Tiempo Ordinario
Hemos entrado en el Tiempo Ordinario, concluido ya el Tiempo Pascual con la solemne
Celebración de la Venida del Espíritu, enviado por el Padre, prometido por el
Señor Jesús, antes de ascender al cielo y sentarse a la derecha del Padre: “Yo os enviaré lo que el Padre ha prometido;
vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis del a fuerza de los alto”
(Lc 24,49).
San Juan en su Evangelio, anuncia repetidas veces
a sus discípulos la venida del Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor. Cito el
primer anuncio en Juan: «Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré
al Padre para que os envíe otro Paráclito, para que esté siempre con vosotros…»
(Jn 14,16-17. 26; 15, 26-27; 16,7-15).
Pentecostés es la Celebración culminante del
Tiempo Pascual, su corona y cumplimiento.
Cito de don Ángel Moreno, al introducir el Tiempo
Ordinario:
«Hemos alcanzado la Cincuentena Pascual y hemos
celebrado la gran Pascua de Pentecostés, que nos permite mirar con esperanza el
futuro, porque se nos asegura la presencia, el acompañamiento y hasta la
defensa que nos proporciona el Espíritu Santo.
El día a día no es siempre fácil, no solo por lo
inmediato que nos toca vivir en nuestros espacios domésticos, sino por el
impacto que nos llega de las noticias tan adversas, violentas, terribles de las
guerras, terrorismo, desplazamientos humanos….
Tiempo de valorar el pan de cada día, el puesto de
trabajo, el espacio social y doméstico, la suerte de la relación amiga, la
posibilidad de la convivencia plural, la celebración de la fe.
Lo que cada uno es por gracia, lo es para
beneficio de los demás. En la medida en que sepamos compartir a diario lo bueno
que tenemos acrecentaremos los dones y celebraremos con una sociedad que se
estabiliza gracias a la presencia silenciosa de quienes saben dar lo mejor de
sí mismos».
Y hago mío con todo el corazón su deseo
personalizado:
“Que
reemprendas esta nueva etapa del Año Litúrgico con ilusión y esperanza”.
El tiempo Ordinario no es un largo período del Año
litúrgico sin importancia; todo lo contrario. Es el Tiempo en que no celebramos
Misterios especiales del Señor, pero sí la
celebración de su “presencia del
Señor en el Camino de la Iglesia”.
Tiempo en el que revisten una importancia especial
todos los domingos, Pascua semanal, núcleo
y origen de todo el Año litúrgico, como nos enseña la Constitución del Vaticano
II sobre la Liturgia.
Citamos le
texto íntegro por su importancia especial y por el gran valor que tiene en la
pastoral de la Iglesia:
«La Iglesia,
por una tradición apostólica, que
tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el
misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del
Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que,
escuchando la Palabra de Dios y
participando en la Eucaristía, recuerden
la Pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios,
que los “hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de
entre los muertos”.
Por esto el domingo es la fiesta primordial, que
debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea
también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras
solemnidades, a no ser que sean realmente de mucha importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de
todo el Año Litúrgico» (SC n.
106).
La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan al Sacrificio eucarístico como extraños y mudos espectadores, sino participen conscientes, piadosa y activamente (SC 48) |
Si la vuelta al Tiempo Ordinario nos ayuda a
recuperar, o por lo menos a recordar, lo que nos pidió el Concilio Vaticano II,
es importante ya por esto, aunque no sólo.
Estaremos viviendo algo realmente fundamental en
la vida de la Iglesia y del verdadero sentido del Año litúrgico. Lo subrayan
los prefacios dominicales de la reforma litúrgica, y de manera especial el
prefacio dominical X, que transcribo:
En verdad es
justo bendecirte y darte gracias,
Padre santo,
fuente de la verdad y de la vida,
porque nos
has convocado en tu casa
en este día
de fiesta.
Hoy, tu familia,
reunida en
la escucha de tu Palabra
y en la
comunión del pan único y partido,
celebra el memorial del Señor resucitado,
mientras
espera el domingo sin ocaso
en el que la
humanidad entera
entrará en
tu descanso.
Entonces
contemplaremos tu rostro
y alabaremos
por siempre tu misericordia.
Con esta
gozosa esperanza,
y unidos a los
ángeles y a los santos,
cantamos
unánimes
el himno de
tu gloria.
"... en la comunión del pan único y partido, celebra el Memorial del Señor Resucitado..." |
Hoy en la ciudad de Madrid estamos de fiesta:
recordando y celebrando a nuestro Patrono, san Isidro, un Santo que vivió en la
sencillez y el heroísmo una vida auténticamente cristiana, en el trabajo y en la oración.
En la Bula Rationi
congruit, el Papa Benedicto XIII dijo de él:
«Toda su
vida la desempeñó de manera que no fuera obstáculo, ni un solo día, para sus
prácticas piadosas y vida religiosa. Nunca fue a labrar sin haber asistido
primero al santo sacrificio e la Misa, y haber implorado el auxilio de Dios y
de la Bienaventurada Virgen María».
Y la participación en la Liturgia, le llevó a una
entrega constante a los demás, en la verdadera caridad, junto con su esposa
santa María de la Cabeza.
«San Isidro,
labrador, hombre de fe, hizo de su vida una plegaria a Dios» (Laudes).
«Te
alabamos, Señor Dios nuestro, porque levantas del polvo al desvalido, y alzas
de la basura al pobre» (II Vísperas).
«Isidro,
labrador, pobre y humilde, abrió a todos el tesoro de su corazón». (primeras
vísperas).
Seguimos pidiendo con la oración colecta:
«Señor Dios nuestro,
Que en la
humildad y sencillez de san Isidro, labrador,
nos dejaste
un ejemplo de vida escondida en ti, con Cristo;
concédenos
que el trabajo de cada día
humanice
nuestro mundo
y sea, al
mismo tiempo,
plegaria de
alabanza a tu nombre».
Pues protegidos por san Isidro, iniciamos “con
ilusión y esperanza” el Tiempo Ordinario de la Liturgia de la Iglesia, pidiendo
que, como él, dejemos que Cristo Jesús vaya creciendo en nosotros, hasta que se
forme, como decía y pedía Pablo a los cristianos Gálatas: “hasta que se forme
en vosotros Cristo”.
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