sábado, 31 de diciembre de 2016

de las alocuciones del papa Pablo VI

(Alocución en Nazaret, 3 de enero de 1964)

            Cuando se acerca la fiesta de la Sagrada Familia, no pudo evitar leer, meditar con gusto, y esta vez trascribir el texto de la alocución del beato Pablo VI en su visita a Nazaret en el año 1964. Me gusta, me hace bien; y porque pienso que hace bien pasarla a Liturgia viva, por eso lo hago.
            Me  deja muy buen sabor de boca en este final del año y apertura del nuevo año 20117. No lo hago por sentimentalismo, sino porque también confío en que el querido Beato Papa Montini me ayude a saborear, profundizar, entrar cada vez un poco más en las entrañas de ese amor a Cristo Jesús el Señor, como él vivió y transmitió.

«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.
Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.
Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulo de Cristo.
¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!
Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa de estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.
Su primera lección es el silencio. Casi desearíamos que se fortaleciere en nosotros el amor la silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros,  que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar siempre las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el calor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que solo Dios ve.
Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, se carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.
Finalmente aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: ¡cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentoras ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera, a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin a sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tanto solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.
Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor». 

  
Concluyo esta página con unas palabras acertadas que escribía don Juan Martín Velasco como conclusión del Evangelio de cada día en “San Pablo”: «Al concluir el año, nos volvemos hacia Dios para agradecerle la luz y la fuerza que nos ha procurado la palabra de Jesús en el evangelio de cada día y pedirle que siga regalándonos con esa presencia junto a nosotros que nos prometió hasta el final de los tiempos».

Y la oración colecta del día 31 de diciembre, víspera de la Octava de la Natividad del Señor, me parece que resume muy bien el sentido de todo lo que he querido expresar.

“Dios todopoderoso y eterno,
que has establecido
el principio y la plenitud de toda religión
en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo,
te suplicamos nos concedas la gracia
de ser contados entre los miembros vivos de su Cuerpo,
porque sólo en Él radica la salvación del mundo”.




viernes, 21 de octubre de 2016

Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió“


Recuerdo el Interés que suscitó en mí  este año la liturgia de las horas de la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Aunque hayan pasado muchos días, quiero volver sobre ella.
Me pareció especialmente rico el Oficio de lectura de la fiesta.

La parte bíblica nos ofrece los primeros versículos del capítulo 4, 1-16 de la carta de Pablo a los Efesios. Habla el Apóstol de la “diversidad de funciones en un mismo cuerpo”.
Y ante todo, con la autoridad que le da el ser “prisionero por el Señor”, pide a la comunidad cristiana de los Efesios, que vivan y caminen “como pide la vocación a la que el Señor les ha llamado” e inmediatamente aclara las connotaciones de esta vocación: “sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz”.
En efecto, la llamada del Señor a su seguimiento, a la vocación cristiana, es casi siempre una “con-vocación”. Los cristianos  no son, ni somos “islas”, sino llamados “con” otros hermanos, a realizar el plan salvífico de Dios. Por eso, el Apóstol insiste sobre las actitudes propias de quien tiene que caminar con otros en la realización de la vocación.
La motivación que justifica esta llamada a vivir en actitudes fraternales es fundamentalmente una: somos un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza, un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Un solo Dios, Padre de todo, “que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo”.

"según la medida del don de Cristo en su plenitud". Cristo el Señor resucitado

Dentro de la unidad propia del único cuerpo de Cristo, existe la diversidad  determinada por la variedad de dones que cada uno recibe, “según la medida del don de Cristo”. Ésta es la “medida” que nos distingue a todos en la Iglesia y que nos ayuda  a discernir la identidad de nuestra vocación y misión en el único Cuerpo de Cristo Jesús: “la medida del don de Cristo”.
Este don distribuye los ministerios en la comunidad, según las necesidades de la misma; san Pablo los detalla con claridad: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Diversas funciones o ministerios que tienen un único fin: “para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos al conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud”.
La variedad de funciones o ministerios en la Iglesia no tiene otra finalidad, ni es expresión de los talentos de cada uno, sino que se trata de dones, carismas que el Espíritu distribuye, para que, como único cuerpo, colaboremos todos en la realización del plan salvífico del Padre, por medio de Cristo el Señor.


La lectura patrística coincide con la homilía 21 de  San Beda el Venerable, el monje benedictino de los siglos VII y VIII, que dedicó su vida al estudio de la sagrada Biblia, a escribir “sobre la significación e interpretación de las Sagradas Escrituras, añadiendo sus propios comentarios que con frecuencia hallamos en el breviario”.
El texto que nos ofrece el oficio de lectura de la fiesta de san Mateo es precisamente uno de estos “comentarios”, que me gusta considerar como “lectio divina” sobre el texto evangélico de la vocación de san Mateo. Con una expresión breve y ungida, el “título” indica el contenido de la homilía: “Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió”.
Esta homilía no es el único caso que encontramos en la Liturgia, especialmente en el Oficio de lectura. La liturgia, y de manera especial esta parte de la liturgia de las horas, se muestra como “lugar privilegiado de la lectura orante” ofrecida por los “grandes testigos de la Palabra”, los primeros Padres de la Iglesia y el Magisterio de la Iglesia de ayer y de hoy. Son palabras del Papa emérito Benedicto XVI, en el n. 86 de la admirable exhortación apostólica postsinodal del año 2010, la  Verbum Domini.
También nuestro Papa Francisco en la Evangelii Gaudium escribe sobre la “lectio divina”, aunque en este caso no se refiere a la liturgia: «Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve» (La alegría del Evangelio, 2013, n. 152).

Jesús lo vio con la mirada interna de su amor... Porque lo amó, lo eligió.


Volviendo al comentario homilético de san Beda el Venerable, él se detiene en el verbo del primer versículo, y dice: Jesús vio”. «Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales». Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales.
Y prosigue: «Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió,  y le dijo: “Sígueme…”.  Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.

Con frecuencia en el Evangelio se encuentra la insistencia sobre las miradas de Jesús. No llama antes de haber mirado, y mirado en profundidad. Esa actitud del Maestro Divino la vemos en varios pasajes de Jesús, diría que de manera especial, no única,  en los que tienen un matiz vocacional, como es el primer capítulo de Juan en los versículos  36, 38,39, 46,48,51… Y espontáneamente recuerdo el texto del encuentro de Jesús con el joven rico; hablan de él los tres sinópticos, pero quizás el más expresivo sea el del evangelista Marcos: ante la respuesta del joven al Maestro: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven”, anota Marcos: “Jesús lo miró fijamente con cariño y le dijo: - una cosa te falta” (Mc 10, 20-21).
La mirada de Jesús, subrayada en varios momentos por los evangelistas  no es un mirada cualquiera, un “ver” superficial; Jesús lo miró con cariño y sólo con esta mirada de cariño, le puede decir las condiciones para poder seguirle y realizar su sueño: “tener la vida eterna”.

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días...»


San Beda intenta penetrar en el corazón del Maestro para adivinar lo que Jesús piensa y siente hacia Mateo.
Y prosigue su comentario narrando la reacción inmediata de Leví: se levantó y lo siguió. Penetra con su mente y su corazón en la disponibilidad de Leví, viendo cómo «el  Señor que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí lo invitaba a dejar sus negocios temporales, era capaz de darle en  el cielo un tesoro incorruptible»..
La “con-vocación” quizás se expresa también aquí con la respuesta no sólo de Mateo, sino también de sus compañeros de oficio… «La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio», añade san Beda.
Y sigue: «Mateo que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores». 
Comienza así el ministerio de evangelizador de Mateo, ministerio que luego, llegado a la madurez en la virtud,  había de desempeñar.
La mirada penetrante de san Beda nos invita a penetrar nosotros también «en el significado de estos hechos», porque en realidad «Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”.



martes, 28 de junio de 2016

Los gozos de tu Espíritu

Celebramos hace pocos  días la solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista.
El Martirologio Romano la introduce con estas palabras de presentación y elogio: “Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista, Precursor del Señor, que, estando en el seno materno, al quedar lleno del Espíritu Santo, exultó de gozo por la próxima llegada de la salvación del género humano. Su nacimiento profetizó la Natividad de Cristo el Señor, y su existencia brilló con tal esplendor de gracia que el mismo Jesucristo dijo no haber entre los nacidos de mujer nadie tan grande como Juan el Bautista”.
Con qué solemnidad explica san Agustín en el Sermón 293, que hoy nos ofrece el Oficio de lectura, la originalidad de esta celebración de la Iglesia. Hasta parece que el santo obispo de Hipona se siente incapaz de explicar según se merece el “misterio” de este nacimiento. Destaca, en efecto, “el poco tiempo y las pocas facultades” de que dispone “para llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande”. 
En su humildad sincera, recurre al “Maestro interior”, el Espíritu Santo, “aquel que habla en vuestro interior,… aquel que habéis recibido en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo”
«La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja: celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo.
Ello no deja de tener su significado, y, si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio  tan elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de él».

La liturgia eucarística, en la primera lectura de la Misa de la vigilia y en la Misa del día, presenta perícopas de “vocación profética”, para expresar la que podíamos llamar también “llamada” de san Juan Bautista desde el seno de su madre Isabel. Vocación ésta revestida de gozo y alegría: “saltó de gozo”, mientras los profetas Jeremías e Isaías presentaron al Dios que les llamaba sus temores y dificultades ante la misión que les presentaba.
En efecto, como Jeremías e Isaías, también el Precursor de Cristo fue llamado desde el vientre materno, cuando su madre Isabel escuchó el saludo de la Virgen Madre.
Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles” (Jr 1, 4).
Escuchadme, islas, atended, pueblos lejanos: estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. (Is 49, 1ss.).
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre… En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lc 1, 39-56).
                
La eucología subraya toda ella la “alegría” como característica de la natividad de Juan.
En el cuerpo del prefacio, dice:
“… al celebrar hoy la gloria de Juan el Bautista,
precursor de tu Hijo
y el mayor de los nacidos de mujer,
proclamamos tu grandeza.
Porque él saltó de alegría en el vientre de su madre,
al llegar el Salvador de los hombres,
y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos…”.
Se cumple así lo que el Ángel del Señor había anunciado a Zacarías, su padre, en el templo, “mientras oficiaba delante de Dios en el turno de su grupo”: «Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor…» (Lc 1, 8. 13-14).

PROCLAMA MI ALMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR, SE ALEGRA MI ESPÍRITU....

La “alegría” prometida, es el don que la Iglesia pide como fruto de esta celebración a la que la liturgia reviste de especial júbilo y solemnidad.
Fiesta que muchos pueblo de España celebran también con un especial regocijo, expresado con las características manifestaciones, juegos y actividades en las es característica la viva participación de todo el pueblo.

La Iglesia pide en la oración colecta:
Oh Dios, que suscitaste a san Juan Bautista
para que preparase a Cristo el Señor un pueblo bien dispuesto,
concede a tu familia el don de la alegría espiritual
y dirige la voluntad de tus hijos
por el camino de la salvación y de la paz.

Cito un comentario a esta oración de don Cornelio Urtasun, explicando el por qué de su preferencia por una traducción distinta a la que encontramos en nuestro idioma:
“En un análisis estricto del original, cualquiera puede afirmar que sustancialmente, tiene el mismo valor traducir “spiritualium gratias gaudiorum” por “el don la alegría espiritual”, que el decir: concede a tu pueblo santo la gracia de los gozos de tu Espíritu. Sustancialmente tienen el mismo valor estas expresiones. Pero en el género literario comúnmente admitido el calificativo “espiritual” tiene unas resonancias no siempre iguales a: gentes movidas o conducidas por el Espíritu. Ésta es la razón. Y no pequeña”.
Estoy plenamente de acuerdo con la razón o motivación que justamente subraya el autor. Indica además “algunos gozos del Espíritu, personificados en el Precursor, en los que probablemente piensa la petición de la oración colecta”.
Los anuncio simplemente, aunque el comentario de Urtasun a cada uno me parece profundo y convincente, pero me remito al libro “Las oraciones del misal. Escuela de espiritualidad de la Iglesia” (CPL. Biblioteca litúrgica n. 5):
-          El gozo de la presencia física y mistérica de Jesucristo;
-     El gozo del crecimiento de Jesús, a costa de su disminución. Juan mismo había dicho, en efecto, a los discípulos de Juan y a un judío: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya (Jn 3, 28-30).
-          El gozo del martirio contemplado, previsible, aceptado.

La alegría del Espíritu, como fruto y realización de la promesa, es también lo que pide la Iglesia en la oración colecta de la Misa de la Vigilia:
Dios todopoderoso, concede a tu familia
caminar por la senda de la salvación
para que, siguiendo la voz de Juan, el precursor,
pueda llegar con alegría
al Salvador que él anunciaba.

¡¡ALELUYA!!.... ¡VIVA LA FIESTA!

sábado, 4 de junio de 2016

«... Guiada por el magisterio del Espíritu»


La liturgia de la Iglesia cierra el mes de mayo, que la tradición popular desde siglos dedica de manera especial y con fe viva a María, con la fiesta de la Visitación de la Virgen Madre a su prima Isabel.
Una fiesta que nos ofrece unos textos litúrgicos hermosos y profundos.
Lo vemos en la eucología:
“Dios todopoderoso,
tú que inspiraste a la Virgen María,
cuando llevaba en su seno a tu Hijo,
el deseo de visitar a su prima Isabel,
concédenos, te rogamos, que,
dóciles al soplo del Espíritu,
podamos, con María,
cantar tus maravillas
durante toda nuestra vida.
Por nuestro Señor Jesucristo. (Oración colecta)

Como en toda obra de salvación, la iniciativa es siempre de Dios Padre, que nos guía a través de su Espíritu. María decide ir a visitar a su prima, una vez que conoce su situación por el ángel, y lo hace “inspirada” por Dios, y llevando en su  seno al Hijo de Dios.
En el encuentro con Isabel, el Espíritu actúa con poder: Isabel se llena del Espíritu y por Él reconoce en María “la madre de mi Señor”, mientras su hijo “salta de alegría” en su vientre.
A María el mismo Espíritu pone en los labios y en el corazón el Magnificat, el júbilo con el que se alegra y proclama las grandezas de Dios en la historia de la salvación y en la suya propia.
La misma docilidad de la Virgen-Madre para poder alabar y cantar la gloria de Dios es la que pide la Iglesia para todos nosotros: “dóciles al soplo del Espíritu, podamos con María cantar tus maravillas durante toda nuestra vida”.

Sobre las ofrendas
Señor, complácete en este sacrificio de salvación
que te ofrecemos, como te has complacido en el gesto de amor
de la Virgen María al visitar a su prima Isabel.

Después de la comunión
Que tu Iglesia te glorifique, Señor,
por todas las maravillas que has hecho con tus hijos,
y así como Juan Bautista exultó de alegría
al  presentir a Cristo en el seno de la Virgen,
haz que tu Iglesia te perciba siempre vivo en este sacramento.


De los textos bíblicos recojo en particular la primera lectura del profeta Sofonías: un nuevo canto de júbilo y fiesta a la ‘nueva Jerusalén’, que es la Iglesia, de la que la Virgen María ha sido y sigue siendo prefiguración.
            Es júbilo no de la criatura, sino del mismo Dios, el Rey de Israel, que se complace en su nuevo pueblo, la Iglesia-María, porque la ama: “se alegra con júbilo”, porque  se goza y se complace en ella.
Por eso la invita a exultar, gritar de júbilo, alegrarse de todo corazón.

La lectura evangélica es la de la Visitación, rezuma exultación, alegría, glorificación de Dios, de su grandeza y poder que se “acuerda de su misericordia” y, por ello “hace proezas con su brazo, colma a los hambrientos de bienes y despide vacíos a los ricos”.
Pero, precisamente porque “se acuerda de su misericordia”, protege a Israel, su siervo, “como lo había prometido a nuestros padres, A Abrahán y su descendencia por siempre”.

1ª lectura: Sofonías 3, 14-18

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.
Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».
Apartará de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

 

Otra fiesta mariana, colocada  en la reforma litúrgica al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús: el Inmaculado Corazón de la Virgen María.
Es preciosa también la oración colecta, y en ella encontramos los mismos elementos que subrayábamos en la anterior del 31 de mayo:
“Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la Virgen María
una  digna morada al Espíritu Santo,
haz que nosotros,
por intercesión de la Virgen,
lleguemos a ser templos dignos de tu gloria”.

Me gusta citar unas expresiones del Oficio de lectura entresacada del Sermón 8 de san Lorenzo Justiniani, obispo:
«María ha reflexionado sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente.
Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales, la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. (…)
Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. (…)
Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, en el que Cristo el Señor entra de buen grado».



Después de celebrar las solemnidades de la Santísima Trinidad, del Cuerpo y Sangre de Jesucristo y del Sagrado Corazón, retomamos ya los “domingos verdes”, el tiempo ordinario, con la importancia especialísima de los domingos.
Con el evangelista Lucas iremos haciendo camino, guiados también nosotros “por el magisterio del Espíritu, y acompañados de la intercesión maternal de María, la Virgen Madre, podremos llegar a la meta a la que Dios Padre nos llama a todos: “hasta que Cristo se forme en nosotros”, como pedía el apóstol Pablo, que la Familia Paulina recordamos de manera especial en este mes, a sus hijos los Gálatas, por los que afirma que sigue sufriendo “dolores de parto hasta que Cristo se forme en ellos”.
Ésta es nuestra meta, es la meta de todo cristiano.

«Hijos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros». (Ga 4,19) 





lunes, 16 de mayo de 2016

Tiempo Ordinario


Hemos entrado en el Tiempo Ordinario, concluido ya el Tiempo Pascual con la solemne Celebración de la Venida del Espíritu, enviado por el Padre, prometido por el Señor Jesús, antes de ascender al cielo y sentarse a la derecha del Padre: “Yo os enviaré lo que el Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis del a fuerza de los alto” (Lc 24,49).
San Juan en su Evangelio, anuncia repetidas veces a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor. Cito el primer anuncio en Juan: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo  rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros…»  (Jn 14,16-17. 26; 15, 26-27; 16,7-15).
Pentecostés es la Celebración culminante del Tiempo Pascual, su corona y cumplimiento.

Cito de don Ángel Moreno, al introducir el Tiempo Ordinario:
«Hemos alcanzado la Cincuentena Pascual y hemos celebrado la gran Pascua de Pentecostés, que nos permite mirar con esperanza el futuro, porque se nos asegura la presencia, el acompañamiento y hasta la defensa que nos proporciona el Espíritu Santo.
El día a día no es siempre fácil, no solo por lo inmediato que nos toca vivir en nuestros espacios domésticos, sino por el impacto que nos llega de las noticias tan adversas, violentas, terribles de las guerras, terrorismo, desplazamientos humanos….
Tiempo de valorar el pan de cada día, el puesto de trabajo, el espacio social y doméstico, la suerte de la relación amiga, la posibilidad de la convivencia plural, la celebración de la fe.
Lo que cada uno es por gracia, lo es para beneficio de los demás. En la medida en que sepamos compartir a diario lo bueno que tenemos acrecentaremos los dones y celebraremos con una sociedad que se estabiliza gracias a la presencia silenciosa de quienes saben dar lo mejor de sí mismos».

Y hago mío con todo el corazón su deseo personalizado:
“Que reemprendas esta nueva etapa del Año Litúrgico con ilusión y esperanza”.

El tiempo Ordinario no es un largo período del Año litúrgico sin importancia; todo lo contrario. Es el Tiempo en que no celebramos Misterios especiales del Señor, pero sí la celebración de su “presencia del Señor en el Camino de la Iglesia”.
Tiempo en el que revisten una importancia especial todos los domingos, Pascua semanal, núcleo y origen de todo el Año litúrgico, como nos enseña la Constitución del Vaticano II sobre la Liturgia.
 Citamos le texto íntegro por su importancia especial y por el gran valor que tiene en la pastoral de la Iglesia:
«La Iglesia, por una tradición apostólica, que tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los “hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos”.
Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean realmente de mucha importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el Año Litúrgico»  (SC n. 106).

La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan al Sacrificio eucarístico como extraños y mudos espectadores, sino participen conscientes, piadosa y activamente (SC 48)

Si la vuelta al Tiempo Ordinario nos ayuda a recuperar, o por lo menos a recordar, lo que nos pidió el Concilio Vaticano II, es importante ya por esto, aunque no sólo.

Estaremos viviendo algo realmente fundamental en la vida de la Iglesia y del verdadero sentido del Año litúrgico. Lo subrayan los prefacios dominicales de la reforma litúrgica, y de manera especial el prefacio dominical X, que transcribo:

En verdad es justo bendecirte y darte gracias,
Padre santo, fuente de la verdad y de la vida,
porque nos has convocado en tu casa
en este día de fiesta.

Hoy, tu familia,
reunida en la escucha de tu Palabra
y en la comunión del pan único y partido,
celebra el memorial del Señor resucitado,
mientras espera el domingo sin ocaso
en el que la humanidad entera
entrará en tu descanso.

Entonces contemplaremos tu rostro
y alabaremos por siempre tu misericordia.

Con esta gozosa esperanza,
y unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos unánimes
el himno de tu gloria.

"... en la comunión del pan único y partido, celebra el Memorial del Señor Resucitado..."

Hoy en la ciudad de Madrid estamos de fiesta: recordando y celebrando a nuestro Patrono, san Isidro, un Santo que vivió en la sencillez y el heroísmo una vida auténticamente cristiana, en el trabajo y  en la oración.
En la Bula Rationi congruit, el Papa Benedicto XIII dijo de él:
«Toda su vida la desempeñó de manera que no fuera obstáculo, ni un solo día, para sus prácticas piadosas y vida religiosa. Nunca fue a labrar sin haber asistido primero al santo sacrificio e la Misa, y haber implorado el auxilio de Dios y de la Bienaventurada Virgen María».
Y la participación en la Liturgia, le llevó a una entrega constante a los demás, en la verdadera caridad, junto con su esposa santa María de la Cabeza.
«San Isidro, labrador, hombre de fe, hizo de su vida una plegaria a Dios» (Laudes).
«Te alabamos, Señor Dios nuestro, porque levantas del polvo al desvalido, y alzas de la basura al pobre» (II Vísperas).
«Isidro, labrador, pobre y humilde, abrió a todos el tesoro de su corazón». (primeras vísperas).
Seguimos pidiendo con la oración colecta:
«Señor Dios nuestro,
Que en la humildad y sencillez de san Isidro, labrador,
nos dejaste un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo;
concédenos que el trabajo de cada día
humanice nuestro mundo
y sea, al mismo tiempo,
plegaria de alabanza a tu nombre».




Pues protegidos por san Isidro, iniciamos “con ilusión y esperanza” el Tiempo Ordinario de la Liturgia de la Iglesia, pidiendo que, como él, dejemos que Cristo Jesús vaya creciendo en nosotros, hasta que se forme, como decía y pedía Pablo a los cristianos Gálatas: “hasta que se forme en vosotros Cristo”.