sábado, 7 de junio de 2008

Vuelta al Tiempo Ordinario


Con la solemnidad de Pentecostés, se cierra la Cincuentena pascual y con ella todo el “Ciclo pascual”, que tiene su ápice y momento cumbre en la celebración del Triduo Pascual y de manera particular en la santa noche de la Vigilia Pascual.
Entramos en el “Tiempo durante el año”, que llamamos litúrgicamente “Tiempo ordinario” con una expresión que no parece demasiado feliz.
La Liturgia hispano-mozárabe habla de manera quizás más expresiva de “domingos de cotidiano”.
Jean Corbon, hablando del año litúrgico bizantino, dice: “La tercera etapa puede ser llamada la “Théosis” (deificación – divinización) que es el objetivo de las “Teofanías” (ciclo de Navidad) y el fruto pascual del Espíritu Santo. Esta edificación es la levadura de la nueva creación que está obrando en lo últimos tiempos y transfiguración progresiva de nuestro “cuerpo de miseria” para que sea “conforme al Cuerpo de gloria” del Señor de la historia" (Flp 3,21). {Las cursivas y algún paréntesis son míos).


Me gustaría quedarme con esta explicación del “Tiempo Ordinario” en el Año litúrgico bizantino para comprender, con mis palabras más sencillas, que en todos estos domingos desde Pentecostés – excluyendo la Ssma. Trinidad y el Cuerpo y Sangre de Cristo – hasta la solemnidad de Cristo Rey del universo, que celebraremos el 23 de noviembre, o mejor, hasta el 29, sábado en el que celebraremos ya las primeras Vísperas del I domingo de Adviento, la Iglesia nos va desmenuzando, a través de la liturgia eucarística y de la Liturgia de las Horas, las palabras, enseñanzas de Jesús maestro, ayudándonos así, con sosiego a asimilar los grandes misterios que hemos celebrado sobre todo en la Pascua del Señor.

El tiempo “de cotidiano”, aparte de dejar más espacio a la celebración de las fiestas y memorias del Santoral, nos ayuda a vivir, meditar, orar “en lo cotidiano” de nuestra vida, haciendo casi la “ruminatio” de la que nos hablan los Padres del desierto, siempre a través de la liturgia en el Misterio de Cristo que celebramos en su perenne actualización sacramental, de los demás sacramentos, de la oración y de la vida cristiana de cada día, a través de la oración y de los compromisos del día a día.

Me permito la osadía de escribir que las citadas palabras con las que Jean Corbon describe este período del año litúrgico es como deseo vivirlo y transmitirlo en las posibilidades que tenga. No es un “tiempo cualquiera”: es tiempo precioso y rico.

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