de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre Eterno (MC 16).

La Virgen-Madre, ejemplo de la “lex orandi” y de la “lex credendi” de la Iglesia. Y modelo de la verdadera “liturgia de la vida”, del “culto espiritual” (cf. Rm 12, 1). Lo afirma de nuevo con particular eficacia y profundidad el Papa Montini en la misma Exhortación apostólica MC: “María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical "Hágase tu voluntad" (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). (cf. MC 21).

Recordamos cómo el fin de la liturgia es la glorificación de Dios y la santificación de los hombres (cf. SC 7), este fin coincide perfectamente con la misión materna de María, que es la de “reproducir en los hijos los rasgos esenciales del Hijo primogénito” (MC 57- Rm 8, 29).
Y así, junto a Cristo, el hombre nuevo, aparece también María, mujer nueva, que refleja, para gloria de Dios y ejemplo de la Iglesia, los rasgos de la vida nueva a la que todos somos llamados en fuerza del Bautismo.

María es ya lo que nosotros seremos; es la realización de la Iglesia, su icono escatológico, su plenitud cumplida. Así la contempla la Iglesia a lo largo de todo el Año litúrgico en la celebración de los misterios de la vida del Señor.

III. La presencia de Maria inserta en el ciclo cristocéntrico del Año litúrgico


Recorriendo el Año litúrgico, la presencia de la Virgen santísima aparece más frecuente en el “Santoral” que en el “Temporal”; se comprende fácilmente el por qué. El Propio del Tiempo está muy directamente centrado en Cristo el Señor, en el misterio de su Encarnación, de su vida pública y en la celebración del Misterio pascual.

La celebración del misterio de María aparece en momentos puntuales y, como siempre, profundamente inserto en el de Cristo su Hijo.

Así, la recordamos especialmente en el ADVIENTO, “tiempo mariano por excelencia” (MC 4), “tiempo particularmente apto para el culto de la Madre de Dios” (ib.). En este tiempo la liturgia recuerda a la santísima Virgen de manera particularmente significativa cada día en la Liturgia de las Horas.

En la Eucaristía y en toda la liturgia, se celebra de manera especialísima en los días de las Ferias mayores del 17 al 24 de diciembre y en el domingo IV de Adviento: en estos días hace resonar antiguas voces de los profetas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen los episodios evangélicos relativos al Nacimiento inminente de Jesús y de su Precursor. De este modo, viviendo con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen esperó al Hijo de sus entrañas, nos sentimos impulsados a prepararnos “en vigilante espera”, “velando en oración y cantando su alabanza”, para salir animosos, con las lámparas encendidas, al encuentro del Salvador que viene.

En estos días señalados del Adviento, María se nos muestra como testigo silencioso del cumplimiento de las promesas mesiánicas. Se leen los evangelios de la infancia, episodios en los que Ella emerge en primer plano. Con la reforma litúrgica, pedida por el Concilio Vaticano II, se han recuperado también textos eucológicos preciosos, entre los cuales quiero citar uno, particularmente significativo: es la oración sobre las ofrendas del IV domingo, en la que se establece una preciosa conexión entre el Espíritu Santo, la Virgen-Madre y la Eucaristía: “El mismo Espíritu que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique – consagre – estos dones que hemos colocado ante tu altar”. [¡Síntesis profunda y hermosa del misterio de la Encarnación del Señor, de la Navidad, y de la Eucaristía: obras del Espíritu Santo!].

Los nuevos prefacios de Adviento expresan también, con especial unción la espiritualidad propia de este tiempo, espiritualidad de “expectación – espera” de la que la Virgen es singular modelo. Así lo recuerda, por ej., el 2º: “Por Cristo, Señor nuestro. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”.

En el IV prefacio la liturgia recupera la imagen querida a los Padres (San Ireneo, por ej.), de María-nueva Eva: “…la gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta con María; en ella la maternidad…se abre al don de una vida nueva”.

La celebración de la SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN, tan querida por nuestro pueblo en general, se enmarca muy bien en el conjunto de este tiempo fuerte. María, la “llena de gracia”, la mujer del ‘sí’ total al Señor, en efecto, es el modelo, “la discípula y maestra que nos enseña cómo esperar al Señor”.

La “FIESTA DE SANTA MARÍA, NTRA. SRA. DE LA ESPERANZA”, especialmente venerada en las diócesis de Madrid y Getafe; venerada con culto especialísimo en Toledo, en el rito hispano-mozárabe, que recuerda la primera fiesta en honor de la Santísima Virgen ya en los primeros siglos de la historia del AL. El Martirologio romano la presenta como fiesta “de gran tradición en las Iglesias de España en general, tradición milenaria procedente precisamente del rito hispano-mozárabe”.

EL TIEMPO DE NAVIDAD constituye todo él una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de Aquella "cuya virginidad intacta dio a este mundo al Salvador".

Y así, - en la solemnidad de la NATIVIDAD DEL SEÑOR, la Iglesia, al adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa: - EN LA EPIFANÍA del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen, verdadera Sede de la Sabiduría y verdadera Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los Magos el Redentor de todas las gentes (cf. Mt 2, 11); y - EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA (domingo dentro de la octava de Navidad), escudriña venerante la vida santa que llevan la casa de Nazaret Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, María, su Madre, y José, el hombre justo (cf. Mt 1,19).

Por esta razón, justamente en la nueva ordenación del periodo natalicio, recordamos con especial solemnidad SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. El Calendario litúrgico la ha fijado en el día primero de enero, “según la antigua sugerencia de la Liturgia de Roma”. Este día se hace ‘memorial’ y se celebra la parte especialísima y única que tuvo María en el misterio de la salvación.

A propósito de esta Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, recuerda el Martirologio romano: “Los Padres del Concilio de Éfeso (431) la aclamaron como Theotókos, porque en ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro”.

Y justamente, el Papa Pablo VI estableció en este día la JORNADA MUNDIAL POR LA PAZ, y así relaciona él la solemnidad de la Virgen-Madre con la urgencia de orar y trabajar por la paz: //subrayando que// “es asimismo ocasión propicia – la solemnidad de la maternidad de María – para renovar la adoración al recién Nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico (cf. Lc 2, 14), para implorar de Dios, por mediación de la Reina de la paz, el don supremo de la paz” (MC 5.

Es hermoso contemplar, bajo esta misma luz mariana de la Navidad, en el “Ciclo de la Manifestación del Señor”, la presencia de María, la Madre solícita, en las bodas de Caná, episodio recordado también preciosamente en la liturgia de la Epifanía.

EN LA CUARESMA recordamos y celebramos la Solemnidad de la ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR. Es verdad que con la reforma litúrgica, se restableció, para esta solemnidad, la antigua denominación de “Anunciación del Señor”, pero, como recordaba ya Pablo VI, la celebración era y es una fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen: memorial del Verbo que se hace "Hijo de María" (Mc 6, 3), y de la Virgen que, con su “hágase” generoso (cf. Lc 1, 38), se convirtió, por obra del Espíritu, en Madre de Dios y también en verdadera Madre de los vivientes. (MC 6).

Esta solemnidad trae su origen de la festividad de la Anunciación a la SSma virgen María, celebrada en Asia Menor desde el s. VI. Introducida en Roma en el s. VII, ha recibido en los libros litúrgicos, con una cierta fluctuación, primero el título del Señor, luego el de María. Es una Solemnidad que cae casi siempre antes o en la misma Semana Santa, en todo caso, siempre en la cuaresma. En la óptica de los Padres de la Iglesia, la encarnación tiene una relación indisoluble con la redención y con el Misterio pascual. A esa luz se debería celebrar dicha Solemnidad, según subrayan también varios textos de la celebración litúrgica. (colecta, oración después de la comunión).

Las referencias a María en la liturgia de la Anunciación son múltiples. Citamos el embolismo del prefacio, procedente de la liturgia hispano-mozárabe: “Porque la Virgen creyó al anuncio del ángel: que Cristo, por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre por salvar a los hombres; y lo llevó en sus purísimas entrañas con amor. Así, Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos”.

No celebramos ninguna otra solemnidad o fiesta mariana durante el Propio del Tiempo. La atención de la Iglesia está centrada en el Misterio de Cristo, aunque siempre hemos de subrayar que recuerda cada día a la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra, de manera especialísima en la Plegaria eucarística, corazón de la Eucaristía.

Por eso, aunque no celebre fiestas en honor de la Virgen, la Iglesia no olvida nunca en su liturgia a la Madre, pues, desde sus orígenes, celebra “los divinos misterios”, mirando también hacia Ella, a sus actitudes, en comunión con Ella, e invocando su intercesión. Y así, la Iglesia-Esposa, fijando los ojos en Cristo, al celebrar y actualizar su Misterio, fija la mirada también en María, modelo de

Pasando ahora al “Santoral”, durante el Tiempo Ordinario, celebramos varias solemnidades, fiestas y memorias de la Santísima Virgen.

Entre ellas, la Iglesia recuerda la principalísima SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. Es la síntesis de todas las fiestas marianas, “la fiesta de la Pascua de María”. Asociada de manera singularísima a Cristo, su Hijo en toda su vida, lo fue también en la glorificación en cuerpo y alma. “Con razón – dice el prefacio propio de la solemnidad – no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.

En palabras una vez más de la MC, la gloriosa Asunción de María al cielo es la “fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo "en común con ellos la carne y la sangre" (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4).

La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, MARÍA REINA, fiesta establecida por el Papa Pío XII. Se celebra, por disposición del mismo Papa, ocho días después de la Asunción; en ella, efectivamente, contemplamos a Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre (cf. MC 6).

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Recordamos LAS OTRAS FIESTAS Y MEMORIAS MARIANAS, que encontramos en el Ciclo Santoral de la Iglesia universal. Lo hago recurriendo también al MARTIROLOGIO ROMANO:

 FIESTA DE LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN A SANTA ISABEL: Es una fiesta que trae su justificación en el evangelio de san Lucas (1, 39-56). Como texto evangélico ya lo recordamos en la semana que precede inmediatamente a la Navidad. Como fiesta, fue instituida por el papa Urbano VI en el año 1389, aunque ya era celebraba por los Franciscanos desde hacía más de un año. La ordenación actual del Calendario romano ha anticipado, por razones lógicas, esta fiesta a la fecha de la solemnidad del Nacimiento de Juan Bautista., colocándola al 31 de mayo. Al encontrarse con alegría las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor que aún estaba en el seno de Isabel, y, al responder María al saludo de Isabel, y exultando de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magnificat.

 MEMORIA DEL INMACULADO CORAZÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, une memoria que es casi prolongación ideal de la solemnidad del S. Corazón de Jesús. La ‘memoria’ fue instituida por el papa Pío XII en 1944, dos años después de la consagración de toda la humanidad al Corazón Inmaculado de María. El Martirologio, al presentar esta ‘Memoria de la Virgen Maria, recuerda el texto evangélico que constituye el versículo el Evangelio y de la Comunión: Lc 2, 19.51. Dice: “Memoria del Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María, la cual, conservando en él la memoria del cumplimiento e los misterios de la salvación en su Hijo, esperó ardientemente su realización definitiva en Cristo”.

 MEMORIA DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DEL CARMEN, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese al culto al Dios vivo y en el que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, dando origen con el correr del tiempo a una orden de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios. La gran difusión de esta devoción ha sugerido, después de algunas vacilaciones, el conservar esta memoria en el Calendario actual.

 NTRA. SRA. DE LOS ÁNGELES,

 FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA, el origen de esta Fiesta va unido a la dedicación de la iglesia de la natividad de María en Jerusalén, que se celebraba desde el siglo V. Es una fiesta de gran importancia en Oriente, por coincidir con el comienzo del año litúrgico bizantino. Los textos litúrgicos son singularmente alegres, pues celebran el nacimiento de la que nos ha traído las primicias de la salvación”. El Martirologio, presenta esta fiesta, subrayando los títulos de grandeza de María, de la estirpe de Abrahán, nacida de la tribu de Judá y de la progenie del rey David, de la cual nació el Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, para liberar a la humanidad de la antigua servidumbre del pecado.

 MEMORIA DE NTRA. SRA. DEL ROSARIO. Memoria que es Cristalización de una devoción profundamente arraigada en el pueblo cristiano. Fue instituida por san Pío V después de la victoria de Lepanto (1571). Es memoria netamente mariana. Quiere indicar el camino de la Virgen por los misterios de gozo, de luz, de dolor, de gloria vividos por Cristo. En este día la Iglesia pide la ayuda de la santa Madre de Dios por medio del Rosario, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquella que estuvo especialmente unida a la Encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios.

 FIESTA DE NTRA. SRA. DEL PILAR. Según una venerada tradición, la Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultual en la misa y en el oficio que, para toda España, decretó el papa Clemente XII.

 MEMORIA DE LA PRESENTACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN. Memoria litúrgica antigua y de gran importancia en la liturgia bizantina. Dice el Martirologio: Al día siguiente de la dedicación de Santa María la Nueva, construida junto al antiguo templo de Jerusalén, se celebra la dedicación que de sí misma hizo a Dios la futura Madre del Señor, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada. El contenido esencial de la memoria de la Presentación es el gozo de la Hija de Sión que se consagra totalmente al Señor.

 ///OTRAS ‘MEMORIAS’ DE LA SANTÍSIMA VIRGEN: NTRA. SRA. DE LOURDES. Leemos en el Martirologio: “Cuatro años después de la proclamación de su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen se apareció en repetidas ocasiones a la humilde joven santa María Bernardita Soubirous en los montes Pirineos, y desde entonces, aquel lugar es frecuentado por muchos cristianos, que acuden devotamente a rezar. La relación entre las palabras de la Virgen, y la historia de piedad e consolación que sugiere la imagen, ofrece la posibilidad de una contemplación de María como fuente de agua viva y salud de los enfermos.

 ///LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE STA. MARÍA LA MAYOR (la Virgen Blanca, la Virgen de la Nieves). La ‘memoria hace referencia al lugar donde fue dedicada en el s. IV la iglesia en honor de la Madre de Dios en el monte Esquilino. Esta ‘memoria litúrgica evoca los temas de María templo de Dios y nueva Jerusalén.

En el ciclo Santoral renovado, la Virgen María ocupa un puesto singular: los retoques y la disminución de memorias marianas respecto al Calendario romano precedente, no ha rebajado la presencia de María; es más, esta presencia resulta más bien enriquecida por el valioso contenido teológico y espiritual de los nuevos textos eucológicos y bíblicos.

Y ya desde la Edad Media, EL SÁBADO se ha considerado en la liturgia latina como un día mariano. El fundamento de tal elección parece que hay que buscarlo en la tradición, que considera el sábado, que sigue a la muerte del Señor y precede a su resurrección, como el momento en el cual la fe y la esperanza de la Iglesia estaban concentradas en María. Esta memoria de María es calificada por Pablo VI de “antigua y discreta” (MC 9).

Y no conviene olvidar que el CALENDARIO ROMANO GENERAL no registra todas las celebraciones de contenido mariano; pues corresponde a los CALENDARIOS PARTICULARES recoger, con fidelidad a las normas litúrgicas, pero también con la adhesión del corazón, las fiestas marianas propias de las distintas Iglesias particulares (MC 9).

El deseo aquí expresado se convierte en una invitación a ofrecer en los textos eucológicos de las celebraciones de los Calendarios particulares una visión del Misterio de María, sobria y esencial, según la cual ella está asociada a la obra de Cristo y del Espíritu y está presente en la Iglesia bajo diversos títulos y por diversos motivos, sin que jamás disminuya el contenido del dogma, ni decaiga la calidad de la doctrina: la veneración para con la Madre de Dios exige que la celebración de sus misterios se haga con profunda piedad, pero también con verdad sincera, más aún con la adecuada belleza (J. Castellano, El Año litúrgico).

TODA PASTORAL DE LA CELEBRACIÓN DE LA VIRGEN tiene que partir de la liturgia y del significado de las fiestas, según la liturgia.

No se debe poner el acento tanto en lo particular, hasta el punto de eclipsar lo esencial del misterio mariano.

La Iglesia nos orienta para que lleguemos continuamente a las fuentes de la inspiración bíblica y litúrgica, de forma que la fiesta del título particular tenga consistencia teológica. Y, con cierta finura teológica, hoy podemos descubrir en el lenguaje bíblico grande temas que suelen formar los títulos de la Virgen, nuestra Señora. Cuando se trata de una advocación que está unida a una singular presencia de la Virgen en la Iglesia local (Guadalupe por ejemplo), no hay que olvidar el significado que puede tener esta presencia de Maria en la historia y en la geografía de esa Iglesia. Los textos tienen que poner también de relieve esta vinculación.

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