de
las alocuciones del papa Pablo VI
(Alocución en Nazaret, 3 de enero de 1964)
Cuando se acerca la fiesta de la Sagrada Familia,
no pudo evitar leer, meditar con gusto, y esta vez trascribir el texto de la
alocución del beato Pablo VI en su visita a Nazaret en el año 1964. Me gusta,
me hace bien; y porque pienso que hace bien pasarla a Liturgia viva, por eso lo
hago.
Me deja muy buen sabor de boca en este final del
año y apertura del nuevo año 20117. No lo hago por sentimentalismo, sino porque
también confío en que el querido Beato Papa Montini me ayude a saborear, profundizar,
entrar cada vez un poco más en las entrañas de ese amor a Cristo Jesús el
Señor, como él vivió y transmitió.
«Nazaret es la escuela
donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el
conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a
observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso
de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre
los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a
imitar esta vida.
Aquí se nos revela el
método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia
que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y
lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las
costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo
aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla,
todo tiene un sentido.
Aquí, en esta escuela,
comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las
enseñanzas del Evangelio y ser discípulo
de Cristo.
¡Cómo quisiéramos ser otra
vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo
quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera
ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
Pero estamos aquí como
peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa de estudio,
nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin
recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. Casi desearíamos que se fortaleciere
en nosotros el amor la silencio, este admirable e indispensable hábito del
espíritu, tan necesario para nosotros,
que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de
nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret,
enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre
dispuestos a escuchar siempre las buenas inspiraciones y la doctrina de los
verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el calor de una conveniente formación,
del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración
personal que solo Dios ve.
Se nos ofrece además una
lección de vida familiar. Que
Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su
sencilla y austera belleza, se carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su
función en el plano social.
Finalmente aquí aprendemos
también la lección del trabajo.
Nazaret, la casa del hijo del artesano: ¡cómo deseamos comprender más en este
lugar la austera pero redentoras ley del trabajo humano y exaltarla
debidamente; restablecer la conciencia del trabajo humano y exaltarla
debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera, a
todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un
fin a sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen
tanto solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores
que lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores
del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de
todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor».
Concluyo
esta página con unas palabras acertadas que escribía don Juan Martín Velasco como
conclusión del Evangelio de cada día en “San Pablo”: «Al concluir el año, nos volvemos hacia Dios para agradecerle la luz y
la fuerza que nos ha procurado la palabra de Jesús en el evangelio de cada día
y pedirle que siga regalándonos con esa presencia junto a nosotros que nos
prometió hasta el final de los tiempos».
Y la oración colecta del
día 31 de diciembre, víspera de la Octava de la Natividad del Señor, me parece
que resume muy bien el sentido de todo lo que he querido expresar.
“Dios todopoderoso y
eterno,
que has establecido
el principio y la plenitud
de toda religión
en el nacimiento de tu
Hijo Jesucristo,
te suplicamos nos concedas
la gracia
de ser contados entre los
miembros vivos de su Cuerpo,
porque sólo en Él radica
la salvación del mundo”.