miércoles, 25 de junio de 2008

Fiesta de verano de la Legión de María


Otro día de fraternidad, oración, convivencia. Esta vez con herman@s seglares pertenecientes a la Legión de María: un autocar con 55 personas desde Toledo, dos autocares procedentes de Madrid, much@s más de Cuenca y pueblos.
La meta efectivamente fue Cuenca, con ocasión del Jubileo por los 800 años de la muerte de San Julián, segundo obispo de Cuenca.
También este día tuvo su momento álgido en la celebración de la Eucaristía, concelebrada por el párroco o deán de la catedral y por los varios sacerdotes de Madrid, Toledo, Cuenca, uno también originario de una nación de África que no recuerdo en este momento: todos directores espirituales de la Legión de María.

¿Qué hacíamos tres Discípulas del Divino maestro entre tant@s seglares y sacerdotes? ¿Qué tiene que ver nuestro carisma paulino de Discípulas con el movimiento Legionario? Hace unos años, o hasta hace poco tiempo, hubiese dicho que poco más que la aceptación, respeto y cariño que debemos a todo movimiento seglar que se propone evangelizar: y éste con una característica fuertemente mariana.

Los nombres de “senatus, comitium, pretorianos...” me sonaban bueno, a lo que son, palabras latinas, que ni sabía ni a lo mejor sé hoy bien qué significan como aplicación concreta.
Pero hoy doy gracias al Señor por poder participar y prestar el servicio que se me pide en un grupo de la Legión de María. Me siento realizada también como discípula del divino Maestro, por la importancia que la Legión da a la liturgia, la devoción especialísima al Espíritu Santo y a toda la Trinidad, la presencia casi sensible, no sentimental pero sí viva, de María.
Con la Legión podemos ayudarnos a vivir en sintonía con la Iglesia en los distintos tiempos del Año litúrgico, en los varios acontecimientos eclesiales, como el 49 Congreso Eucarístico Internacional en Québec, reflexionar juntos sobre los documentos del Santo padre, de nuestro Obispos...
Para mí es una ocasión más de vivir la “comunión eclesial” con todo el Pueblo de Dios. Todos caminamos hacia la misma meta: “que Cristo se forme en nosotros”, como decía san Pablo a los cristianos de Galacia (Ga 4, 19), para poder anunciar la buena noticia del amor de Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo – y siempre conducidos de la mano de la Virgen Madre – a nuestro mundo.
En esto, las personas del grupo “Santa María” en el que sirvo, y como ellas serán las demás pertenecientes a los distintos grupos, son admirables: sus horas de apostolado, de “contactos callejeros” que aunque les cueste hacen, la visita a familias con problemas, a enfermos, a sacerdotes ancianos... Cada día aprendo algo más en este sentido y doy gracias a Dios de veras por las “insondables riquezas del misterio de Cristo” que es la Iglesia, riquezas que no conocemos, que no salen en los telediarios ni en los periódicos, pero que son quizás pararrayos, cristianos de cuerpo entero, capaces de dar su vida, su tiempo al servicio de la gloria de Dios y del bien de los hermanos.

Bueno, la “Fiesta” de verano no consistió sólo en la Celebración eucarística. Como era natural, tuvimos un buen momento de convivencia en la comida, que no pudo ser al abierto por el número tan grande de personas, pero en un grandísimo salón de una parroquia que previamente habían preparado para acogernos, para al comida compartida; aliñada con algún chiste, con conversaciones amenas, con intercambio de experiencia y conocimiento y, al final, no podía faltar, el rezo de la “catena”. Y con el recuerdo orante a María, concluimos nuestra jornada, regresando cada uno a sus lugares de procedencia.

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