"Estarán unidas en tu mano”(Ez 37,17)
Octavario por la unidad de los cristianos (18-25 de enero de 2009)
Este año la semana de oración por la unidad por los cristianos la he sentido de manera muy especial por varias razones.
Me llamó ante todo la atención el lema escogido; me pareció no haberlo leído nunca en Ezequiel, del que leí y oré una y otra vez el cap. 37, que siempre me ha impactado, acompañado y sostenido en renovada confianza. Pero quizás la escena de los “huesos secos” había absorbido toda mi atención.
Y por eso suscitó en mí curiosidad este texto, que me sonó a nuevo.
Leí atentamente todo lo que se refiere al tema.
Y vi la razón por la que se había escogido: en la Corea trágicamente dividida en norte y sur, los hermanos de esa nación han visto su situación reflejada e iluminada por la profecía de Ezequiel.
El hecho de haber yo convivido y compartido muchas cosas durante varios años con Discípulas coreanas en Roma, y haber podido sentir y compartir con ellas su sufrimiento y el de muchas familias por la “división” de su pueblo, me hizo comprender la profunda razón y actualidad del lema.
El pueblo elegido habrá pasado por la misma situación de sufrimiento y el profeta Ezequiel es enviado por Dios para anunciarle que los dos reinos (del Norte y del Sur) se juntarán el uno con el otro de suerte que formen una sola pieza de madera, ”que sean una sola cosa en tu mano”.
Más adelante, el profeta volverá a anunciar en nombre del Señor: “He aquí que voy a tomar el leño de José que está en la mano de Efraín y a las tribus de Israel que están con él, pondré con ellos el leño de Judá, haré de todo un solo trozo de madera, y serán una sola cosa en mi mano”.
Otra razón por la que este año me sentí y me siento especialmente sensible al dolor por la división de los cristianos, será que es el de haber participado en el verano pasado, como ya comenté en el blog, en Sobrado de los Monjes (Santiago de Compostela), en la Reunión ecuménica internacional de religiosos y religiosas.
Octavario por la unidad de los cristianos (18-25 de enero de 2009)
Este año la semana de oración por la unidad por los cristianos la he sentido de manera muy especial por varias razones.
Me llamó ante todo la atención el lema escogido; me pareció no haberlo leído nunca en Ezequiel, del que leí y oré una y otra vez el cap. 37, que siempre me ha impactado, acompañado y sostenido en renovada confianza. Pero quizás la escena de los “huesos secos” había absorbido toda mi atención.
Y por eso suscitó en mí curiosidad este texto, que me sonó a nuevo.
Leí atentamente todo lo que se refiere al tema.
Y vi la razón por la que se había escogido: en la Corea trágicamente dividida en norte y sur, los hermanos de esa nación han visto su situación reflejada e iluminada por la profecía de Ezequiel.
El hecho de haber yo convivido y compartido muchas cosas durante varios años con Discípulas coreanas en Roma, y haber podido sentir y compartir con ellas su sufrimiento y el de muchas familias por la “división” de su pueblo, me hizo comprender la profunda razón y actualidad del lema.
El pueblo elegido habrá pasado por la misma situación de sufrimiento y el profeta Ezequiel es enviado por Dios para anunciarle que los dos reinos (del Norte y del Sur) se juntarán el uno con el otro de suerte que formen una sola pieza de madera, ”que sean una sola cosa en tu mano”.
Más adelante, el profeta volverá a anunciar en nombre del Señor: “He aquí que voy a tomar el leño de José que está en la mano de Efraín y a las tribus de Israel que están con él, pondré con ellos el leño de Judá, haré de todo un solo trozo de madera, y serán una sola cosa en mi mano”.
Otra razón por la que este año me sentí y me siento especialmente sensible al dolor por la división de los cristianos, será que es el de haber participado en el verano pasado, como ya comenté en el blog, en Sobrado de los Monjes (Santiago de Compostela), en la Reunión ecuménica internacional de religiosos y religiosas.
La convivencia fraterna, la participación en la celebración y oración común, el escuchar las ponencias que tenían por tema común el lema: La fuerza del nombre de Cristo (perdón, no recuerdo en este momento el lema exacto; el tema que me asignaron a mí era precisamente “Cristo, centro de la liturgia”).
La convivencia, el intercambio de ideas, sentimientos (con las personas que he podido, en español, francés, italiano; con alemanes e ingleses casi sólo por señales, gestos, sonrisas) me hizo sentir, casi palpar la profunda espiritualidad litúrgica y mística de varios de los monjes ortodoxos, su sentido de acogida, de cercanía, de oración; el amor a San Pablo en los evangelistas y luteranos. Uno de ellos, el Dr. Abad, pastor de los Evangelistas no sé si de Madrid o de España, nos habló sobre el prólogo de Juan: Cristo centro, en su Encarnación: “El Verbo se hizo carne...” y al saber que yo pertenezco a la Familia Paulina, me dijo con un sentido cercano: ¿Sabe que nosotros queremos mucho a San Pablo? Sí, le dije. La carta a los Romanos creo que sea un poco vuestro ‘baluarte’ – y añadí: también nuestro... Muy atento y amable con todos.
En aquel Encuentro creció mucho mi interés y se agudizó mi sensibilidad por el problema ecuménico. Siento con toda la Iglesia – el siervo de Dios Juan Pablo II y el actual Benedicto XVI han tenido y tienen como una prioridad de su servicio petrino el caminar lo más rápidamente posible, dentro de la fidelidad al Evangelio, a la meta de beber del mismo cáliz eucarístico todos los que hemos con Cristo Jesús hemos muerto y resucitado a la vida nueva en el Bautismo por el agua y el Espíritu.
Casi con un poco de pena, he echado en falta el que a nivel de Diócesis (por lo menos no me ha llegado eco), de parroquia o a lo mejor incluso de Confer hubiéramos tenido algún encuentro de oración ecuménica común.
He sentido y lo siento cada año la nostalgia de cuando en Bilbao – en Madrid se hace pero no he podido participar nunca personalmente, por otros compromisos – en los años 70 nos reuníamos a las 8 de la tarde cada día en una comunidad o Iglesia. El delegado diocesano de ecumenismo, cada año nos invitaba y se participaba en buen número a un encuentro de oración común. Esto nos unía también luego en la relación, facilitada por el mutuo conocimiento y oración.
En conclusión, quiero decir que doy gracias cada día a la Trinidad santa por haber nacido en una familia católica, por pertenecer a la Iglesia de la que me siento parte viva, o por lo menos quiero ser “miembro vivo y dinámico de la Iglesia”, como nos pedía el beato Santiago Alberione, nuestro Fundador.
No me siento de hacer comparaciones con nadie, ni por otra parte siento complejo ni tener que”pedir perdón por ser católica”, no, ni mucho menos. Tengo que confesar que hoy me siento humildemente católica y que pido, como pide la Iglesia, que pronto, muy pronto, cuando Dios quiera, seamos todos los cristianos un solo rebaño bajo un solo pastor, que seamos, según la petición de Jesús Maestro en su oración sacerdotal, antes de la Pasión: “unum” como Jesús y el Padre son “unum”, “para que el mundo crea”.
La convivencia, el intercambio de ideas, sentimientos (con las personas que he podido, en español, francés, italiano; con alemanes e ingleses casi sólo por señales, gestos, sonrisas) me hizo sentir, casi palpar la profunda espiritualidad litúrgica y mística de varios de los monjes ortodoxos, su sentido de acogida, de cercanía, de oración; el amor a San Pablo en los evangelistas y luteranos. Uno de ellos, el Dr. Abad, pastor de los Evangelistas no sé si de Madrid o de España, nos habló sobre el prólogo de Juan: Cristo centro, en su Encarnación: “El Verbo se hizo carne...” y al saber que yo pertenezco a la Familia Paulina, me dijo con un sentido cercano: ¿Sabe que nosotros queremos mucho a San Pablo? Sí, le dije. La carta a los Romanos creo que sea un poco vuestro ‘baluarte’ – y añadí: también nuestro... Muy atento y amable con todos.
En aquel Encuentro creció mucho mi interés y se agudizó mi sensibilidad por el problema ecuménico. Siento con toda la Iglesia – el siervo de Dios Juan Pablo II y el actual Benedicto XVI han tenido y tienen como una prioridad de su servicio petrino el caminar lo más rápidamente posible, dentro de la fidelidad al Evangelio, a la meta de beber del mismo cáliz eucarístico todos los que hemos con Cristo Jesús hemos muerto y resucitado a la vida nueva en el Bautismo por el agua y el Espíritu.
Casi con un poco de pena, he echado en falta el que a nivel de Diócesis (por lo menos no me ha llegado eco), de parroquia o a lo mejor incluso de Confer hubiéramos tenido algún encuentro de oración ecuménica común.
He sentido y lo siento cada año la nostalgia de cuando en Bilbao – en Madrid se hace pero no he podido participar nunca personalmente, por otros compromisos – en los años 70 nos reuníamos a las 8 de la tarde cada día en una comunidad o Iglesia. El delegado diocesano de ecumenismo, cada año nos invitaba y se participaba en buen número a un encuentro de oración común. Esto nos unía también luego en la relación, facilitada por el mutuo conocimiento y oración.
En conclusión, quiero decir que doy gracias cada día a la Trinidad santa por haber nacido en una familia católica, por pertenecer a la Iglesia de la que me siento parte viva, o por lo menos quiero ser “miembro vivo y dinámico de la Iglesia”, como nos pedía el beato Santiago Alberione, nuestro Fundador.
No me siento de hacer comparaciones con nadie, ni por otra parte siento complejo ni tener que”pedir perdón por ser católica”, no, ni mucho menos. Tengo que confesar que hoy me siento humildemente católica y que pido, como pide la Iglesia, que pronto, muy pronto, cuando Dios quiera, seamos todos los cristianos un solo rebaño bajo un solo pastor, que seamos, según la petición de Jesús Maestro en su oración sacerdotal, antes de la Pasión: “unum” como Jesús y el Padre son “unum”, “para que el mundo crea”.
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