Con la conclusión de la Cincuentena Pascual, en la
solemnidad de Pentecostés, Plenitud y cumplimiento de la Pascua del Señor, el
año litúrgico entra en el tiempo de la
Iglesia, en el que asumirán importancia especial los Domingos, cuya identidad e importancia subraya de manera clara la
Constitución sobre la sagrada liturgia, n. 106:
«La
Iglesia, por una tradición apostólica, que tiene su origen en el mismo día de
la Resurrección de Cristo, celebra el
misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día
del Señor” o domingo. (…) El domingo es la fiesta primordial, que debe
presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día
de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades,
a no ser que sean realmente de suma importancia, puesto que el domingo es el
fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».
Y es precisamente porque la Iglesia considera de
“suma importancia” las dos solemnidades de la SSma. Trinidad y del santísimo Cuerpo
y la Sangre de Cristo, que la liturgia las celebra en dos domingos siguientes a
Pentecostés. Tanto la celebración de la Trinidad santísima como
la del Corpus, y la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, entraron en el
curso del año litúrgico en el segundo milenio.
Su celebración, a través de la eucología y de los
textos bíblicos, podemos decir que realmente nos ayuda a volver
contemplativamente sobre lo que es esencial del año litúrgico: la celebración
del Misterio pascual, de la obra de la salvación de la humanidad.
Santísima Trinidad
Inmediatamente después de Pentecostés, la Iglesia
nos ayuda a fijar la mirada de la fe sobre el misterio central de la divina Trinidad. El origen de esta fiesta litúrgica quizás sea del siglo XIV aunque ya en los
Sacramentarios romanos aparecieron “algunos elementos eucológicos alusivos al
misterio de la Santísima Trinidad” e incluso un “formulario de Misa” en el siglo
IX.
Tanto la liturgia de la Eucaristía como la Liturgia de las Horas están impregnadas de un profundo sentido de alabanza a la SSma Trinidad, tal y como se pone de relieve en la oración colecta:
«Dios,
Padre todopoderoso,
que
has enviado al mundo
la
Palabra de la verdad
y
el Espíritu de la santificación
para
revelar a los hombres tu admirable misterio,
concédenos
profesar la fe verdadera,
conocer
la gloria de la eterna Trinidad
y
adorar su Unidad todopoderosa».
Este mismo sentido de alabanza lo encontramos en
los textos bíblicos, de una variedad y riqueza grandes. Ya en la primera
lectura de la Eucaristía aparece un Dios cercano, que libera “con mano fuerte y
brazo poderoso”, un Dios vivo que se “vino a buscarse una nación entre las
otras” (Dt 4, 32-34. 39-40).
La revelación plena del misterio del Dios Trinidad
acontece con Jesucristo, el Hijo encarnado, el Señor resucitado y glorificado,
que desde el Padre envía sobre los discípulos, sobre la Iglesia el Espíritu
Santo, en el que podemos sentirnos “hijos” y clamar a Dios llamándolo
“Abba-Padre” (Rm 8, 14-17).
La conclusión del evangelio de Mateo contiene de
manera explícita el “envío” de Jesús a sus discípulos antes de subir al cielo:
«Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado» (Mt 28, 16-19).
Para la realización de la misión, siempre los Apóstoles, la
Iglesia, todos nosotros podemos confiar en la gran promesa consoladora del
Señor Jesús:
“Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta
el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Las antífonas de la Liturgia de las Horas expresan
el sentido “doxológico”, de aclamación y adoración del misterio trinitario.
Las palabras del Papa Francisco en el Ángelus del domingo pasado dan una visión actualizada, que nos hace calar la
contemplación del misterio e la Santísima Trinidad en la vida de cada día. Cito
algunos párrafos:
«La Trinidad es comunión de las
Personas divinas, que son una con la otra, una para
la otra, una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de
amor del Dios Viviente. Es Jesús quien nos ha revelado este Misterio. La solemnidad litúrgica de hoy, mientras nos
hace contemplar el misterio estupendo
del que venimos y hacia el que vamos, nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la
comunión entre nosotros, siguiendo
el modelo de la comunión divina. Estamos llamados a vivir no los unos
sin los otros, por encima o contra los otros, sino los unos con
los otros, para los otros, y en los otros. Esto significa acoger
y dar testimonio concorde de la belleza del Evangelio. En una palabra, se nos confía la
misión de edificar comunidades
eclesiales que sean siempre más familia,
capaces de reflejar el esplendor de la
Trinidad y de evangelizar no sólo con las palabras, sino con la fuerza del
amor de Dios que habita en nosotros. Este misterio abraza toda nuestra vida
y todo nuestro ser cristiano. Y lo recordamos, por ejemplo, cada vez que
hacemos la señal de la cruz…».
Celebrando
la Trinidad santísima, “proclamamos
nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas
distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad” y celebramos también
su obra de la salvación: desde la iniciativa del Padre, por Cristo, en el
Espíritu Santo, mientras rendimos alabanza y acción de gracias al Padre, por
medio de Cristo, en el Espíritu Santo por sabernos salvados. Es la doble dimensión descendente y ascendente de
la de la liturgia y de toda la vida cristiana: al Padre, por Cristo y en el
Espíritu Santo.
El regalo de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la fuerza del Espíritu Santo esté siempre con nosotros, en nosotros. Seguro que algo de esto es la Santísima Trinidad. Del "nosotros" habla el cuento:

Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del premio.
Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?
UBUNTU, en la cultura Xhosa significa: "Yo soy porque nosotros somos.". ¡Pues eso!
Recuerdo el impacto que me produjo hace muchos años,
en las clases del p. C. Vagaggini, la explicación de este tema, sirviéndose de las
‘preposiciones latinas’ de uno de los capítulos de su obra “El sentido
teológico de la liturgia”: «a, per, in, ad». No conseguía comprenderlo entonces,
pero sí recuerdo la sorpresa que me producía aquella sucesión de preposiciones
y las vueltas que le daba en mi inteligencia. Esto me ha impulsado a
reflexionar e intentar comprender esa dinámica trinitaria fundamental, que
encuentro hoy en las mismas palabras del Maestro divino y de los Padres de la
Iglesia.
Son explícitas varias referencias del evangelio de
san Juan, particularmente en los capítulos 14 y 16:
«…
yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con
vosotros… el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi
nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado… Cuando venga el Paráclito,
el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará
testimonio sobre mí. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para
que podáis comprender la verdad completa…. Todo lo que tiene el Padre, es mío
también; por eso os he dicho que todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo
recibirá de mí».
La segunda lectura del Oficio de lectura de la solemnidad de
la Trinidad santa está tomada de san Atanasio, en la Carta I a Serapión.
Entresaco algunas expresiones:
«El
Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo.
De esta manera queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. El Padre lo
trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su
Palabra; lo invade todo en el Espíritu Santo. Cuando
el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibe el
Espíritu, y en la Palabra está también el Padre…
Es
lo que nos enseña el mismo Pablo en su 2Cor:: “La gracia del Señor Jesucristo,
el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros”.
Este
saludo de san Pablo en la conclusión e la segunda carta a los Corintios (2Cor
13, 13) se encuentra hoy en el Misal de Pablo VI como una de las formas de
saludo del sacerdote que preside la Eucaristía: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión
del Espíritu Santo estén con todos vosotros»
Porque
toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través
del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues,
así como la gracia se nos da por el Padre, a través de su Hijo, así también no
podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos
partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la
comunión de este Espíritu».
«Señor, dueño de todas las cosas, Señor
del cielo y de la tierra y de toda criatura visible e invisible.
Tú te sientas sobre un trono de gloria
y escrutas los abismos.
Tú no tienes principio, eres invisible,
incomprensible, indescriptible, inmutable;
Padre de nuestro Señor Jesucristo, del
Dios grande y Salvador, esperanza nuestra.
Él es imagen de tu bondad, impronta
igual a su modelo, manifestador del Padre,
Palabra viviente, Dios verdadero, sabiduría eterna»..
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