domingo, 10 de agosto de 2008

Santa Teresa Benedicta de la Cruz


Celebro con toda la Iglesia le fiesta de santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), religiosa y mártir, patrona de Europa.
Una fiesta entrañable, de una mujer entera, grande, buscadora incansable de la verdad, hasta que se encontró con el que se definió. “Yo soy la VERDAD”.
Quisiera ahondar en su vida, en sus escritos, especialmente los que escribió siendo ya Carmelita. Pero sí puedo decir que su personalidad, desde lo poquito que conozco de ella, me atrae, me llama poderosamente la atención y el deseo no ya de imitarla, porque creo que sería incapaz, pero sí de admirarla y pedir su intercesión por mí, por todas las mujeres, especialmente por la mujeres que, como ella, hemos sido “aferradas” por Cristo Jesús para un seguimiento peculiar en la vida consagrada y pedirle por las necesidades de la “vieja Europa”: que vuelva a descubrir con la ayuda de todo sus “raíces cristianas”.
Hace poco, a primeros de junio hice los Ejercicios espirituales. Un señor, médico patólogo, único varón en el grupo de ejercitantes, me decía que él había descubierto a Cristo – en el sentido de dedicarse más a su vida espiritual, a vivir el cristianismo con mayor intensidad-, precisamente leyendo biografía y textos de Edith Stein, porque consideraba la parábola de su vida parecida a la de esta mujer: buscadora de la verdad. Él también, me decía, había buscado durante mucho tiempo y sigue buscando, aunque sabe que ha dado ya en el punto, en la diana.
Fiel al proyecto de reflexionar sobre la eucología de la Misa, quiero hoy subrayar sólo la oración después de la comunión:

Concede, Padre misericordioso,
que los frutos celestiales del árbol de la Cruz
fortalezcan los corazones de quienes
veneramos la memoria de Santa teresa Benedicta,
para que, unidos fielmente a Cristo en la tierra,
merezcamos comer del árbol de la vida en el paraíso.

La referencia al “árbol de la Cruz” fuente de los “frutos celestiales”- el Cuerpo y la Sangre de Jesús - que hemos recibido en la comunión, y la gloria del cielo como “comida del árbol de la vida” son signos muy hermosos que merecerían una reflexión teológico-bíblico-litúrgica en manos de un poeta como Juan de la Cruz, o como Santa Teresa o Teresa Benedicta.
Más que reflexión, merece contemplación: quedarnos contemplando y saboreando este lenguaje tan hermoso y profundo con el que la Iglesia se dirige al Padre en la celebración eucarística.
He gozado esta mañana leyendo la segunda lectura del Oficio de lectura, tomada del libro de Edith Stein que tiene un título tan bello y atrayente: “La ciencia de la Cruz”. Y he disfrutado sobre todo al encontrar en Teresa Benedicta la teología paulina del Bautismo, del Cuerpo de Cristo, el que llamamos “cuerpo místico”, la expresión vivencial de lo que significa la Cruz, el Crucificado, por lo que, como Pablo, tampoco Edith Stein quiere gloriarse en algo o alguien que no sea Jesucristo, el Misterio de su Cruz.
Ella, como el Apóstol, se ve “rodeada de flaquezas”, pero “robusta y vigorosa” porque ella, como buena “discípula de Jesús”, “no sólo acoge la cruz sobre sus espaldas, sino que ella misma se crucifica en ella.
Y todo esto, porque “la fuerza de Dios resplandece en la debilidad”.
En este año paulino, en el que con toda al Iglesia, y con toda la Familia Paulina, deseo no sólo conocer un poco más a Pablo, y desde él, al Señor Jesús, para configurarme con Él, dejar que el Espíritu forme en mí, con todas mis flaquezas, también a Cristo, su rostro, su corazón, su vida. Que cristo viva en mí, y que también en mí la fuerza de Dios se manifieste victoriosa en medio de todas mis debilidades y pecado.
Como la Santa que hoy celebramos tengo muy claro que “la Cruz no es el fin; la Cruz es la exaltación y mostrará el cielo”.
Lo Cruz no se puede separar de la Resurrección, el Crucificado del Resucitado.
Lo dice con expresiones bellísimas nuestra Santa: “la Cruz es signo del que “me amó hasta entregarse por mí”, es invicta armadura de Cristo, báculo de pastor con el que el divino David se enfrenta contra el malvado Goliat; báculo con el que Cristo golpea enérgicamente la puerta del cielo y la abre”.
Estas expresiones tan “paulinas” me da una profunda alegría y me lleva a admirar aún más a Santa Teresa Benedicta, con el deseo de que las cartas de Pablo lleguen a ser no sólo materia de reflexión de estudio, sino vida de mi vida, porque expresan y manifiestan sólo la VIDA, que es Cristo el Señor, el Pastor que derramó su Sangre, entregó su vida en obediencia al Padre para que nosotros todos “tengamos vida y vida en abundancia”.

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