Hace ya bastantes días, leyendo el libro “Jesús de Nazaret – 2º” de Benedicto XVI, quedé casi felizmente sorprendida al leer una página del Papa sobre el Domingo, hablando del misterio de la resurrección de Jesucristo. Se refería exactamente al artículo del Credo: “resucitó al tercer día”. Trascribo por entero la página, porque me parece importante. Escribe Joseph Ratzinger-Benedicto XVI:
«Volvamos a nuestro Credo. El artículo siguiente dice: «Resucitó al tercer día, según las Escrituras». (…) Para el tercer día no existe un testimonio bíblico directo. La tesis según la cual “el tercer día” se habría deducido quizás de Oseas 6, 1 es insostenible. (…) Ni en el NT ni tampoco a lo largo de todo el siglo II se cita este texto. Pudo convertirse en una referencia anticipada a la resurrección al tercer día sólo cuando el acontecimiento del domingo después de la crucifixión del Señor hubo dado a este día un sentido particular.
El tercer día no es una fecha “teológica”, sino el día de un acontecimiento que para los discípulos ha supuesto un cambio decisivo tras la catástrofe de la cruz. Josef Blank lo ha formulado así: «La expresión “el tercer día” indica una fecha según la tradición cristiana, que es primordial en los Evangelios y se refiere al descubrimiento del sepulcro vacío» (Paulus und Jesus, p.156).
Yo añadiría: se refiere al primer encuentro con el Señor resucitado. El primer día de la semana – el tercero después del viernes – está atestiguado desde los primeros tiempos en el NT como el día de la asamblea y el culto de la comunidad cristiana (cf. 1 Co 16,2; Hch 20,7; Ap 1,10). En Ignacio de Antioquia el domingo – como hemos visto [Para Ignacio de Antioquia (+ ca. 110) vivir “según el Día del Señor” se ha convertido en la característica distintiva de los cristianos contra los que celebran el sábado (cf. Jesús de Nazaret, p. 170) - es atestiguado como una característica nueva, propia de los cristianos, en contraposición con la cultura sabática judía: «Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de las cosas vinieron a la novedad de la esperanza, no guardando ya el sábado, sino viviendo según el domingo, día en que también amaneció nuestra vida por gracia del Señor y mérito de su muerte…» (carta ad Magn. 9,1).
Si se considera la importancia que tiene el sábado en la tradición veterotestamentaria, basada en el relato de la creación y en el Decálogo, resulta evidente que sólo un acontecimiento con una fuerza sobrecogedora podía provocar la renuncia al sábado y su sustitución por el primer día de la semana. Sólo un acontecimiento que se hubiera grabado en las almas con una fuerza extraordinaria podría haber suscitado un cambio tan crucial en la cultura religiosa de la semana. Para esto no habrían bastado las meras especulaciones teológicas. Para mí, la celebración del Día del Señor, que distingue a la comunidad cristiana desde el principio, es una de las pruebas más fuertes de que ha sucedido una cosa extraordinaria en ese día: el descubrimiento del sepulcro vacío y el encuentro con el Señor resucitado». (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p. 300-302).
Esta página del Papa Benedicto me hace recordar otra página, ésta del beato Juan Pablo II en la bellísima Carta apostólica “Dies Domini”:
«”Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esta promesa de Cristo sigue siendo escuchada en la Iglesia como secreto fecundo de su vida y fuente de su esperanza. Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos». (DD n. 31).
Y Juan Pablo concretiza este sentido del Domingo centrándose en la Misa dominical. «Precisamente en la Misa dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos. (…) Al volver Cristo entre ellos “ocho días después”, se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el “día del Señor” o domingo… (DD n. 33).
Estas palabras del Papa Wojtyla evocan otras, estas ya tomadas de su testamento eucarístico en la “Mane nobiscum Domine”, cuando al convocar el año eucarístico, el Papa, pocos meses antes de su paso a la Casa del Padre, concretaba los frutos que esperaba produjese este ‘año’ para la Iglesia:
«Si el fruto de este Año se limitara al de reavivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia conseguiría un resultado significativo» (MnD n. 29).
¡Es domingo! éste es el día,
día del Señor es la Pascua,
día de la creación nueva
y siempre renovada.
¡Es domingo! de su hoguera
brilla toda la semana
y vence oscuras tinieblas
en jornadas de esperanza”
¡¡Aleluya!! ¡¡ALELUYA!!
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