Domingo
XXIII del T. O. - 6 de
septiembre de 2015
He abierto la celebración del
domingo 23 dando gracias al Dios y Padre por el don del nuevo día, el día de la
Pascua semanal, que quiero vivir en actitud
de alabanza y acción de gracias. Me abro a la Trinidad santa, la adoro y renuevo
la oración: «a Ti, Padre, me ofrezco, entrego y consagro como hija; a ti, Jesús
Maestro, me ofrezco, entrego y consagro como hermana y discípula; a ti,
Espíritu Santo, me ofrezco, entrego y consagro como templo vivo para ser consagrado
y santificado». A La Virgen María, madre de la Iglesia y madre mía, tú que
vives en comunión más íntima con las tres Personas divinas, concédeme vivir, en
comunión cada vez más profunda con las tres divinas Personas, para que toda mi
vida, a través de la liturgia y los sacramentos, sea un gloria al Padre, al
hijo y al Espíritu Santo» (P. Alberione).
La oración litúrgica, como siempre, es mi guía
en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
La
oración comunitaria inicia cada día con la celebración de Laudes, el domingo,
puesto que tengo más tiempo, personalmente, casi siempre la inicio con el
Oficio de lectura.
Deseo
vivir esta celebración eclesial, “haciéndome voz de toda criatura” para
bendecir y alabar a la Trinidad santísima. La liturgia, como siempre es mi guía
en la vivencia del Misterio pascual del Señor Jesús,
Consciente
de mis limitaciones y deficiencias, inicio la oración litúrgica con el “Señor, ábreme los labios, y mi boca
proclamará tu alabanza”. Es el Espíritu del Señor el que me capacita y,
como admirable mistagogo, me introduce en la alabanza a Dios.
Este
domingo, el III del Salterio, oro con el salmo 144, que propone la Liturgia,
como himno a la grandeza de Dios. ¡Precioso!
“Te ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré
tu nombre por siempre jamás.
Día
tras día te bendeciré
y
alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande
es el Señor, merece toda alabanza,
es
incalculable su grandeza;
Una
generación pondera tus obras a la otra,
y
le cuenta tus hazañas.
Alaban
ellos la grandeza de tu majestad,
y
yo repito tus maravillas;
encarecen
ellos tus temibles proezas,
yo narro tus grandes acciones;
difunden
la memoria de tu inmensa bondad,
y
aclaman tus victorias
El
Señor es clemente y misericordioso,
lento
a la cólera y rico en piedad;
el
Señor es bueno con todos,
es
cariñosos con todas sus criaturas. (…)
Pronuncie
mi boca la alabanza del Señor,
todo
viviente bendiga su santo nombre
por
siempre jamás”.
Este
tono de alabanza acompaña los salmos y el cántico de Laudes: alabanza al Dios creado
(salmo 92), en nombre de toda la creación (Cántico de Daniel, y de nuevo explosión
de la alegría y la alabanza cósmica al Dios
creador, con el salmo 148.
Alabad
al Señor en el cielo,
Alabad
al Señor en lo alto
Alabadlo
todos sus ángeles;
alabadlo
todos sus ejércitos.
Alabadlo,
sol y luna;
y
aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben
el nombre del Señor,
porque
él lo mandó, y existieron. (…)
Alabad
al Señor en la tierra,
Cetáceos y abismos
del mar (…).
Prosigue
la invitación a la alabanza a Dios de toda la creación inanimada y animal, para
concluir de nuevo con la invitación a toda la humanidad para que, de nuevo “como
voz de toda criatura del cielo y de la tierra, prorrumpa en alabanza y
bendición la Señor:
Reyes
y pueblos del orbe,
príncipes
y jefes del mundo,
los
jóvenes y también las doncellas,
los
viejos junto con los niños,
alaben
el nombre del Señor,
el
único nombre sublime.
Su
majestad sobre el cielo y la tierra;
Él
acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza
de todos sus fieles,
De
Israel, su pueblo escogido”.
La
eucología propia de este Domingo XXIII del tiempo ordinario también favporece y
alimenta esta actitud de alabanza por la confianza que transpira en todas sue
expresiones:
Dice
la oración colecta:
Señor,
tú que te has dignado redimirnos
y
has querido hacernos hijos tuyos,
míranos
siempre con amor de Padre
y
haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo,
alcancemos
la libertad verdadera
y
la herencia eterna.
Comenta
C. Urtasun: «Magnífica
colecta. Es como una síntesis de toda la obra redentora realizada por Jesucristo
en su sacrificio pascual, presentada junto a
una brillante motivación que da paso a dos peticiones hermosas».
La Oración sobre las ofrendas,
quizás más rica en el texto original que en la traducción castellana.
Deus, auctor sincerae devotionis et
pacis,
da,
quaesumus,
ut
et maiestatem tuam convenienter hocmunere veneremur,
et
sacri participatione mysterii fideliter sensibus uniamur.
Al
Padre, fuente, autor de la paz y del amor sinceros, la Iglesia le pide:
venerar, glorificar de forma digna su majestad, su grandeza, su divinidad, y
que los que participamos en el sagrado misterio, en el mismo sacramento,
vivamos también unidos teniendo un solo corazón
y una sola alma.
Esta
oración me recuerda el cántico de san Pablo en Efesios 1,3-6. 12-14, traducido
en vivencia constante de una manera maravillosa la carmelita sor Isabel de la
Trinidad.
“Ser
laus gloriae”, vivir “para alabanza de la gloria de su gracia””; “para ser
nosotros alabanza de su gloria”; … para
redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria”.
Toda
la liturgia, la Eucaristía de manera especialísima, es “sacrificio de alabanza”,
“sacrificium laudis”. ¡Cuántas veces
se repite esta expresión en la eucología!
Oración
después de la Comunión:
“Con tu palabra, Señor, y con tu pan del
cielo,
alimentas
y vivificas a tus fieles;
concédenos
que estos dones de tu Hijo
nos
aprovechen de tal modo
que
merezcamos participar siempre en su vida divina”.
Cito de nuevo al
p. Cornelio Urtasun, por la profundidad de su comentario: «Hermosa, de verdad,
esta oración después de la Comunión. Con una motivación que es la síntesis de
la fe de la Iglesia en la palabra de Dios, salida de la boca del Altísimo, y de
la Palabra hecha carne, teje una petición vigorosa: que merezcamos vivir
siempre de la vida de su Hijo que
merezcamos vivir siempre de la vida de su Hijo querido».
Me agrada de
manera especial la traducción gallega de la oración latina. La cito con
especial cariño, por recordarme una vez más, y con complacencia, mis raíces:
“Señor, ti alimentas e renueva-los teus fieis
na mesa da palabra e do pan de vida.
Axúdanos
a aproveiotar estes dons de teu Fillo benquerido,
Para
que merezcamos compartir sempre a súa mesma vida”.
:
“Señor, yo no sé hablar como haría falta a los
hombres y a la naturaleza. En las calles y en los campos, soy, si no sordo y
mudo, al menos duro de oído y tartamudo. No sé escuchar, no sé hablar. Pon tu
mano sobre mí, como hiciste con el
enfermo de la Decápolis. Mete tus dedos en mis oídos. Toca mi lengua con tu
saliva. Pronuncia tu «Effetá», es decir, «Ábrete».
Que no sólo mis oídos oigan, que no sólo mi
lengua se suelte, sino que mi corazón y todo mi ser se abran al Espíritu y a los
hombres, para que Jesús de Nazaret pase entre nosotros, pase de uno a otro,
transmitido de unos a otros.
Tu
saliva tocó mi lengua. Contacto divino transformador. Contacto inaudito. Pero a
través de un medio tan humilde: ¡un poco de saliva!
Cuando
Jesús de Nazaret pasa, cuando libera mis oídos y mi lengua, no lo veo como el Mesías
glorioso, como el Resucitado triunfante. Él sólo se sirve de los medios más
pobres. Al que pasa, la gente lo llama Jesús «de Nazaret», y esta denominación
de origen evoca años de vida oculta y laboriosa” (Un monje de la Iglesia de Oriente, 'Présence du Christ’).
La curación del
sordomudo relatada por san Marcos debe entenderse en esta perspectiva litúrgica
y sacramental. … No se dice nada del origen ni de la identidad del enfermo ni
de quienes lo acompañan. Por tanto, cada uno puede reconocerse en ellos.
Jesús mete sus
dedos en los oídos del enfermo, le toca la lengua con la saliva y, mirando la
cielo, pronuncia una palabra que pasó tal cual, en arameo, a la antigua
liturgia del Bautismo. La iglesia ha visto, pues, en esta curación una especie
de parábola viviente de lo que ocurre en el primer sacramento de la Iniciación
cristiana.
Curado de su
sordera y de su mutismo espiritual, el bautizado puede escuchar la palabra de
Dios, proclamar su fe y alabar a Dios sin cortapisas, a voz en grito. De este
modo es introducido en la comunidad de los hermanos, donde no hay diferencias
entre ricos y pobres, pues todos reciben gratuitamente los inapreciables
beneficios de Dios y son igualmente elevados a la dignidad de «herederos del
Reino prometido a los que lo aman»
Señor, tú que te
has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con
amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad
verdadera y la herencia eterna.
Alaba, alma mía, al Señor.
Que
mantiene su fidelidad perpetuamente
que
hace justicia a los oprimidos
que
da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.
El
Señor abre los ojos al cielo,
El
Señor endereza a los que ya se doblan,
El
Señor ama a los justos,
El
Señor guarda a los justos.
Sustenta
al huérfano y al a viuda,
Y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
Tu
Dios, Sión, de edad en edad. (Sal 145
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