Vivimos en la semana “in albis”, y con ella inicia según el RICA el tiempo de la “Mistagogía”, cuando los neófitos que han recibido en la Noche de Pascua los sacramentos de la iniciación cristiana coronada con la primera participación eucarística, junto con la comunidad cristiana progresan “en la percepción más profunda del misterio pascual y en la manifestación cada vez más perfecta del mismo en su vida” (RICA n. 37).
La liturgia de las Horas nos ayuda también a vivir en este espíritu ‘mistagógico’, acompañándonos con la lectura de la 1Pe, con sus catequesis bautismales, y luego, de manera aún más explícita, con las lecturas de las “Catequesis mistagógicas de Jerusalén”.
Parece que cada año resuenan dentro con un tono de novedad y frescura nuevos.
Cito algunos párrafos, porque cualquier comentario estropearía el frescor y ternura de cada expresión.

Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo (...) y en un mismo momento os encontrasteis muertos y nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
... Nuestro bautismo, además de limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu es también tipo y expresión de la pasión de Cristo. Por eso Pablo decía: ‘¿Es que no sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte’ (Catequesis 20, `[Mistagógica 2], 4-6 – Jueves de la octava de Pascua).
La catequesis siguiente nos la ofrece la liturgia en el viernes. Profundiza sobre todo en la unción con el crisma. De nuevo cito, porque es de una hermosura única la exposición.
No sólo nos hizo semejantes, conformes al cuerpo de Cristo el bautismo, sino que fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo (...). Después que subisteis de la piscina, recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con que Cristo fue ungido. (...) De la misma manera que, después de la invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite, después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa... para que, mientras se unge el cuerpo con un aceite visible, el alma quede santificada por el Santo y vivificante Espíritu.
Este estilo se me hace muy parecido al de san Pablo, cuando pide a los Gálatas que Cristo Jesús se forme en ellos (cf. Ga 4,19) y de sí mismo puede afirmar en la misma carta: Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí (2,20).
La Eucaristía, pues, no es sólo culminación de la iniciación cristiana; es la fuente y la cumbre de toda vida cristiana auténtica. En ella y por ella somos hechos no sólo ‘portadores de Cristo-Cristóforos’, sino cuerpo y sangre de Cristo.
Vuelvo un momento a la catequesis 4ª para fijarme en la conclusión:

Y que, con el rostro descubierto y con el alma limpia,
Quiero subrayar un pequeño detalle y es la alusión en estas catequesis a términos como figura, imagen, símbolo. Nuestro lenguaje actual pueden engañarnos: no se trata, en el discurso de los Padres de ‘algo que se parece a’, ‘como si’; no. La imagen, el símbolo, la figura son expresiones que expresan el ‘signo sensible’ de una realidad que mientras la significan la realizan. Así: no somos sólo ‘como si fuéramos cuerpo de Cristo’, somos hechos cuerpo y sangre de Cristo.
Eso mismo creemos quiere decir el Maestro en la Cena cuando, al partir y repartir el pan y pasar la copa de vino dice aquellas palabras: Haced esto en memoria mía (1Co). Es decir: sed pan partido, vida entregada; vivid las mismas actitudes de entrega, de servicio, de amor que yo. Os he dado ejemplo para que como yo hice así también vosotros (cf. Jn 13).
No quiero cerrar esta referencia a los textos del Oficio de lectura de esta semana, sin hacer una pequeña alusión a la lectura de san Agustín que la Iglesia nos ofrece en su liturgia de las horas del domingo de la octava. Es de una ternura exquisita. Este domingo es el llamado ‘domingo in albis’ con referencia a los neófitos bautizados en la Noche de Pascua, que hoy dejan ya sus túnicas blancas que han revestido durante toda la semana. Se le llama también el domingo “Quasimodo” recordando las primeras palabras de la antífona de entrada en latín. Agustín parece que habla a “niños recién nacidos”, pero se sabe que con este lenguaje tan cercano quiere hablar a todos los que han sido bautizados en la Noche santa.
Me dirijo a vosotros con las palabras del Apóstol: Vestíos del Señor Jesucristo... Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo... Sois uno en Cristo Jesús.
En la oración eucarística de esta tarde, antes de celebrar ya las primeras vísperas del domingo segundo, octava de Pascua, unas palabras de la Regla de vida de mi congregación han sido una nueva ratificación de lo que la liturgia de las horas me hizo vivir en los últimos tres días de la semana de la octava de Pascua con las ‘Catequesis de Jerusalén’: