viernes, 21 de octubre de 2016

Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió“


Recuerdo el Interés que suscitó en mí  este año la liturgia de las horas de la fiesta del apóstol y evangelista san Mateo. Aunque hayan pasado muchos días, quiero volver sobre ella.
Me pareció especialmente rico el Oficio de lectura de la fiesta.

La parte bíblica nos ofrece los primeros versículos del capítulo 4, 1-16 de la carta de Pablo a los Efesios. Habla el Apóstol de la “diversidad de funciones en un mismo cuerpo”.
Y ante todo, con la autoridad que le da el ser “prisionero por el Señor”, pide a la comunidad cristiana de los Efesios, que vivan y caminen “como pide la vocación a la que el Señor les ha llamado” e inmediatamente aclara las connotaciones de esta vocación: “sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz”.
En efecto, la llamada del Señor a su seguimiento, a la vocación cristiana, es casi siempre una “con-vocación”. Los cristianos  no son, ni somos “islas”, sino llamados “con” otros hermanos, a realizar el plan salvífico de Dios. Por eso, el Apóstol insiste sobre las actitudes propias de quien tiene que caminar con otros en la realización de la vocación.
La motivación que justifica esta llamada a vivir en actitudes fraternales es fundamentalmente una: somos un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza, un solo Señor, una sola fe, un bautismo. Un solo Dios, Padre de todo, “que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo”.

"según la medida del don de Cristo en su plenitud". Cristo el Señor resucitado

Dentro de la unidad propia del único cuerpo de Cristo, existe la diversidad  determinada por la variedad de dones que cada uno recibe, “según la medida del don de Cristo”. Ésta es la “medida” que nos distingue a todos en la Iglesia y que nos ayuda  a discernir la identidad de nuestra vocación y misión en el único Cuerpo de Cristo Jesús: “la medida del don de Cristo”.
Este don distribuye los ministerios en la comunidad, según las necesidades de la misma; san Pablo los detalla con claridad: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores y maestros. Diversas funciones o ministerios que tienen un único fin: “para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos al conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud”.
La variedad de funciones o ministerios en la Iglesia no tiene otra finalidad, ni es expresión de los talentos de cada uno, sino que se trata de dones, carismas que el Espíritu distribuye, para que, como único cuerpo, colaboremos todos en la realización del plan salvífico del Padre, por medio de Cristo el Señor.


La lectura patrística coincide con la homilía 21 de  San Beda el Venerable, el monje benedictino de los siglos VII y VIII, que dedicó su vida al estudio de la sagrada Biblia, a escribir “sobre la significación e interpretación de las Sagradas Escrituras, añadiendo sus propios comentarios que con frecuencia hallamos en el breviario”.
El texto que nos ofrece el oficio de lectura de la fiesta de san Mateo es precisamente uno de estos “comentarios”, que me gusta considerar como “lectio divina” sobre el texto evangélico de la vocación de san Mateo. Con una expresión breve y ungida, el “título” indica el contenido de la homilía: “Jesús lo vio y, porque lo amó, lo eligió”.
Esta homilía no es el único caso que encontramos en la Liturgia, especialmente en el Oficio de lectura. La liturgia, y de manera especial esta parte de la liturgia de las horas, se muestra como “lugar privilegiado de la lectura orante” ofrecida por los “grandes testigos de la Palabra”, los primeros Padres de la Iglesia y el Magisterio de la Iglesia de ayer y de hoy. Son palabras del Papa emérito Benedicto XVI, en el n. 86 de la admirable exhortación apostólica postsinodal del año 2010, la  Verbum Domini.
También nuestro Papa Francisco en la Evangelii Gaudium escribe sobre la “lectio divina”, aunque en este caso no se refiere a la liturgia: «Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve» (La alegría del Evangelio, 2013, n. 152).

Jesús lo vio con la mirada interna de su amor... Porque lo amó, lo eligió.


Volviendo al comentario homilético de san Beda el Venerable, él se detiene en el verbo del primer versículo, y dice: Jesús vio”. «Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales». Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales.
Y prosigue: «Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió,  y le dijo: “Sígueme…”.  Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.

Con frecuencia en el Evangelio se encuentra la insistencia sobre las miradas de Jesús. No llama antes de haber mirado, y mirado en profundidad. Esa actitud del Maestro Divino la vemos en varios pasajes de Jesús, diría que de manera especial, no única,  en los que tienen un matiz vocacional, como es el primer capítulo de Juan en los versículos  36, 38,39, 46,48,51… Y espontáneamente recuerdo el texto del encuentro de Jesús con el joven rico; hablan de él los tres sinópticos, pero quizás el más expresivo sea el del evangelista Marcos: ante la respuesta del joven al Maestro: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven”, anota Marcos: “Jesús lo miró fijamente con cariño y le dijo: - una cosa te falta” (Mc 10, 20-21).
La mirada de Jesús, subrayada en varios momentos por los evangelistas  no es un mirada cualquiera, un “ver” superficial; Jesús lo miró con cariño y sólo con esta mirada de cariño, le puede decir las condiciones para poder seguirle y realizar su sueño: “tener la vida eterna”.

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días...»


San Beda intenta penetrar en el corazón del Maestro para adivinar lo que Jesús piensa y siente hacia Mateo.
Y prosigue su comentario narrando la reacción inmediata de Leví: se levantó y lo siguió. Penetra con su mente y su corazón en la disponibilidad de Leví, viendo cómo «el  Señor que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí lo invitaba a dejar sus negocios temporales, era capaz de darle en  el cielo un tesoro incorruptible»..
La “con-vocación” quizás se expresa también aquí con la respuesta no sólo de Mateo, sino también de sus compañeros de oficio… «La conversión de un solo publicano fue una muestra de penitencia y de perdón para muchos otros publicanos y pecadores. Ello fue un hermoso y verdadero presagio», añade san Beda.
Y sigue: «Mateo que estaba destinado a ser apóstol y maestro de los gentiles, en su primer trato con el Señor arrastró en pos de sí por el camino de la salvación a un considerable grupo de pecadores». 
Comienza así el ministerio de evangelizador de Mateo, ministerio que luego, llegado a la madurez en la virtud,  había de desempeñar.
La mirada penetrante de san Beda nos invita a penetrar nosotros también «en el significado de estos hechos», porque en realidad «Mateo no sólo ofreció al Señor un banquete corporal en su casa terrena, sino que le preparó, por su fe y por su amor, otro banquete mucho más grato en la casa de su interior, según aquellas palabras del Apocalipsis: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos”.



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