Jesús
Maestro y los niños
Hay
días en que la Palabra de Dios te interpela de una manera más fuerte o que
algún elemento de la misma resuena dentro de mí de manera especial. Algo así ha
sucedido en los primeros días del mes de octubre.
De
forma distinta, en diferentes elementos de la celebración ha resonado la referencia de Jesús al ‘niño, a los niños,
a la necesidad de volver a ser como niños’…
Así
la he sentido. Descubro una llamada del Maestro Jesús a que, como María’,
medite en el corazón al mensaje de la Palabra divina, directa o a través de
gestos y vivencias.
Abría
el mes la celebración litúrgica de santa
Teresa del Niño Jesús, con el recuerdo espontáneo a su “camino” de infancia
espiritual, subrayado por varios textos de la liturgia litúrgica eucarística y
de las Horas. Me detengo en alguno de ellos.
La antífona de entrada de la Eucaristía está tomada
de Dt 32, 10-12. No habla explícitamente de los niños, de la humildad, sino más
bien de la ternura, el amor y la misericordia del Señor, que ofrece y
manifiesta a todo el que se abre y la acoge, pero de manera especial a los
pequeños y los sencillos de corazón. Teresita
ciertamente pertenece a este grupo elegido. Dice el Deuteronomio:
«El Señor la rodeó cuidando de ella,
la
guardó como a las niñas de sus ojos:
como
el águila extendió sus alas, la tomó
y
la llevó sobre sus plumas;
La
oración colecta habla directamente del “camino” recorrido por Teresa, camino de “los humildes y
sencillos”:
Oh
Dios,
que
has preparado tu reino para los humildes
y los sencillos,
concédenos
la gracia de seguir confiadamente
el camino
de santa Teresa del Niño Jesús
para
que nos sea revelada, por su intercesión, la gloria eterna.
La
antífona de comunión cita
palabras del mismo Jesús:
“Dice el Señor: «Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el
reino de los cielos».
El
responsorio del Oficio de lectura,
después de la segunda lectura, tomada de los ‘escritos autobiográficos’ de la
Santa misma, canta:
«Te
adelantaste, Señor, a bendecirme con tu amor, el cual fue creciendo conmigo
desde mi infancia. Y aún ahora no alcanzo a comprender la profundidad de tu
amor».
En
sintonía con la antífona de entrada, canta sorprendida y agradecida a la
ternura del amor misericordioso de Dios hacia Teresa.
La
antífona al Benedictus
repite la invitación evangélica de Jesús Maestro: «Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino
de los cielos».
Pasando
al día 2, fiesta de los Santos Ángeles
custodios, en el texto evangélico, el Maestro, intuyendo el interés y la
casi preocupación de sus discípulos por saber quién sería el más importante, con el gesto y las palabras, les ofrece y nos
ofrece una importante enseñanza: “… llamó
a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como
niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el
reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a
mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus
ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial»
(Mt 18, 1-5.10).
Y
el Evangelio del día 3, la enseñanza de Jesús se hace explosión de una profunda vivencia suya, por la que ÉL alaba y
bendice al Padre:
“…lleno
de la alegría del Espíritu Santo, Jesús
exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
y se las has revelado a la gente
sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien»”.
El día 4, domingo XXVII del Tiempo
ordinario, en la perícopa evangélica, en la conclusión de un discurso todo él
relacionado con el matrimonio, centrado en las respuestas de Jesús a unas cuestiones puestas
por “unos fariseos”, Marcos añade una nueva referencia directa a los niños y la
reacción de Jesús ante la actitud negativa de los discípulos:
“Le acercaban niños para que los tocara, pero
los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí:
no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro
que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y los
abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”
En las vísperas del martes día 6, cantamos el
salmo 132, con la antífona:
«Si no volvéis a ser como niños, no entraréis
en el reino de los cielos».
Y el salmo:
«Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni
mis ojos son altaneros,
no
pretendo grandezas
que
superan mi capacidad;
sino
que acallo y modelo mis deseos,
como
un niño en brazos de su madre».
Mientras le daba
vueltas meditando y orando con las llamadas de la Palabra de Dios para mi vida
de discípula, me caen ante los ojos algunas palabras del Papa Francisco nada menos
que a “la gerdarmeria vaticana” en la que les dice la importancia de la ‘humildad
de su trabajo’, útil en la medida en que precisamente sea ‘humilde’. En la homilía
que celebró para ellos, les decía, entre otras cosas:
«Vosotros que trabajáis, tenéis un
trabajo algo difícil, en el que siempre hay contrastes y tenéis que poner las
cosas en su lugar y evitar muchas veces reyertas y delitos. Rezad para que el
Señor, con la intercesión de san Miguel Arcángel, os defienda de toda tentación
de corrupción por el dinero, por las riquezas, la vanidad y la soberbia. Cuanto más humilde, como Jesús, cuanto más humilde sea vuestro
servicio, tanto más fecundo y útil será
para todos nosotros.
La humildad de Jesús. Y ¿cómo vemos la humildad de Jesús? Si vamos al relato de las
tentaciones, no encontramos nunca una palabra suya. Jesús no responde con
palabras propias, responde con palabras de la Escritura las tres veces… Que el
Señor nos ayude en esta lucha de todos los días; no para nosotros, es una lucha
deservicio, porque vosotros sois hombres y mujeres de servicio: de servicio a
la sociedad, de servicio a los demás, de servicio para hacer crecer la bondad
en el mundo” (Papa Francisco, 3 de octubre: a la “Gendarmeria vaticana”)
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Cambiando,
sólo en cierto sentido, de objetivo, el evangelio
de Lucas 10, 38-42 del día 6 con el relato siempre tan significativo de la
actitud de Marta y María en su acogida del Maestro en Betania, me hace recordar
que el Beato Santiago Alberione había
subrayado, en su predicación a nosotras, las ‘Discípulas del Divino Maestro’ este texto como algo específico, casi diría
‘carismático’, de la espiritualidad y misión de nuestra congregación en la
Iglesia.
Lo he acogido en estos primeros días
de octubre casi como síntesis de la reflexión-oración sobre las resonancias de
la Palabra y la manera concreta de vivir
esa pequeñez y humildad que propone el Maestro “manso y humilde de corazón”.
Jesús Maestro con Marta y María |
La oración de Betania manuscrita, entregada una tarde del año 1958 por el Fundador a nuestra Superiora general, es la expresión de todo esto:
Ven, Jesús Maestro,
y dígnate aceptar la hospitalidad
que te ofrecemos en nuestro corazón.
Queremos dispensarte el consuelo
y el
descanso que encontraste en Betania,
en casa de tus dos discípulas, Marta y María.
con el gozo de tenerte entre nosotras, te rogamos
que,
en nuestra vida contemplativa, nos concedas la
intimidad de que gozaba María,
y que aceptes nuestra vida activa según el espíritu
de la fiel y laboriosa Marta.
Ama y santifica nuestra Congregación,
como amaste y santificaste a la familia de Betania.
En la cordial hospitalidad de aquella casa
pasaste los últimos días de tu vida terrena,
preparándonos el don de la Eucaristía,
del sacerdocio y de tu propia vida.
Jesús Maestro, camino, verdad y vida,
que sepamos corresponder a tan gran amor,
santificando nuestros apostolados:
servicio eucarístico, servicio sacerdotal y
servicio litúrgico,
para gloria tuya y salvación de los hombres. Amén.
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