domingo, 11 de marzo de 2012

La Eucaristía, fuente y cumbre de la Evangelización

ADORACIÓN EUCARÍSTICA Y NUEVA EVANGELIZACIÓN

El tema, tal y como aparece en el título, es muy amplio y es también ciertamente tema de actualidad.
La Adoración eucarística lo es desde hace siglos y la Iglesia, de manera especial a través de los Romanos Pontífices, la recomienda cada vez con más insistencia.
La nueva evangelización en estos meses de preparación al Sínodo de los Obispos que se celebrará en el mes de octubre 2012, y en vísperas del “Año de la fe” convocado por el Santo Padre Benedicto XVI, es el tema ‘estrella’: todo y todos en la Iglesia nos hablan y hablamos de la nueva evangelización.

I.                    La  Adoración  Eucarística  

Vamos por partes:
Para el desarrollo de este tema, tendremos en cuenta naturalmente el Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (rcce), donde encontramos no sólo los principios teológicos relativos a la adoración eucarística, sino también las rúbricas o disposiciones rituales sobre la exposición del Santísimo, la bendición y reserva del Sacramento, junto con las otras formas de culto a la Eucaristía, como son las procesiones y los Congresos eucarísticos.
Junto con el Ritual, quisiera seguir lo que sobre el tema subrayan en particular dos documentos recientes del Magisterio de la Iglesia: la encíclica del beato Juan Pablo II sobre la Eucaristía – Ecclesia de Eucharistia (EdE)  – y la Exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum Caritatis” (SCa) de Benedicto XVI. Nos limitaremos al n. 25 de la encíclica EdE y a los nn. 66-67 de la SCa.

Partimos de la última encíclica del Beato Juan Pablo II dedicada a la Santísima Eucaristía, en concreto, del n. 25 de la Ecclesia de Eucharistia:
Comienza diciendo que “el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida la Iglesia”. Y recuerda un principio que el Papa ya había subrayado en la Carta apostólica Dominicae cenae’ del Jueves santo de 1980: “El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico”. El texto de la Carta era aun más explícito: “Dicho culto acompaña y se enraíza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística”[1].
La razón que justifica este principio la toma el Papa del Ritual de la SC y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (rcce): “La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual”[2]. E insiste subrayando qué nos aporta la adoración (– además de la Celebración, que siempre es el centro de la liturgia y de la vida cristiana -): “La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia” – al ‘Autor de la gracia’ en palabras de santo Tomás.
Recordando la Carta apostólica programática “El nuevo Milenio, en la que decía que en el tercer milenio “es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el ‘arte de la oración’” (NMI 32), se pregunta cómo es posible no sentir una renovada necesidad de “estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el SSmo Sacramento”. Y confía la propia experiencia, de  fuerza, consuelo y apoyo”, encontrado y recibido precisamente en esos largos ratos de conversación con Jesús eucaristía.
En la adoración eucarística, dice el papa Wojtyla, se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del Cuerpo y la Sangre del Señor”.
Veremos también esta relación entre la adoración y la comunión en algunos textos del Ritual.

El Papa Benedicto XVI, recordando la JMJ de agosto del año 2005 en Colonia con el lema: “Venimos a adorarlo”, habló explícitamente de la adoración eucarística en el primer Discurso oficial a la Curia romana en diciembre del mismo año de su elección (2005). (Creemos que fue éste un Discurso programático, en el que el Papa puso a fuego sus preocupaciones y los principios más importantes que quería tener presentes y destacar en su servicio apostólico como Sucesor de san Pedro. (Esto nos resulta evidente, no sólo por el contenido del Discurso, sino también simplemente si nos fijamos en las veces que el Santo Padre mismo lo cita en sus documentos y discursos posteriores).
En el citado discurso a la Curia Romana, el Papa hizo una reflexión sobre la adoración, diciendo claramente: “Antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración… En un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración”.
Anticipando afirmaciones que ahora encontramos en el n. 66 de la Exhortación apostólica postsinodal, insistió entonces en que “sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera (del Señor). Y precisamente en este acto personal de encuentro con Él madura luego la misión social contenida en la Eucaristía, misión  que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros”.
En Colonia Benedicto XVI había hablado de la adoración, partiendo de la etimología griega y latina del término “adoración”: ‘proskýnesis-adoratio’, y explicaba: “La palabra griega proskýnesis indica el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. La palabra latina ad-oratio, en cambio, denota el contacto físico, el beso, el abrazo, que está implícito en la idea de amor. El aspecto de la sumisión prevé una relación de unión, porque aquel a quien nos sometemos es Amor. En efecto, en la Eucaristía la adoración debe convertirse en unión: unión con el Señor vivo y después con su Cuerpo místico.
Recordamos que el Santo Padre volverá sobre este tema y explicación en el mes de marzo de 2009, en el Discurso a la Plenaria de la Congregación del Culto y disciplina de los Sacramentos.
En febrero de 2007, el Papa firmaba su primera Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis. Sabemos que fue la Exhortación apostólica que siguió al Sínodo sobre la Eucaristía en la vida y misión de la Iglesia, Sínodo convocado por su predecesor el Beato Juan Pablo II, pero que presidió el mismo Benedicto XVI en octubre de 2005.
Toda la Exhortación versa sobre el Misterio eucarístico y es muy importante; el tema de la Adoración lo desarrolla especialmente en los nn. 66-67.
Vemos juntos el n. 66, desgranando las ideas principales. (Confieso que espontáneamente me he fijado, con respeto y amor, en las expresiones, en los detalles, porque pienso que tienen mucha importancia).
El Papa se introduce en el tema de la adoración eucarística, recordando el ejemplo que la asamblea de los Obispos quiso dar, (quiso llamar la atención) no sólo con palabras” -. Y destaca que éste ha sido uno de los momentos más intensos del Sínodo.
Subrayo un particular digno de relieve: el documento del Papa pone en evidencia que el Sínodo quiso llamar la atención, no sólo sobre el acto  de la adoración, del culto a la Eucaristía, sino en particular “sobre la importancia de la relación intrínseca entre celebración eucarística y adoración”.
En un documento de Benedicto XVI, el “Papa teólogo”, me parece que no se pueden pasar por alto las palabras con las que trata este tema, porque pienso que añaden un valor profundo al principio expuesto. Subraya el Papa que “en este aspecto significativo de la fe de la Iglesia se encuentra uno de los elementos decisivos del camino eclesial realizado tras la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II”. // La historia del culto eucarístico confirma la verdad de esta afirmación y el ‘camino eclesial realizado’//
Citando una de las Proposiciones o propuestas del Sínodo – la n. 6 -, que naturalmente el Santo Padre hace suya al citarla,  subraya otro principio importantísimo de la relación entre la celebración eucarística y la adoración o culto a la Eucaristía fuera de la Misa: la celebración eucarística es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia”. No explica más este principio, pero lo comprendemos y acogemos con gratitud: la celebración es, en efecto, actualización ‘sacramental’ del Sacrificio de Cristo Jesús, y por lo tanto, de su supremo acto de obediencia filial al Padre, “hasta la muerte y muerte de cruz” – expresión máxima de la ‘adoración’ de Jesús, en cuanto hombre al Padre, y de la adoración de la Iglesia, que se une y hace suyo el Sacrificio de Jesús.
No hace falta decir  que el Papa hace suya la mejor teología eucarística: a partir en particular del Vaticano II, de la encíclica Mysterium Fidei de Pablo VI, en 1965, poco antes de la conclusión del Concilio, de la Instrucción Eucharisticum Mysterium (EM) del año 1967, y del RCCE, que ha sido la aplicación ritual de los principios de la misma Instrucción y del Magisterio de los Papas anteriores a él.
Algunos principios tomados del Ritual, que  explicitan esta  misma “teología eucarística”,  o teología eucarístico-litúrgica:
- “La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana(RCCE n. 1); “es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa” (ibíd. n. 2)
- “Para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el SSmo Sacramento de la Eucaristía hay que considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio(ibíd. n. 4).
- El Ritual explica cómo la sagrada Comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, ‘prolongan la gracia del Sacrificio’, aclarando así el fin de la reserva eucarística: (en este número del RCCE se explicita cómo la “reserva eucarística” desde siempre ha tenido presente que la Eucaristía ha sido instituida ante todo “ut sumatur”, y, como consecuencia viene la adoración): El fin primero y primordial de la reserva de la Eucaristía fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios – importantes también – son la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento”. (ibíd. n. 5).
4º - El mismo Ritual  subraya también la relación entre la adoración y la comunión, (hablando de comunión, hablamos naturalmente de la santa Misa, del Sacrificio eucarístico): “Acuérdense (los fieles) que con esta oración ante Cristo, el Señor, presente en el Sacramento, - “la oración silenciosa ante la Eucaristía”, como ama llamarla el card. Carlos Martini -  prolongan la unión con él conseguida en la comunión y renuevan el pacto que los impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el sacramento” (R. n. 81). “La presencia de Cristo en el Sacramento tiende a la comunión Sacramental y espiritual (Ibíd. N. 80, ya recordado).
4.1 - El n. 83 evidencia esta misma relación entre la adoración y la comunión eucarística. “Prohíbe la celebración de la Misa durante el tiempo en que está expuesto el SS. Sacramento en la misma nave de la iglesia…”; y explica el por qué de esta prohibición: “… la celebración del misterio eucarístico incluye de una manera más perfecta aquella comunión interna a la que se pretende (– se quiere, es el fin de todo culto a la Eucaristía -)  llevar a los fieles con la exposición” (id. n. 83).
Decir que la exposición del Sacramento con la adoración tiende a la comunión es afirmar que su fin es la comunión con Cristo, al encuentro personal con Él.  Por el poder del Espíritu Santo, la adoración pretende gradualmente plasmar en nosotros las actitudes del Señor Jesús,  configurarnos con él hasta el ‘vive en mí Cristo’ de san Pablo, meta del vivir cristiano.
La Instrucción EM destaca esta relación afirmando: “Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo (…), y así fomentan las disposiciones debidas que les permitan celebrar con devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre” (EM 50). /La adoración eucarística, prolongación de la Celebración y preparación para la misma.

Volvemos de nuevo al n. 66 de la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis. Benedicto XVI hace ‘memoria histórica’ y recuerda, citando el Discurso a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005 que, “mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración al Santísimo Sacramento”. Y anota el Papa que esto era debido a ‘la objeción difundida entonces’, que ponía en entredicho la adoración, partiendo del principio teológico que “el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido”. Y aquí el Santo Padre para rebatir “dicha contradicción es carente de todo fundamento”, no apela directamente a la teología, sino “a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia”. En efecto, es verdad que la Eucaristía nos ha sido dada “ut sumatur – para ser comida -; es éste un principio dogmático definido también por el Concilio de Trento, principio que la Iglesia cree firmemente, recordando las palabras del mismo Jesucristo en la Cena: “Tomad y comed…; tomad y bebed…”, pero, con palabras de san Agustín, concluye el Papa: “nadie come de esta carne sin antes adorarla […] pecaríamos si no la adoráramos[3].
Por lo tanto, no sólo no existe contradicción entre Misa y culto eucarístico, comunión y adoración, sino: relación intrínseca, esencial, porque “La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración (eucarística), porque “prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica”.
Benedicto XVI explica lo que acaba de decir sobre la relación entre la celebración y el culto fuera de la Misa (una ‘relación’ en la que además se intensifica la vivencia de lo acontecido en la Misa, vivencia no sólo personal de encuentro con el Señor sino de los frutos de irradiación también social) y lo hace con sus mismas palabras tomadas una vez más del Discurso a la Curia, que hemos recordado más arriba: “… sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera”; porque “es en este acto personal de encuentro con el Señor que madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía”, ‘misión social’ de la Eucaristía que “quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y, sobre todo, las barreras que nos separan a los unos de los otros”[4].
A esta ‘misión social’, a la coherencia de vida cristiana, invita /apela/ también el Ritual, pidiendo a los fieles (los que comulguen en la celebración y adoren a Cristo el Señor presente en el Sacramento del altar)  que procuren “que toda su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo…trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y proponiéndose llegar a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana”[5]

II – Adoración Eucarística y Nueva Evangelización
            No me extiendo en la segunda parte del título de esta charla sobre la ‘nueva evangelización’, (según las palabras con las que el Beato Juan Pablo II ‘inventó’ esta bella expresión,) ni sobre lo mucho que con relación a este tema  ya se ha hablado y escrito. Recordaremos brevemente algunos elementos que me parece tienen relación directa con el tema en su globalidad.
Recordamos que el beato Juan Pablo II, en el año 1992 en el Discurso inaugural de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, convocó a los Obispos a ‘acometer con valentía y creatividad una ‘evangelización nueva’, ‘evangelización nueva en sus métodos, nueva en su ardor y nueva en su expresión’.  Y explicaba: “una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio”.
Y proseguía: “en verdad, la llamada a la nueva evangelización es ante todo una llamada a la conversión. En efecto, mediante el testimonio de una Iglesia cada vez más fiel a su identidad y más viva en todas sus manifestaciones, los hombres y los pueblos de todo el mundo, podrán seguir encontrando a Jesucristo, y en Él, la verdad de su vocación y su esperanza, el camino hacia una humanidad mejor”.
En la Carta apostólica “Mane nobiscum, Domine” con la que Juan Pablo II convocaba el “año eucarístico” 2004-2005 escribía: «El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de testimoniar y de evangelizar…. Entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa, al mismo tiempo, experimentar el deber misionero del acontecimiento que aquel rito actualiza»[6] «La Eucaristía es «un modo de ser, que desde Jesús pasa al cristiano y, a través de su testimonio, aspira a irradiarse en la sociedad y en la cultura»[7]
            El anuncio de Jesucristo, con nuevo ardor, entusiasmo y valentía, fue ciertamente la preocupación constante del beato Juan Pablo II, como, por otra parte lo ha sido de todos los Papas, cada uno con sus características peculiares.
            Y así reconocemos hoy que  la nueva evangelización está siendo uno de los ejes principales del papado de Benedicto XVI, como están demostrando abiertamente algunas de sus iniciativas relativas a esta dimensión de la vida de la Iglesia en este inicio del tercer Milenio.
La XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada por él para el mes de octubre, con el lema: “la nueva evangelización en la transmisión de la fe” seguramente será el punto álgido de esta preocupación eclesial; y a partir del Sínodo, toda la Iglesia se verá convocada a vivir un particular ‘año de la fe’, siguiendo las indicaciones del Santo Padre, de los Padres sinodales y del Pontificio Consejo para la ‘nueva evangelización’.
Me gusta citar unas palabras tomadas de la intervención del cardenal Dolan, (que ha recibido el 18 de marzo la birreta cardenalicia) en la Jornada de oración y reflexión convocada por el Santo Padre el 17 de febrero, en preparación al reciente Consistorio, precisamente en torno al tema de la ‘nueva evangelización y la missio ad gentes’. Decía el card. Dolan: “¡La Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada! (EN de Pablo VI). Esto nos da la humildad de admitir que la Iglesia – todos nosotros - tiene una profunda necesidad de conversión interior, y esta conversión es el corazón de la llamada a la evangelización”.
Porque “la invitación implícita en la ‘missio ad gentes’ y la nueva evangelización no es una doctrina, sino una llamada a conocer, amar y servir, no a algo, sino a Alguien. A Jesús de Nazaret, que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»”.
(Concluía su intervención con una simpática anécdota personal, y lo hacía  con unas palabras que creo nos pueden hacer bien a todos: “Conviene concluir precisamente con este pensamiento: necesitamos decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia”[8]

Ya lo recordaba el siervo de Dios Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi” 81975):  para evangelizar hay que estar evangelizados y vivir el Evangelio. Por eso la Iglesia debe ser evangelizada ella misma. Es decir, que no sólo evangeliza a quienes no conocen a Cristo, sino que anuncia el Evangelio también a quienes ya le conocen.

Relación entre Eucaristía y nueva evangelización: Si evangelizar es anunciar a Cristo Jesús con palabras y obras, que manifiestan y realizan su salvación, podemos afirmar que la Iglesia, «que existe para evangelizar», cumple esa misión de modo pleno sobre todo cuando se reúne en torno al altar para celebrar la Cena del Señor. No en vano la celebración de la Eucaristía es «culmen y fuente» de la acción evangelizadora (…)”.
“La Iglesia sabe muy bien que su crecimiento como Cuerpo de Cristo lo realiza especialmente participando en el Cuerpo eucarístico que su Señor le da en la celebración litúrgica[9]. Y esto que decimos de la celebración eucarística, lo decimos de la adoración, puesto que la consideramos lo que es en realidad, prolongación de la misma celebración.
Algunos textos del Ritual en los que me parece descubrir relación entre la adoración eucarística y la ‘evangelización’.
Tanto la Instrucción EM – n. 62 – como el Ritual del Culto a la Eucaristía – nn. 89 y 95 – hablan del ‘contenido’ de la Adoración eucarística. Y subrayan los elementos: preces, cantos y lecturas. El n. 95 habla de la ‘exposición del Sacramento’ y de la ‘adoración comunitaria’.
Cuando habla de ‘lecturas’ dice expresamente: “háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones”. Otra referencia directa a la Escritura sagrada la encontramos dos líneas más adelante: “Conviene que los fieles respondan con cantos a la Palabra de Dios”.
Y en el n. 89, hablando de las ‘exposiciones breves’ del Santísimo Sacramento, se dice: “Las exposiciones breves deben ordenarse de tal manera que, antes de la bendición, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la Palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo” (RCCE 89).
La Instrucción Inestimabile donum de abril de 1980 recuerda también estas disposiciones del Ritual, citando en particular el texto del n. 89 que acabamos de recordar.
Surge espontánea una reflexión, que no creo sea forzada: si la Liturgia, como afirma Benedicto XVI en su segunda Exhortación apostólica “Verbum Domini”, es el “lugar privilegiado de la Palabra de Dios”, también la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria, ha de ser “lugar privilegiado de la Palabra de Dios”. Los documentos recordados – EM, RCCE, Inestimabile Donum – nos lo confirman.
La Palabra – escrita y explicada - es la que alimenta “la oración íntima”, la que acrecienta el conocimiento de Jesucristo presente en el Sacramento, la que ilumina la conciencia para descubrir cómo respondemos al amor del Señor y cómo traducimos en la vida de cada día lo que celebramos en la Eucaristía. Y la adoración silenciosa, personal o comunitaria, favorece el fin de la adoración eucarística, que es: el encuentro con la Palabra encarnada, con Cristo el Señor presente en el Sacramento.
[Y una sugerencia personal: si además tomamos la ‘lectura’ de la Palabra de la liturgia eucarística del día, esto nos ayudará también a sentirnos en comunión más viva y actualizada con la Iglesia, con la Palabra de vida que todos los cristianos – del rito romano - hemos escuchado y celebrado en la asamblea litúrgica].
Para concluir, nos podemos preguntar: ¿cómo y dónde adquiriremos las condiciones para realizar la ‘nueva evangelización’ subrayadas por el beato Juan Pablo II en su Discurso de 1992 a los Obispos Latinoamericanos: “una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio”? ¿dónde  mejor que ante Cristo el Señor presente en el Sacramento? – ¿en la celebración eucarística y en su prolongación de ‘oración silenciosa o comunitaria’?
La Eucaristía involucra a toda la Iglesia y a cada bautizado en particular, no sólo para avanzar en la configuración con Cristo, sino también para asumir la tarea evangelizadora respecto a los demás, como miembros que somos del Cuerpo Místico de Cristo.
Cito un texto iluminador del p. J. Aldazábal: “Nos hacen falta espacios de contemplación y gratuidad en nuestra vida. Una oración reposada, meditativa, hecha de fe y admiración – de ‘asombro’, subrayaba Juan Pablo II – da calidad a nuestra fe en Cristo.
Del mismo modo que volver a reflexionar sobre la Palabra de Dios proclamada en la misa nos permite asimilarla más vitalmente, el orar meditando ante el Santísimo nos ayuda a profundizar toda la riqueza de su misterio. (…). Prolongando la doble comunión que hemos celebrado en la Misa, la interiorizamos, la hacemos más personal.  La ‘manducatio sacramentalis’ se prolonga y encuadra en la ‘manducatio spiritualis’ – tiende a la comunión sacramental y espiritual - (…). El Señor resucitado prolonga su presencia sacramental, y nosotros prolongamos nuestra acogida de fe y contemplación agradecida. Se puede decir que se repite la dinámica de aquel otro encuentro salvador que tuvo lugar en Emaús: “Quédate con nosotros, Señor, que la tarde avanza”
 “En la Misa participamos del don que Cristo nos hace de su Cuerpo y su Sangre, ciertamente ya en un clima de alabanza y acción de gracias. El primer “culto”, la primera “adoración” a Cristo el Señor eucarístico es la Misa: es escuchar su Palabra, sintonizar con su Sacrificio, haciéndolo nuestro, y, sobre todo, comulgar con su Cuerpo y su Sangre.
Pero el “culto” nos permite continuar esta actitud profundizándola: «esta adoración de la eucaristía lleva a los fieles a participar más plenamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de Aquél que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida en los miembros de su cuerpo»[10].
La escucha creyente de la Palabra de Dios, su lectura orante (Lectio), su asimilación producirá los frutos de fe, esperanza y caridad recordados por Juan Pablo II; nos hará ‘testigos creíbles del Evangelio’, de la Persona de Jesús; nos ayudará a configurarnos progresivamente con Él, “a dejarnos plasmar, como María, por el Espíritu también en nuestra acción apostólica y pastoral”[11].
 Benedicto XVI en la Verbum Domini (VD) escribe: “Nuestro tiempo ha de ser cada día más el de una nueva escucha de la Palabra de Dios y de una ‘nueva evangelización’. (…) Que el Espíritu Santo despierte en los hombres hambre y sed de la Palabra y suscite entusiastas anunciadores y testigos del Evangelio”.
Recordando a san Pablo: “A imitación del gran Apóstol de los Gentiles, que fue transformado después de haber oído la voz del Señor, escuchemos también nosotros la divina Palabra, que siempre nos interpela personalmente aquí y ahora. (…) También hoy el Espíritu Santo llama incesantemente a oyentes y anunciadores convencidos y persuasivos de la Palabra del Señor(VD n. 122).
La Eucaristía celebrada y adorada pide ser Eucaristía vivida: lex credendi – lex orandi – lex vivendi.  La adoración eucarística, la oración silenciosa y contemplativa del Señor en el sagrario o expuesto solemnemente, será seguramente fuente de gracia y estímulo de acción apostólica.
Por eso, el Santo Padre en la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, “unido a la asamblea sinodal, recomienda ardientemente la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria” (n. 67).
Y recuerda la ayuda necesaria de ‘una catequesis adecuada’ que explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica”.
Después de expresar su apoyo a los institutos de VC cuyos miembros dedican buena parte de su tiempo a la adoración eucarística, anima a “las asociaciones de fieles, así como a las Cofradías, que tienen esta práctica como un compromiso especial, siendo así fermento de contemplación para toda la Iglesia y llamada a la centralidad de Cristo para la vida de los individuos y de las comunidades” (SCa n. 67)).


[1] Juan Pablo II, Carta apostólica Dominicae cenae, (1980) n. 3
[2] RCCE, n. 80
[3] san Agustín, Enarr. In Ps 98, 9
[4] Discurso a la Curia romana del 22 dic. de 2005, AAS 98 (2006) 45.
[5] RCCE, n. 81; EM n. 13
[6] Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum, Domine (2004), n. 24.
[7] Ibíd. N. 25
[8] card. Timothy Michael Dolan, arzobispo de New York, L’Osservatore romano, edición semanal española, 26.02.2012, p. 6.
[9] A.G. Guillén, Fuerza evangelizadora de la Eucaristía, SNL Jornadas Nacionales de Liturgia, 1993, p. 134
[10] Aldazábal J., La Eucaristía, CPL 1999, pp. 358s.; RCCE 80.
[11] cf Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, (2010) n. 28











domingo, 8 de enero de 2012

TÚ ERES MI HIJO AMADO, MI PREDILECTO

En el Bautismo de Jesús en el Jordán actúan y se manifiestan (teofanía) el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo.
La primera oración colecta contempla la obra de las tres divinas Personas a través de la acción directa del Padre:

Dios todopoderoso y eterno,
que en el bautismo de Cristo, en el Jordán,
quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado
enviándole tu Espíritu Santo,
concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo,
perseverar siempre en tu benevolencia.

 
El Padre Dios ha querido revelar solemnemente que Cristo es su Hijo amado, su predilecto, y lo hace por medio del Espíritu Santo, que desciende sobre Jesús en forma de paloma.Y la Iglesia pide que también los hijos de adopción, los “renacidos del agua y del Espíritu”, puedan permanecer, “perseverar siempre en la benevolencia”, en el amor gratuito del Padre.

Amor de benevolencia de Dios, que busca nuestro máximo bien, que llega hasta llamarnos “hijos”, hijos amados en el Hijo. Y San Juan confirma: «¡pues lo somos!». Casi queriéndonos decir que, por parte de Dios estamos ciertos, seguros de este amor benevolente. Él nos repite hoy también: “Con amor eterno te he amado” (Jr 31).

La segunda oración colecta de la misma celebración del Bautismo de Jesús detalla más aún esta condición de hijos, el fruto, el efecto de nuestro Bautismo:


Señor, Dios nuestro,
cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne,
concédenos poder transformarnos interiormente
a imagen de aquel que hemos conocido
semejante a nosotros en su humanidad.

En su eucología la Iglesia confiesa su fe en la realidad de la Encarnación: “el Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne”.
Y pide al Padre que nos conceda vivir el intercambio – el “mirabile commercium” -: ser transformados interiormente a imagen de Cristo, el Hijo que ha aparecido en el mundo, que "hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad”, “en la realidad de nuestra carne”.
“Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios” (san Agustín), para que se configure con Cristo Jesús, el Dios encarnado.
Es el fin de la Encarnación, el fin de toda la celebración del Año litúrgico: que Jesucristo nazca y se forme en nosotros (cf Ga 4, 19) por obra del Espíritu, para que el Padre pueda mirarnos siempre como a hijos amados, objeto de su complacencia, de su predilección benevolente.

En su eucología mayor, en el prefacio la liturgia canta estas realidades divinas y humanas, con voz solemne y agradecida:
"En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar.
Señor, Padre Santo
Dios todopoderoso y eterno.

Porque en el bautismo de Cristo en el Jordán
has realizado signos prodigiosos,
para manifestar el misterio del nuevo bautismo:
hiciste descender tu voz desde el cielo,
para que el mundo creyese
que tu Palabra habitaba entre nosotros:
y por medio del Espíritu,
manifestado en forma de paloma,
ungiste a tu siervo Jesús,
para que los hombres reconociesen en él al Mesías,
enviado a anunciar la salvación a los pobres.

Por eso, como los ángeles te cantan en el cielo,
así nosotros en la tierar te aclamamos,
diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo...



martes, 27 de diciembre de 2011

¡FELICES PASCUAS DE NAVIDAD!

La felicitación de nuestra Madre general


Muy queridas hermanas

¡Feliz y Santa Navidad!

 
En el cielo de Belén

los ángeles anuncian a los pastores

la gran alegría pascual del nacimiento de Dios

en nuestra carne mortal.

¿Dónde estaremos nosotras, en esta Noche?

¿Estaremos allí, con María, la Madre y con José,

en el silencio cargado de adoración y de asombro?

Estaremos ciertamente en camino hacia Belén,

la casa del pan bendecido

que será partido y compartido

para la vida del mundo.

¡Es grande el misterio de este Día!

Dejemos entrar a Dios

que ha venido

que viene

y que vendrá

a visitarnos en la paz.

No hay lugar para la tristeza

en el día en que nace la VIDA

y se abre el CAMINO

para quien busca la VERDAD: he aquí

¡Dios ha amado tanto el mundo que entregó a su Hijo

En el poder del Espíritu Santo!

¡Sea bendito Él por los siglos de los siglos! ¡Amén!

¡Feliz Navidad y buen año 2012!

¡En la bendición del Señor!

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Sr. M. Regina Cesarato

y consejeras


miércoles, 21 de diciembre de 2011

MIRADA DE ISABEL

LA MIRADA DE ISABEL


Apenas se oyó el sonido leve de sus sandalias sobre la grava de mi patio, el niño que llevo en las entrañas se estremeció dentro de mí.
-¡Shalom, Isabel!, había dicho ella, y su voz me llenó de una alegría desconocida en la que se desbordaba toda la energía del Espíritu.




Nos abrazamos en silencio y fue entonces cuando tuve el presentimiento de que no éramos sólo tres, ella, mi hijo y yo, quienes nos fundíamos en el abrazo. Cuando nos separamos, puso sus manos sobre mi vientre y me miró riendo al sentir los pies del niño que se movían con impaciencia dentro.
Nos sentamos a la sombra del limonero y le hablé largamente de los difíciles años de mi esterilidad, tejidos de desolación y de oscura vergüenza. Le conté que, lo mismo que Raquel, también yo había deseado mil veces decirle a Zacarías: "Dame hijos o me muero" (Gen 30,1), aunque sabía que, lo mismo que Isaac por Rebeca, también él rezaba por mí para que el Poderoso retirase mi afrenta.

Había pasado infinitas noches desahogando mi corazón ante el Señor como Ana, la madre de Samuel, suplicándole que remediara mi humillación (1Sm 1,10-16). Y a pesar de que conocía la historia de Sara, también sonreí con incredulidad cuando Zacarías volvió mudo del santuario y trató de hacerme entender que nuestra oración había sido escuchada… No fui capaz de creerlo hasta que tuve la certeza de que en mi seno se había alumbrado la vida: el Señor se había acordado de mí lo mismo que de nuestras madres, y me había visitado con el don de la fecundidad. Por eso necesité esconderme muchos meses: tenía que dar tiempo a mi corazón para agradecer en el silencio y la soledad que el Señor me hubiera desatado el sayal de luto para revestirme de fiesta.


Cuando terminé mi relato comenzó a hablar María y pude asomarme al brocal del pozo que escondía su misterio. Al escucharla, mis ojos deslumbrados sólo conseguían ver su rostro reflejado en el agua: contemplé la imagen resplandeciente de la llena de gracia y reconocí a la verdadera hija de Sión convocada a la alegría, a la elegida para ser el orgullo de nuestro pueblo. La alabanza me nació de dentro: "¡Bendita seas entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre…! Dichosa tú que te has fiado de Dios como nuestro padre Abraham…"
Recibió mis palabras como acoge el agua clara de un arroyo al sol que ilumina su fondo pero, al volver a hablar, me di cuenta de que deseaba hacerme ver a través de ella, el rostro de Otro.


-“No te pares en mí, Isabel, es a Él a quien tenemos que dirigir la bendición, al que se ha inclinado a mirar a la más pequeña de sus hijos, y en mí ha visto a todos los que como yo no poseen ni pueden nada y se apoyan solamente en Él. Porque cuando alguien confía en su amor, Él hace cosas grandes y lo sienta a su mesa, mientras que a los que se creen algo, los aleja de su presencia.
Yo sólo era una tierra vacía y pobre pero Él ha pronunciado sobre mí su palabra y, como en la primera mañana de la creación, ha hecho brillar la luz de un nombre nuevo, el del hijo que está creciendo dentro de mí. Dios se ha acercado tanto que nos pertenece como la semilla a la tierra que la ha hecho germinar.


Yo sólo podía decir: "Aquí estoy, hágase…" y dejar atrás cualquier inquietud. No sé cómo va a suceder todo esto, pero estoy al amparo de su sombra y mis ojos están puestos en Él, como los de una esclava en las manos de su señora… (Sal 123,2)


Nos quedamos en silencio y de pronto sentí que acariciaba mis manos ásperas y rugosas y repetía:
-"Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora"... Anda, Isabel, dime dónde guardas el cántaro y no te muevas tú, que yo me voy a traer el agua para lavar la ropa.


Antes de atravesar el umbral se volvió hacia mí y dijo:
- "Aún no te he dicho el nombre de mi hijo: se va a llamar Jesús…"
El nombre se quedó suspendido en el sosiego de la tarde y, mientras la miraba alejarse cantando, supe que ella era ahora la verdadera Arca de la Alianza y pensé que era aquí donde Zacarías tendría que realizar su ofrenda para que el aroma del incienso se mezclara con el de hierba segada, leña y pan recién hecho. Porque el Santo de Israel habitaba ya en otro santuario, en aquella muchacha que, con un cántaro al hombro, iba dejando a su paso un rastro de silencio y una algarabía de pájaros en los cipreses que bordean el camino hacia la fuente.


Dolores Aleixandre - ("Contar a Jesús" Ed. CCS)


"Embargada por el amor de Dios, María hace de su vida un don a favor de todos.
Señor, haznos entrañables imitadores de esta apertura de tu Madre hacia el prójimo"

domingo, 11 de diciembre de 2011

LA EUCARISTÍA COMUNIÓN CON CRISTO Y ENTRE NOSOTROS

L Congreso Eucarístico Internacional
Índice del Texto Base


  Primera parte:
Una oportunidad de oro
I. Introducción
a. El 50° Congreso Eucarístico Internacional
b. ¿Qué significa Comunión?
c. La relevancia del tema
d. La Eucaristía en Irlanda
e. Hermanas y hermanos en Cristo
f. Un Congreso Eucarístico para todos

II. Caminando juntos hacia el Congreso Eucarístico 2012
a. Promoviendo la eclesiología y la espiritualidad de comunión
b. Evangelización
c. Una historia para guiarnos: los discípulos en el camino de Emaús  
Segunda parte:
Las partes de la Misa como una guía hacia el tema del Congreso

III. Los ritos iniciales de la Misa: Caminando en comunión con Cristo y con nuestro prójimo
a. Cristo Crucificado y Resucitado, nos reúne
b. El acto penitencial y la oración “colecta” – en mutua solidaridad

IV. La Liturgia de la Palabra: Comunión con Cristo en la Palabra
a. La doble mesa de la Palabra y del Pan de Vida
b. La Palabra nos une, a través del poder del Espíritu Santo, haciéndonos “semejantes a Cristo”.
c. La homilía, la profesión de fe y la oración de los fieles

V. La Liturgia Eucarística: Comunión con Cristo en la Eucaristía
a. Correspondiendo a la Última Cena
b. La preparación de los dones: signos de amor, acción de gracias y comunión
c. La Plegaria Eucarística – una acción de gracias común a Dios Padre
i. La epíclesis – reunidos por el Espíritu Santo
ii. La anámnesis – Un memorial comunitario
iii. La consagración – Jesucristo, fuente de comunión transformadora, está real, verdadera y substancialmente presente
iv. El banquete del sacrificio – nuestra participación en el sacrificio de entrega de Cristo

VI. El rito de la Comunión: Respondiendo “amén” a lo que somos
a. Recibiendo la Sagrada Comunión
b. La Eucaristía nos hace uno
c. La comunión espiritual

VII. El rito de conclusión: Hechos uno para que todos seamos unoa.
a.  La despedida
b. Tomando como guía el ejemplo de Cristo en el lavatorio de los pies.

VIII. Conclusión

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10. El apóstol Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, reflexiona acerca del significado de la Eucaristía como presencia, banquete de comunión y sacrificio (Cf. 1 Cor 10,16-22). Está escribiendo a una comunidad que había sido enriquecida con muchos dones y funciones, pero en la que también había serias divisiones. San Pablo quiere hacerles comprender que estamos unidos en comunión por la Eucaristía. Escribe:
 “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10,16-18). La palabra que usa Pablo para “compartir” es “comunión”. Al recibir la Eucaristía, los muchos miembros de la comunidad se convierten en uno, es decir, comparten tan profundamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo que, juntos, se convierten en el cuerpo de Cristo. Así, Jesucristo es quien da sentido y armonía a la diversidad de dones y funciones. La gente no pertenece a Cristo simplemente como si fueran miembros de una asociación social o corporación formada por Él, sino que son atraídos, en un sentido muy real y a través de la Eucaristía, hacia una profunda unión personal con Cristo Resucitado y unos con otros.
11. El apóstol Pablo siente que tiene que reevangelizar a la comunidad de Corinto en cuanto a lo que significa comunión. Por eso ofrece un relato muy antiguo de la Última Cena (1 Cor 11, 17-33), como si subrayara que en el misterio pascual, anticipado sacramentalmente por la Última Cena, encontramos el código genético de la identidad de la Iglesia como comunión. Después de todo, fue la ofrenda de sí mismo que hizo Jesús con su Muerte y Pasión la que obtuvo la salvación para la humanidad, y la salvación puede ser entendida como comunión con Cristo y, por lo tanto, entre nosotros. Ahora, la Eucaristía nos permite y nos invita a vivir esta comunión en nuestras vidas. Esto implica una lógica de reconciliación, tolerancia y mutua disponibilidad.

(de la Introducción del TEXTO BASE)

 

jueves, 8 de diciembre de 2011

INMACULADA CONCEPCIÓN

La INMACULADA CONCEPCIÓN de María



La solemnidad de la Inmaculada Concepción no es la Fiesta litúrgicamente o teológicamente más importante de la Virgen Madre de Dios.

La Asunción, pascua de María, es ciertamente la coronación de todas las celebraciones con que la Liturgia de la Iglesia honra a la Santísima Virgen.

Pero, a lo mejor por ser española, o por tradición de mi familia, o por el mismo nombre que mis padres quisieron para mí en el Bautismo, ésta es la Fiesta o por lo menos una de las fiestas más entrañables para mí. La espero, la celebro, me hace sentir el eco de la devoción de mi madre Josefa y la celebración de muchos años y personas, en las más variadas circunstancias…


Trascribo algo precioso que leí del papa Benedicto XVI:

Celebramos hoy una de las fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. (…). El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia» es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesus, «el amor encarnado de Dios». Le Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava». Sí, Dios se sintió prendado por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos. (…). Ésta es también la misión nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él». Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María, «que brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino».


María de manera singularísima pudo decir – y en la liturgia, con ella lo decimos nosotros también: ¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! (…). Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor (…), seremos alabanza de su gloria.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Os bautizará con Espíritu Santo

II DOMINGO DE ADVIENTO
Padre Dios, tu Palabra en la liturgia de este segundo domingo de Adviento resuena dentro de mí con acentos de consuelo, de esperanza, de buena noticia.

En efecto, comienza la buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”.
Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón de JerusalénAquí está vuestro Dios”.

El Señor Jesús, el Hijo de Dios que viene sin tardar a nuestra historia, es el buen, el hermoso Pastor”, que apacienta y reúne el rebaño, que “toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres”.
Esta Palabra de consuelo se la dices al corazón de la madre Iglesia, la nueva Jerusalén, para que ella, y en ella todos los bautizados, cada cristiano que escucha y graba en el corazón la Palabra acogida y escuchada, la grite, con todos los medios, al corazón dolorido o desesperanzado de tantos hombres y mujeres de nuestro mundo, hermanos nuestros.


“Padre, rico en misericordia,
cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo,
no permitas que lo impidan los afanes de este mundo,
guíanos hasta él con sabiduría divina
para que podamos participar plenamente de su vida”.


Cristo Jesús, Maestro y Pastor bueno, bautízanos con el Espíritu Santo y haznos heraldos de tu buena noticia, de la Buena Noticia que eres Tú, el Salvador que viene a liberarnos de todas nuestras zonas de muerte y de pecado.
«Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas...» (S. Juan de la Cruz)
«El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa (...)
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial».