lunes, 25 de febrero de 2008

“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote”


Iniciar el día con esperanzas, con deseos de dar gracias a Dios por la noche pasada, por el descanso, por la nueva vida que nos brinda cada mañana, es algo que da un tono a la mañana.

Iniciarla con la “oración de la Iglesia”, sintiéndonos en comunión con toda la Iglesia, con todos los hombres y mujeres que a esta misma hora en coche, en autobús, en tren, en avión, andando, se encaminan al trabajo, al estudio, a sus empresas, a caminar..., y con los que en sus lechos sufren la enfermedad o la ancianidad en residencias, hospitales, familias.
Es bonito abrir el día pidiéndole al Señor que abra nuestros labios, para que nuestra boca pueda proclamar su alabanza. Es un regalo este tiempo que él nos concede para dedicarlo a él, para cantar su gloria y su misericordia y fidelidad.
“Es bueno dar gracias al Señor y cantar para tu nombre, oh Altísimo”.

Con esta ilusión, cada mañana celebramos la oración de Laudes, nuestra pequeña comunidad con laicos de la parroquia de Santa Teresa en Toledo. No importa si son muchos o pocos; son los que pueden, los que quieren venir y participar y cantar y orar, glorificando a Dios Padre, por su Hijo Jesús, en el Espíritu. Y, junto con la glorificación de nuestro Dios, nos sentimos en comunión no sólo con la Iglesia, sino con todos nuestro hermanos y hermanas del mundo entero, con los políticos, los que trabajan con los medios de comunicación social, con los enfermos que conocemos y visitamos, y con toda la creación.

El Catecismo de la Iglesia católica (1992) recuerda que “La Liturgia de las Horas está destinada a ser oración de todo el Pueblo de Dios” (CEC n. 1175).
Por eso, cuidamos con mimo esta celebración y nos sentimos una “pequeña comunidad eclesial” dentro de la gran Comunidad de la parroquia, de la Iglesia y del mundo.
Es más, nos sentimos también “pequeña comunidad terrena” en comunión con la comunidad del cielo, con nuestros seres queridos que han pasado a la Casa del Padre, con los difuntos de la parroquia, muchos de los cuales hemos conocido y querido.
A todos encomendamos a la misericordia del Padre y también sentimos su intercesión y bendición sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre todos nuestros hermanos los hombres y mujeres del mundo entero.

Que, llegados a la tarde, podamos nuevamente celebrar la fidelidad y misericordia de nuestro Dios e invocar su bendición y la protección de María nuestra Madre sobre toda la humanidad, especialmente sobre los que más sufren.


No hay comentarios: