lunes, 6 de abril de 2009

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

“Santa por excelencia es la semana consagrada a la celebración anual de la Pascua del Señor”. Grande, la semana en la que los cristianos hacemos solemne memoria del Misterio central de nuestra fe y de la vida de Cristo Jesús y de su Iglesia.
Semana santa, semana santificadora, en la que nos dejamos guiar por la liturgia, prolongada en la meditación y oración personales, a las que nos invitan unas preces y unos ritos de gran riqueza de contenido y densidad espiritual inagotables.

El Oficio de lectura de ayer, sábado de la V semana de Cuaresma, en la lectura del Sermón 45 de san Gregorio Nacianceno nos disponía a abrir nuestros corazones para entrar en la santa y grande Semana, cuyo pórtico es precisamente la celebración litúrgica de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Decía, entre otras cosas: Vamos a participar en la Pascua... Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna...
Inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz”.

Después de la bendición y la solemne procesión con los ramos, aclamando al Señor y Mesías ‘como los niños hebreos’, la celebración de la Eucaristía inicia con una oración colecta que cambia radicalmente de tono.
Nos introduce en el ‘misterio’ de veras incomprensible y grande de la voluntad del Padre que ‘quiso’ que el Verbo ‘se hiciese hombre y muriese en la cruz’.
Sé que esta ‘voluntad’ tenemos que comprenderla desde toda la vida del Hijo. Él, hecho ‘uno de nosotros’, me atrevo a decir que ‘se ganó la cruz’, con una incesante y filial fidelidad al Padre en todo momento, rebajándose en la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz y por amor a los hombres.
Fue entregado por el gran amor que el Padre ha tenido al mundo, a todos nosotros, por la salvación de todos (Jn 3,16). Y fue entregado, traicionado por uno de los suyos, pero él ‘aceptó voluntariamente la muerte’.
¡Misterio que sólo podemos adorar, acoger, abrazar!

El Padre en la muerte de nuestro Salvador nos quiso mostrar el ejemplo de una vida sumisa a su voluntad.
‘Vida sumisa a la voluntad del Padre’. Esa fue la existencia cotidiana del hombre-Dios, Jesús, nuestro Maestro y Salvador. Una vida en constante adoración al Padre.
Estas palabras de la oración colecta me recuerdan la explicación con que Benedicto XVI en Colonia ofrecía a los jóvenes subrayando el significado de la palabra ‘adoración’ como ‘proskýnesis’ (del griego) = postración, sumisión y ‘adoración’ (del latín), ‘ad os’ como beso, comunión.
Para mí, hoy esta oración es una fuerte invitación a entrar en la Semana santa en espíritu de ‘adoración’, de filial sumisión a la voluntad del Padre, esa voluntad que en algunos momentos de la vida a todos nos puede resultar un ‘misterio’, no sólo porque incomprensible – a veces también – pero sobre todo porque es siempre expresión de un amor que sabe lo que nos hace falta, lo que más nos conviene y que no siempre no coincide con lo que yo quiero y pido.

También la oración sobre las ofrendas de la Eucaristía de hoy me merece una atención particular, por su contenido profundo. Dice ya en el momento central: por esta celebración que actualiza el único sacrificio de Jesucristo, concédenos, Señor, la misericordia que no merecen nuestros pecados.
No se podía de manera más clara que la Eucaristía es el memorial que actualiza el sacrificio de la cruz. Renueva, actualiza y hace presente todo el misterio pascual de Cristo Jesús, con su pasión, muerte, resurrección.
Así la presentaban los Padres de la Iglesia, de manera especial san Agustín, al hablar de la ‘pasión’ del Señor, como ‘Misterio’ de todos los acontecimiento salvíficos de los últimos días de Cristo Jesús: Cristo que padeció, fue sepultado, resucitó.
Y así nos la presentan los Padres del concilio Vaticano II en la Constitución sobre la sagrada liturgia (SC, n. 47)
De nuevo, la insistencia sobre la realidad 'mistérica' de la Eucaristía “en toda su amplitud” (EM): centro de la vida cristiana, de la vida de la Iglesia, de mi vida.

Siguiendo paso a paso la liturgia en estos días santos, será cómo puedo ir haciendo míos los sentimientos del Señor Jesús (Flp 2,5) y cómo podré vivir la constante ‘adoración’ filial en espíritu y verdad, según el deseo, la voluntad del Padre, lo que a él le agrada. Porque con la liturgia de este domingo de Ramos confieso que la sangre de Cristo nos ha purificado, llevándonos al culto del Dios vio.

Porque se acercan ya los días santos
de su pasión salvadora y e su resurrección gloriosa;
en ellos celebramos su triunfo
sobre el poder de nuestro enemigoy renovamos el misterio de nuestra redención (prefacio II de la pasión del Señor)

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