viernes, 14 de noviembre de 2008

Lectio Divina de Filipenses 1,12-30


a Invocación al Espíritu

Entro en la oración recordando la palabra de Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando lee el texto de Isaías 61, 1-2:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido (...)
me ha enviado a proclamar un año de gracia del Señor”.

Al enrollar el pergamino y devolverlo al ministro, dijo aquella palabra solemne: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.»
La oración humilde puede alcanzar del Dios de amor que esta “palabra” se cumpla hoy también en quien le suplica filial y confiadamente. Con esta confianza, invoco al Espíritu para venga también sobre mí, al tiempo que lo pido por toda la Iglesia y la humanidad:

Ven, Espíritu de Dios sobre mí,
me abro a tu presencia;
cambiarás mi corazón.

Toca mi debilidad,
toma todo lo que soy.
Pongo mi vida en tus manos
y mi fe.
Poco a poco llegarás
a inundarme de tu luz.
Tú cambiarás mi pasado.
Cantaré.

Quiero ser signo de paz,
quiero compartir mi ser.
Yo necesito tu fuerza,
tu valor.
Quiero proclamarte a Ti,
ser testigo de tu amor.
Entra y transforma mi vida.
¡Ven a mí!

(A. Torrelles y J. Palau)

a Lectura orante

“En la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio” (SC 33). Leo y escucho la Palabra de Dios “con devoción” (cf. DV 1), despacio, una y otra vez, fijándome en lo que dice y en cómo está dicho. En la liturgia eucarística seguimos proclamando la carta de san Pablo a los Filipenses y yo quiero seguir leyendo-meditando-orando los versículos del 12 al 30 del primer capítulo, que la liturgia ha ido proclamando estos días, en lectura semi-continua de la carta, en la celebración eucarística.
Texto

12 Quiero que sepáis, hermanos, que lo que me ha sucedido ha contribuido más bien al progreso del Evangelio; 13 de tal forma que se ha hecho público en todo el Pretorio y entre todos los demás, que me hallo en cadenas por Cristo. 14 Y la mayor parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis cadenas, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor la Palabra. 15 Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad; mas hay también otros que lo hacen con buena intención; 16 éstos, por amor, conscientes de que yo estoy puesto para defender el Evangelio; 17 aquéllos, por rivalidad, no con puras intenciones, creyendo que aumentan la tribulación de mis cadenas.
18 Y qué? Al fin y al cabo, con hipocresía o con sinceridad, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome.

19 Pues yo sé que esto servirá para mi salvación gracias a vuestras oraciones y a la ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo, 20 conforme a lo que aguardo y espero, que en modo alguno seré confundido; antes bien, que con plena seguridad, ahora como siempre, Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, 21 pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. 22 Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... 23 Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; 24 mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros.
25 Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, 26 a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús cuando yo vuelva a estar entre vosotros.

27 Lo que importa es que vosotros llevéis una conducta digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis unánimes por la fe del Evangelio, 28 sin dejaros intimidar en nada por los adversarios. Esto será para ellos señal de perdición, y para vosotros de salvación. Tal es el designio de Dios 29 que os ha concedido a vosotros, por Cristo, no sólo la gracia de creer en él, no sólo que creáis en él, sino también de padecer por él, 30 sosteniendo el mismo combate en que antes me visteis y que ahora veis sostengo.

a Medito la Palabra

Quiero meditar la Palabra proclamada, la rumio, dándole vueltas en el corazón, en las entrañas. Mi empeño será ir descubriendo de nuevo en lo que escribe Pablo, sus actitudes espirituales y apostólicas, porque éstas mismas siento que responden a lo que me sugiere a mí la Palabra, es decir a las actitudes que me invita a vivir, siguiendo el ejemplo del Apóstol.

En los vv. del 1 al 11 del primer capítulo san Pablo ha hablado ya de sus “cadenas”, de su condición de prisionero y se alegraba por la participación de los filipenses tanto en sus cadenas como en la defensa y consolidación del Evangelio.
En los vv. 12-18 prosigue sobre el mismo tema, pero no para narrar su situación personal, sino para ver esta situación y vicisitud personal en clave de historia de la salvación. Y así, en vez de ser la dificultad un obstáculo para la difusión del Evangelio, el Apóstol reconoce que sus “cadenas” están siendo beneficiosas para el Evangelio mismo. En efecto, él está prisionero, encadenado, pero “la Palabra de Dios no está encadenada” (cf 2 Tm 2,9), “hasta el punto de que en el pretorio y en todo lugar es notorio que mis cadenas brillan con el resplandor de Cristo” (v. 13).
Y por esta razón, el Apóstol confiesa que se alegra en el presente y en el futuro, no obstante que haya quien aprovecha su situación de falta de libertad exterior para predicar a Cristo “por envidia o rivalidad”(v. 15), creyendo provocar, de esta manera, ulteriores aflicciones a Pablo. (cf. v. 17).

El Apóstol sigue demostrando aquí una grande magnanimidad de espíritu, de corazón. A el sólo le importa Cristo Jesús y el anuncio de su Evangelio. Lo que podía causarle mayor sufrimiento aún, visto desde Cristo, desde el designio salvífico de Dios que “en todas las cosas interviene para bien de los que le aman” (Rm 8, 28), lo acoge como un “kairós”, como motivo de una alegría de la quiere hacer partícipes a sus “ hermanos”, los Filipenses.
Junto con la magnanimidad de Pablo, de su sentir en grande, aparece en este texto una fe profunda y firme, por encima de todo criterio meramente humano. Escribe con mucha propiedad Enzo Bianchi, en su comentario a la carta a los Filipenses, editada por las Paulinas: «Cuando el Evangelio es rechazado y discutido, posee una eficacia que escapa a los criterios mundanos que quisieran medir sus frutos. Es más, la contradicción llevada a la vida misma del Apóstol confiere al Evangelio una fuerza y una elocuencia mayores» (p. 35).

No es que pablo justifique cualquier forma de anunciar y predicar el Evangelio, sino que él pone su mirada en los frutos que produce toda predicación: “hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado”; y no sólo esto, sino que “Cristo será glorificado también ahora, como siempre, en mi cuerpo, sea por la vida, sea por la muerte” (v. 20). Y esta razón es suficientemente fuerte como para que a Pablo se le acrezca la alegría, una alegría que nadie le podrá quitar.
Constato, meditando el v. 20, que el Apóstol no piensa ya solamente en las “cadenas”; su mirada positiva, su sentir va más allá, hasta la misma muerte, que considera desde la misma perspectiva salvífica, desde la gran meta: Cristo Jesús.

Reflexiono sobre esta actitud interior de Pablo tan positiva, veo que no se trata absolutamente de un “estoico”, insensible ante el sufrimiento, casi masoquista; todo lo contrario es lo que vemos en todas las cartas de Pablo: recuerdo momentos en los que se muestra “como una madre” escribiendo a los Tesalonicenses, en esta misma carta a los Filipenses más adelante hablará de sus lágrimas ante los que no siguen el camino de Cristo, el camino de su cruz, sino que se alejan de él. Pablo es todo un hombre con una fuerte humanidad, pero esto no impide, es más posibilita su profunda fe, que se explica por el convencimiento de ser amado por Cristo, de que Cristo vive en él, es más de su vivir es Cristo, el cual le amó y le ama a él personalmente y se entregó por él (cf Ga 2, 20).

La experiencia viva de sentirse amado por Cristo, de que Cristo es la razón de su vida, su sentido, es la que le impulsa a gastar y entregar él también su propia vida por Cristo, la que hace que su misma muerte sea una ganancia.
Es que el encuentro con Jesucristo resucitado y vivo en el camino de Damasco, como comentaba con la profundidad y devoción que le caracteriza el Santo padre en una de sus audiencias recientes, marcó un cambio decisivo en la vida del Apóstol. Ahora ya, el sentido de su vida, su móvil en la tarea de la evangelización, su darse totalmente hasta llegar a derramar su sangre como libación sobre la fe de los Filipenses, y naturalmente de los “hijos y hermanos” de las otras comunidades que ha fundado, le es sólo motivo y causa de gozo, de alegría, en la que de nuevo pide que sus “hermanos” Filipenses participen.
Por eso concluye de forma tan hermosa: “Alegraos también vosotros de esto mismo y congratulaos conmigo” (cf. vv. 17-18).

Esta visión “cristiana” y “cristiforme” de su vida toda ella centrada en Cristo Jesús muerto y resucitado, que le causa una profunda e inquebrantable alegría, no le hace olvidarse de los Filipenses con quienes se está comunicando. La luz que resplandece en su vida entre cadenas, ya sólo le hace desear vivamente una cosa para ellos: “Lo que importa es que vosotros llevéis una conducta digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis unánimes por la fe del Evangelio, sin dejaros intimidar en nada por los adversarios” (vv. 27-28).

Si me pregunto, en la meditatio, ¿qué actitudes me pide y sugiere la Palabra?, me viene espontánea la respuesta que creo me daría nuestro Fundador, el p. Santiago Alberione: ser Pablo vivo hoy. En esta frase escueta él más de una vez condensó y resumió la persona del Paulino, de la Paulina, de la Discípula, de toda la Familia Paulina: “Ser Pablo vivo hoy”.

Resumo así en pocas líneas las principales actitudes de la personalidad del apóstol Pablo: un corazón magnánimo, grande; la luz del designio salvífico de Dios sobre su vida; la fe profunda e inquebrantable por sentirse amado y salvado por Cristo Jesús; la alegría ante su situación porque todo, positivo y negativo, constituye una ventaja para la extensión del Evangelio, para dar a conocer al Señor Jesús; una visión “cristiana” de su vida, dispuesta a “gastarse y desgastarse”, hasta derramar la sangre, por Cristo y por sus “hermanos”. Y por encima de todo, Cristo Jesús, su Señor, vida de su vida, sentido y razón de la misma.

Estas actitudes son las que deseo traducir en mi vida cotidiana, para llegar a ser cada vez más, a ejemplo y con la intercesión de nuestro “padre y fundador”, según la expresión del beato Alberione, una ardiente y auténtica discípulas del Maestro Jesús.


Y Orando con la Palabra

La liturgia de nuevo es maestra para indicarme cuál puede ser la “respuesta” que doy a Dios, a Cristo que me han hablado a través de su Palabra: el salmo responsorial, que justamente el sábado hubiésemos tenido que cantar después de la lectura de Filipenses, si no hubiese coincidido en ese día la solemnidad de Todos los Santos.
El salmista, quien celebra y participa en la Eucaristía, después de escuchar el deseo vivo de Pablo, el “cupio disolvi et esse cum Christo”, espontáneamente clama:

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío:
mi ser tiene sed de Dios, del Dios vivo;
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

..............

Concluyendo mi “lectio orante”, no olvido que me siento acompañada en ella no sólo por el gran “mistagogo” Pablo, sino también por el beato Santiago Alberione, que ha sido también y lo sigue siendo a través de los escritos que de él tenemos, de los recuerdos que conservamos en el corazón, un buen “pedagogo” del misterio de Cristo. Por eso, quiero unirme a él, en esta breve oración suya al Apóstol de las gentes.

Oración a San Pablo

Apóstol san Pablo, que con tu doctrina y tu amor has evangelizado al mundo entero, mira con bondad a tus hijos y discípulos. Todo lo esperamos de tu intercesión ante el Divino Maestro y ante María, reina de los apóstoles.

Maestro de los gentiles, ayúdanos a vivir de fe, a salvarnos por la esperanza y a que reine en nosotros el amor. Concédenos, instrumento elegido, una dócil correspondencia a la gracia, para que no sea estéril en nosotros. Que sepamos conocerte, amarte e imitarte cada vez mejor, para ser miembros vivos de la iglesia, cuerpo místico de Jesucristo.

Suscita muchos y santos apóstoles que aviven el cálido soplo del verdadero amor, extendiéndolo por todo el mundo, de modo que todos los hombres conozcan y den gloria a Dios Padre y a Jesús Maestro, camino, verdad y vida.
Amén.

(del beato Santiago Alberione)

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