Carta al Espíritu Santo
Recibo con grata sorpresa de Argentina un “adjunto” cuyo título me llama la atención:
Carta al Espíritu Santo.
Abro el adjunto y, tanto el Protagonista de la carta como su Autor me atraen y leo una y otra vez el texto.
Decido dedicarle mi reflexión de esta semana, sin comentario, porque toda palabra sobra...
Sustituye mi reflexión sobre la eucología de esta semana de preparación a Pentecostés: textos preciosos con los que la madre Iglesia nos va preparando, con una especie de “epíclesis” continua, a disponernos y abrir las puertas del corazón al Espíritu, el gran “mistagogo”, que quiere “penetrar con su fuerza” en nuestras vidas, en mi vida a veces adormecida. Con la liturgia de la Iglesia repito una y mil veces: ¡Espíritu Santo, ven, visítame, moldéame, sáname y lléname...! Y lo mismo pido para toda la Iglesia, para todo creyente, para la humanidad entera.
Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y Ñ Y
En Pentecostés, la débil y pequeña Iglesia recibe el Espíritu Santo, el "soplo de Dios", la invasión íntima de Dios. Como Cristo, en Cristo, en su Espíritu, espíritu, soplo, aire... ¿Habrá algo más débil, más impalpable, más inseguro y hasta... más barato? ¿Puede ser signo acomodado al dios "fuerte", "seguro y poderoso", al "Dios-como-Dios-manda" de nuestras categorías? En el Hijo, el "dios fuerte" se presenta vencido y colgado de un patíbulo. En el Espíritu, el Dios estable y seguro se presenta como viento movedizo.
¿No estará Dios un poco loco? San Pablo no lo negaría, pero añadiría que la locura de Dios -"locura de amor"- es más sabia que nuestras ciencias y nuestras categorías, que nuestra "cochina lógica" -como dijera Unamuno-. Sin embargo, ¡qué grande y hermosa historia la del aire y el viento en la historia de la creación y en la historia de la salvación! ¿No fue un soplo de Yahveh el que puso orden y belleza en el mundo y quien infundió la vida y su imagen en el hombre? ¿No fue el soplo de Dios el que arrebató a los profetas y a los libertadores de Israel para salvar a su pueblo?
¿No es el aire placenta común y comunitaria de la que tenemos que alimentarnos a todas horas, beber en todos los momentos de nuestra vida, respirando de noche y de día, despiertos y dormidos? ¿No es, acaso, puro aire la palabra del amigo? ¡Puro viento el diálogo de los enamorados! ¡Puro viento las palabras de la Revelación, que antes de ser Biblia, fueron palabras de predicación, palabras de viento frágil y pasajero!
¿Puro viento...? ¿Viento frágil? ¡Elemento en realidad poderoso y fuerte, precisamente por su flexibilidad y, al mismo tiempo, por su perseverancia! Como el amor, Dios se nos presenta en este símbolo del aire para indicarnos su cercanía, su constancia, su deseo de intimidad con nosotros.
Respiremos hondo, hermanos. Respiremos a Dios intensamente. Abramos nuestras ventanas para que invada nuestras casas, nuestras vidas. Él será para nosotros alegría y consuelo para seguir adelante, sabiduría para penetrar el Evangelio, fortaleza y prudencia para vivir y anunciar sus consecuencias, compromiso en la defensa del débil, inserción en la tarea de construir una nueva sociedad, luz para encontrar los caminos de una nueva Iglesia, para armonizar la dialéctica con la caridad, la lucha y la contemplación, el compromiso político y la experiencia de Dios, el debate y la discrepancia con el amor al hombre, amigo o enemigo, la vida como guerra constante y la paz del corazón, la capacidad para la amistad, la estética y la fiesta, para gozar en cada rincón de la naturaleza sus grandes valores humanos de comunión y de solidaridad, de cultura y de trabajo.
Él será para nosotros amor para la Iglesia y para el mundo, amor y aceptación de nosotros mismos, como Dios nos ama "a pesar de todo". Será para nosotros también amor a Dios nuestro Padre, amor a Dios nuestro Hermano, amor a Dios nuestro Espíritu, amor de diálogo, amor de amigo, amor de oración, que es recibir el soplo de Dios, que es devolver el soplo de Dios, diciendo la gran palabra de los pequeños que Jesús nos descubrió y nos autorizó: ¡Papá!
Ese soplo de Dios como el aire de la naturaleza, es el medio constante en el que podemos vivir en diálogo y en amistad con Dios y con los hombres.
Alberto Iniesta Jiménez
Ecclesia Digital,
Martes, 29 de abril de 2008
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