sábado, 22 de noviembre de 2008

Solemnidad de Cristo Rey


Me sorprende la elección de las lecturas bíblicas que hoy hace la Iglesia en la Liturgia de la Palabra para celebrar el culmen del Año Litúrgico, la solemnidad en honor de Cristo, Rey del universo.

Si proyectáramos con nuestra imaginación de qué forma aparecerá Jesucristo al final de los tiempos como rey, quizá coincidiríamos con las expresiones de gloria, majestad, envuelto por ángeles, sentado en su trono. Así lo describe el Evangelio de Mateo (Mt 25, 31-46) y así ha sido representado desde la Alta Edad Media como Pantocrátor.

San Pablo presenta a Jesús resucitado, primicia de la humanidad gloriosa, Señor de todo lo creado, dominador de todos los enemigos, hasta de la muerte. “Él es el primero en todo” (I Co 15, 20-26.28).

El evangelista propone la imagen del juez soberano con una resonancia rural, pues lo describe separando las ovejas de las cabras, en razón de cómo haya vivido cada uno la caridad. Ante la majestad de Dios, ante el juicio definitivo y la hora de la verdad, surge la adoración, el temor, la llamada a la sinceridad de la conciencia.

Sin querer devaluar el sentido del juicio de Dios, la misma Iglesia ha querido juntar, sin embargo, los textos anteriores con la visión profética de Ezequiel y la del salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22).

Al mismo tiempo que contemplas el rostro de Cristo en majestad, deja entrar en tu interior las expresiones proféticas, puestas en boca de Dios:

“Yo mismo buscaré a mis ovejas.
Seguiré el rastro de mis ovejas,
como pastor a su rebaño.
Las libraré, sacándolas de los lugares por donde se desperdigaron.
Las apacentaré. Las haré sestear. Buscaré a las perdidas.
Recogeré a las descarriadas. Vendaré a las heridas,
curaré a la enfermas, las apacentaré, las guardaré” (Ezq 34, 11.12.15-17).

El juicio de Dios acontecerá. Cristo presentará su obra ante el Padre: “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Dios lo será todo en todos” (I Co 15,22).

No nos corresponde dictar sentencia. Sólo Dios es el justo juez, pero mientras vivimos en este mundo, Él sigue estando entre nosotros como Buen Pastor, más aún, como mendigo de nuestro amor. Así lo presenta el Evangelio, cuando señala la bienaventuranza para quienes han tenido compasión de Él en el sediento, en el hambriento, en el forastero, en el desnudo.

No podemos atemorizarnos ante el juicio de Dios y actuar como el criado que por pensar que el rey era severo, guardó su talento. Estamos llamados a pertenecer a un reino de justicia, de verdad y de paz, a ser testigos del amor entrañable de Dios, Buen Pastor, a dejarnos curar y perdonar, a tener entrañas de misericordia. Y se dará la síntesis: “Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor, por días sin término” (Sal 22).

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