“Jesús lo vio y, porque lo
amó, lo eligió“
Recuerdo
el Interés que suscitó en mí este año la
liturgia de las horas de la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Aunque
hayan pasado muchos días, quiero volver sobre ella.
Me
pareció especialmente rico el Oficio de lectura de la fiesta.
La
parte bíblica nos ofrece los
primeros versículos del capítulo 4, 1-16 de la carta de Pablo a los Efesios.
Habla el Apóstol de la “diversidad de
funciones en un mismo cuerpo”.
Y
ante todo, con la autoridad que le da el ser “prisionero por el Señor”, pide a la comunidad cristiana de los
Efesios, que vivan y caminen “como pide
la vocación a la que el Señor les ha llamado” e inmediatamente aclara las
connotaciones de esta vocación: “sed
siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor,
esforzándoos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz”.
En
efecto, la llamada del Señor a su seguimiento, a la vocación cristiana, es casi
siempre una “con-vocación”. Los cristianos no son, ni somos “islas”, sino llamados “con” otros hermanos, a realizar el plan salvífico
de Dios. Por eso, el Apóstol insiste sobre las actitudes propias de quien tiene
que caminar con otros en la realización de la vocación.
La
motivación que justifica esta llamada a vivir en actitudes fraternales es
fundamentalmente una: somos un solo
cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza, un solo Señor,
una sola fe, un bautismo. Un solo Dios, Padre de todo, “que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo”.
"según la medida del don de Cristo en su plenitud". Cristo el Señor resucitado |
Dentro
de la unidad propia del único cuerpo de Cristo, existe la diversidad determinada por la variedad de dones que cada
uno recibe, “según la medida del don de
Cristo”. Ésta es la “medida” que nos distingue a todos en la Iglesia y que
nos ayuda a discernir la identidad de
nuestra vocación y misión en el único Cuerpo de Cristo Jesús: “la medida del don de Cristo”.
Este
don distribuye los ministerios en la comunidad, según las necesidades de la misma;
san Pablo los detalla con claridad: apóstoles,
profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Diversas funciones o
ministerios que tienen un único fin: “para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos al conocimiento
del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud”.
La
variedad de funciones o ministerios en la Iglesia no tiene otra finalidad, ni es
expresión de los talentos de cada uno, sino que se trata de dones, carismas que
el Espíritu distribuye, para que, como único cuerpo, colaboremos todos en la
realización del plan salvífico del Padre, por medio de Cristo el Señor.
La
lectura patrística coincide con la
homilía 21 de San Beda el Venerable, el
monje benedictino de los siglos VII y VIII, que dedicó su vida al estudio de la
sagrada Biblia, a escribir “sobre la significación e interpretación de las
Sagradas Escrituras, añadiendo sus propios comentarios que con frecuencia hallamos
en el breviario”.
El
texto que nos ofrece el oficio de lectura de la fiesta de san Mateo es
precisamente uno de estos “comentarios”, que me gusta considerar como “lectio divina” sobre el texto evangélico
de la vocación de san Mateo. Con una expresión breve y ungida, el “título”
indica el contenido de la homilía: “Jesús
lo vio y, porque lo amó, lo eligió”.
Esta
homilía no es el único caso que encontramos en la Liturgia, especialmente en el
Oficio de lectura. La liturgia, y de manera especial esta parte de la liturgia
de las horas, se muestra como “lugar privilegiado de la lectura orante”
ofrecida por los “grandes testigos de la Palabra”, los primeros Padres de la
Iglesia y el Magisterio de la Iglesia de ayer y de hoy. Son palabras del Papa
emérito Benedicto XVI, en el n. 86 de la admirable exhortación apostólica
postsinodal del año 2010, la Verbum Domini.
También
nuestro Papa Francisco en la Evangelii
Gaudium escribe sobre la “lectio
divina”, aunque en este caso no se refiere a la liturgia: «Hay una forma
concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de
dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un
momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve» (La alegría del Evangelio, 2013, n. 152).
Jesús lo vio con la mirada interna de su amor... Porque lo amó, lo eligió. |
Volviendo
al comentario homilético de san Beda el Venerable, él se detiene en el verbo
del primer versículo, y dice: “Jesús vio”.
«Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales». Lo
vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales.
Y
prosigue: «Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: “Sígueme…”. Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su
modo de obrar. Porque quien dice que
permanece en Cristo debe vivir como vivió él.
Con
frecuencia en el Evangelio se encuentra la insistencia sobre las miradas de Jesús. No llama antes de
haber mirado, y mirado en profundidad. Esa actitud del Maestro Divino la
vemos en varios pasajes de Jesús, diría que de manera especial, no única, en los que tienen un matiz vocacional, como es
el primer capítulo de Juan en los versículos 36, 38,39, 46,48,51… Y espontáneamente
recuerdo el texto del encuentro de Jesús con el joven rico; hablan de él los
tres sinópticos, pero quizás el más expresivo sea el del evangelista Marcos:
ante la respuesta del joven al Maestro: “Maestro,
todo eso lo he cumplido desde joven”, anota Marcos: “Jesús lo miró fijamente con cariño y le dijo: - una cosa te falta” (Mc
10, 20-21).
La
mirada de Jesús, subrayada en varios momentos por los evangelistas no
es un mirada cualquiera, un “ver” superficial; Jesús lo miró con cariño y sólo con
esta mirada de cariño, le puede decir las condiciones para poder seguirle y
realizar su sueño: “tener la vida eterna”.
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días...» |
San
Beda intenta penetrar en el corazón del Maestro para adivinar lo que Jesús
piensa y siente hacia Mateo.
Y
prosigue su comentario narrando la reacción inmediata de Leví: se levantó y lo siguió. Penetra con su
mente y su corazón en la disponibilidad de Leví, viendo cómo «el Señor que lo llamaba por fuera con su voz, lo
iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en
su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que
aquí lo invitaba a dejar sus negocios temporales, era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible»..
La
“con-vocación” quizás se expresa también aquí con la respuesta no sólo de
Mateo, sino también de sus compañeros de oficio… «La conversión de un solo
publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros
publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio», añade san
Beda.
Y
sigue: «Mateo que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en
su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la
salvación a un considerable grupo de pecadores».
Comienza
así el ministerio de evangelizador de Mateo, ministerio que luego, llegado a la
madurez en la virtud, había de
desempeñar.
La
mirada penetrante de san Beda nos invita a penetrar nosotros también «en el
significado de estos hechos», porque en realidad «Mateo no sólo ofreció al
Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y
por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior, según
aquellas palabras del Apocalipsis: “Estoy
a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”.
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